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Gines González García
Gines González García
Gines González García
El verano se va llevando al virus; cuesta más erradicar la viralidad de los protocolos

Con la llegada de diciembre se registra una marcada disminución del número diario de contagios de Covid-19, algo que motivó un cambio rotundo en los protocolos de circulación en nuestro país. Es que el AMBA, hasta hace menos de dos meses considerado un paria, diseminador de una radiación viral hacia el resto del territorio, confirmó que, como en todo el mundo, el fenómeno tiene su estacionalidad.

Pasado un año desde los primeros contagios en China, los números no justifican, ni acá ni en ningún lugar, las respuestas exageradas de los gobiernos, ni el pánico mediático a la pandemia – a la vez, un nombre que las cifras hacen lucir exagerado: los contagios en el mundo no llegan a 0,8% de la población, y las muertes apenas suman 0,02% de los habitantes del globo (¡la probabilidad de supervivencia es de 99,98%!). En Argentina, donde se contagió el 3% de la gente, los muertos son 0,09% de la población. ¿Son números tan diferentes de los de una temporada de gripe común? La respuesta es un rotundo “no”.

Sin embargo, la difusión del temor como política de estado contó con la complicidad generalizada de los medios de comunicación, grandes beneficiarios de eso de quedarse en casa, y de los sindicatos de empleados públicos, para los cuales nada cambió en términos de ingresos y mucho en términos de horas de trabajo. La realidad demuestra que una abrumadora mayoría sobrevive a la enfermedad y que para los menores de 60 años sin antecedentes graves, la probabilidad de morir es ínfima, por más que sean las ínfimas excepciones las que se exhiben con escándalo.

La innegable realidad ha llevado a que las cuarentenas se relajen de manera tan intempestiva e irracional como fueron impuestas. En el AMBA, está claro que la gente forzó que el torniquete fuera aflojado.

Con todo, ha costado más sobrellevar esos templos de anormalidad que son los protocolos. Para transitar por el país, todavía hay que sortear vallas administrativas difíciles de comprender. Los protocolos nacionales, provinciales y municipales imponen un aparente rigor en algo que en realidad fue relajado. Esta contradicción termina por derivar en protocolos inauditos e imposibles de hacer cumplir: estar en la playa con barbijo, calzado cerrado y caminos de entrada y salida diferenciados; participar de excursiones de pesca embarcados respetando el distanciamiento social entre guía y turista. Va a ser muy arduo erradicar algunas de las más contagiosas cepas del virus: las que afectan la sensatez.

Quizás por el embriagador enamoramiento que provoca esta novel capacidad de disponer de las libertades ajenas a gusto, los protocolos son relajados, pero no desaparecen. A los gobernantes les ha encantado esta capacidad de meterse en nuestras vidas y no se muestran dispuestos a resignar ese avance. No ocurre sólo en Argentina: la capacidad de inmiscuirse en la vida privada de las personas, avasallando sus derechos constitucionales, se la han arrogado gobiernos de muchos países, que se usan unos a otros como justificación para tal anomalía.

Estamos a pocos días del comienzo de la vacunación masiva en Argentina y en el mundo, pero ya cabe sospechar que ni la vacunación ni la inmunidad generalizada serán capaces de devolvernos a una normalidad sin protocolos. Por lo pronto, el ministro González García ya aclaró que “la vacuna no resuelve el tema”. El pesimismo y la superstición son esenciales para sostener el derecho a decirnos cómo vivir. Por eso González García y varios medios no ponen el foco en el 95% de eficacia, sino en las dificultades logísticas para vacunar de manera masiva, la supuesta inefectividad para combatir una supuesta “nueva cepa”, los potenciales efectos colaterales, y otras cuestiones tendientes a prolongar la anormalidad.

Que los virus mutan y que son virales es algo que se aprende en la primaria. Que el cuerpo desarrolla anticuerpos y que, aunque luego los pierda, conserva la memoria de cómo defenderse se aprende en la secundaria. Nada de esto cuenta para el Ministro ni para los medios. ¿Será esta la razón por la que las escuelas estuvieron cerradas todo el año?

No se puede volver en el tiempo para corregirlo, pero estamos a tiempo de mejorar los comportamientos a futuro en función de la experiencia, y con ello evitar que la política sanitaria siga siendo una herramienta de la política para violar derechos constitucionales con protocolos.

Es un camino del cual no se podrá salir sin cierta rebeldía ciudadana. La que se ve en las calles del AMBA, donde la convivencia prolongada con el virus lo hizo comprensible y animó a la gente a salir a las calles desafiando normas dictadas por dirigentes que demostraron que lo que menos tienen es, justamente, calle.

Así como está demostrado que no se puede frenar la propagación del Covid-19 encerrándose, tampoco se puede evitar la propagación del virus de la decadencia argentina sin un poco de rebeldía contra algunos atropellos que la ciudadanía no debería permitir.
Fuente: El Entre Ríos

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