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En nuestro vecino Brasil, y en lo que concierne a la elección presidencial, las cartas ya están echadas. Algo que no quita que sus resultados sigan siendo materia de análisis, a la vez que de manifestaciones de júbilo o muestras de preocupación y desaliento.

Y como sucede en sociedades en las que se hace presente una grieta profunda –como es no sólo la nuestra, sino, doblemente lamentable, la mayoría de ellas- también las elecciones fueron la manifestación de la polarización de su ciudadanía, en dos bloques de dimensiones equivalentes.

A la vez que se trató de unos comicios que despertaron la presencia de un gran interés entre habitantes de otros países, y en los que se vio a muchos de ellos, como si se tratara de esos partidos de fútbol jugados en tierra y por equipos extranjeros, en certámenes de nombres distintos según las “ligas” nacionales que compiten, efectuar un “voto a distancia”, al momento de decidir lo que era sólo una casi deportiva preferencia.

Preferencias que en este caso –la de personas que no viven en el territorio brasileño y que conocen de una manera superficial la realidad que allí se vive- tiene mucho que ver con las posturas que cada de ellos “tenía en su corazoncito”, puesto en uno u otro candidato. Empatías casi futbolísticas, a nivel de sus respectivos países.

Ejemplo de lo cual lo tenemos, en la confesión que pudimos escuchar de alguien, como cualquiera de nosotros, al pasar por la vereda de un café, “a mí me gustaría que ganara Lula, de no ser por tener que tragarme la exultante reacción de Cristina y sus amigos”.

Una postura comprensible, que inclusive puede llegar a ser compartida por quienes, en su manera de pensar, están colocados en “la vereda de enfrente”. Ya que independientemente de que Lula sea o no corrupto – cosa respecto a la cual sería temerario pronunciarse sin conocimiento pleno de causa- su gobierno sí lo era, y él no podía dejar de conocer esa situación, o sea lo que en su entorno pasaba. Pero, a pesar de ello y teniendo en cuenta que las habas se cuecen en todas partes, da la impresión de jugar a favor de Lula, una mayor tolerancia, frente a la de los demás, aunque no fueran precisamente sus amigos.

Algo que es de una importancia fundamental, ya que en una sociedad como la suya –o cualquier otra similar, como es el caso de la nuestra- fuertemente polarizada, lo primero que se debe tratar de lograr, aunque ello no sea a la postre lo más importante, es una convivencia signada por la recíproca tolerancia. Sobre todo, teniendo en cuenta que, en casos como el suyo, a los “buenos” y a los “malos” se los encuentra de ambos lados. Considerando que, atento a la distribución de poder dentro del gobierno de ese país, en dos grupos polarizados, tienen ellos la necesidad de "vivir acordando". O sea, de acuerdos en acuerdos, lo que exige un grado no menor de tolerancia, que impida que la suya se convierta en una sociedad todavía más bloqueada.

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