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Era solo media mañana, había algo de sol y pocos gorriones en la galería. El viejo doctor se había dormido en su sillón de mimbre, el diario caído en la entrepierna junto al bastón, la respiración tranquila. Lejos llegaba la voz del noticiero: desde ayer el tema era un asesinato más. Otra quinceañera cruelmente... bueno, escribirlo es de alguna manera repetirlo, y aquí lo malo se repite hasta el cansancio.

“Es cansador”, me dijo cuando enderezó su cabeza y me saludó con su mano manchada con grandes pecas pardas. “Muy cansador", agregó. Como con todos los hombres solos, sabía que la charla sería un largo monólogo.

"Hace algunos años estos eran hechos muy aislados, y tampoco tenían la masiva difusión que tienen ahora. De algo estoy seguro: gritando ni una menos... o algo de eso, no lograrán nada. Es como gritar ni un caso de gripe más: sí, con alguna vacuna, lavándose las manos, no con enojos ni apedreando la comisaría, hasta aquí inocente”.

“Veamos”, siguió diciendo: “Si queremos prevenir un infarto, aconsejaremos dejar de fumar, bajar de peso, ejercicios, controlar el azúcar en la sangre, cosas en general sencillas, aunque algunas difíciles de seguir. Veamos lo que ocurre con estos asesinatos. ¿Se estudiaron los factores mediatos, el medio ambiente que rodeaba a la víctima antes que llegar a serlo? ¿La escolaridad, la constitución familiar y su economía, la religión, sus amigos, las diversiones? ¿Cuál era la vigilancia o mejor el cuidado que estas niñas recibían de sus mayores?”

“A nosotros nos decían: ‘Volvé antes de las 11, ¿con quién salís?’, y nos esperaban hasta que sentían la puerta del zaguán, que se cerraba simplemente, sin llave ni cerrojo”. Otros tiempos. Y cuántas veces escuché a mi madre decir: “¿A esa chica la mamá no la miró antes de salir?” ¡Las miradas de los mayores decían tanto! Y hasta la comunidad toda te vigilaba de alguna manera.

En una matiné en el Centenario nos pasaron una película de pistoleros (no hablábamos de gánsteres en esa época). Recuerdo que era con James Cagney y se llamaba "Fuego blanco”. Promediando la película, suspendieron la función: un señor del público, era empleado en el Correo, recuerdo, se había quejado que la cinta no era adecuada para menores. Cuando con bronca lo contamos en casa, papá aplaudió el gesto del censor. Si el cine podía ser una caja de resonancia. En la puerta de la Iglesia se colocaba una lista de las películas no aconsejables. Ahora en la televisión, a las 3 de la tarde y sin advertencia puede verse cualquier cochinada.

Es probable que haya una relación entre pornografía y crimen, hacen buenos compañeros de ruta y ahora se han sumado las drogas, la corona del postre.

En la década del ‘60, en los Estados Unidos, hubo un serio debate entre los intelectuales sobre la pornografía. La censura hasta entonces había sido estricta, como lo era entre nosotros. Aquí la única protesta que recuerdo fue alrededor de esos años, cuando la Editorial Sur publicó "Lolita" de Nabocov. No hubo mucho más que una carta de escritores y algún suelto periodístico. Por otra parte, el libro era algo farragoso para el lector común.

Después del proceso, la pornografía se fue ganando espacio como un derecho democrático. Tal vez lo sea, pero ¿podremos medir sus consecuencias? Y si estas son malas, como lo creo, ya dejaría de serlo: ¿hay derechos para el mal? La lucha contra las drogas nos dice que no.

Vuelvo al principio: hay que advertir claramente cuáles son los factores ambientales que rodean y hacen propicios un crimen. Que de ocurrir, la sociedad tenga claro cuáles estaban presentes, como el cigarrillo y la obesidad que mata a este hombre apenas cuarentón.

Tratar que no haya víctimas, ni victimarios. En general la simpatía, de existir, va siempre a la primera, que puede en realidad ser cómplice; nunca para el asesino que, sin embargo, suele ser una víctima más. Quizás al final solo haya víctimas, despojos, y todas las advertencias sirvan de poco, pues ¿qué sabemos de qué obscura raíz surge el deseo de matar o ser muerto? Pero seguiremos cerrando los ojos a lo que destruye, por ejemplo, los grupos de adolescentes borrachos que se ven en calles y caminos a la madrugada. ¿No se preguntan los padres dónde estarán sus hijos? Los padres tienen su responsabilidad.

Cuando las llamadas anónimas de amenazas de bombas a la escuelas llevaron a responsabilizar a los padres si era un menor el autor de la misma, la sociedad de alguna manera aprobó la medida. Pero ahora hay padres que parecen no darse cuenta cuando su hija adolescente recibe a sus amantes a la noche en la pieza de al lado. No ven ni quieren ver, ni tampoco están secretamente de acuerdo.

“Es cansador”, me dijo el viejo, golpeando el piso con el bastón, y no hablemos del desguace de la intimidad que se hace en radio y televisión. “Hemos reemplazado el sacrificio de la misa por el sacrificio de la intimidad de personajes ínfimos o notorios, que logran un brillo falaz".

Y tímidamente le pregunto: "¿Qué tal era ‘Fuego blanco’?” “Muy buena, che. El mejor Caney".
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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