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Es muy preocupante la campaña para sumar fiscales del voto que lleva a cabo La Libertad Avanza y una parte importante del PRO, con Patricia Bullrich y Mauricio Macri a la cabeza. Que en el siglo XXI sea necesario “cuidar” el voto para evitar el fraude electoral revela que el fraude está instalado. Lo construyen quienes fijan las reglas bajo las cuales tenemos que votar los argentinos. Son esas reglas las que dejan espacio para el fraude.

Debe haber una relación bastante directa entre la necesidad de fiscalizar y la decepción con la democracia que, según las encuestas de opinión que se ocupan de evaluar ese fenómeno, supera al 50% de los que responden. También debe tener relación con el hecho de que tantos argentinos hagan caso omiso de la obligación de ir a las urnas, expresión brutal de esa sensación de que son todos lo mismo. El nivel de abstención crece elección tras elección, pero quienes fijan las reglas no prestan atención a esa anomalía. Quizás sea porque les resulta útil.

La determinación de las fechas de las elecciones, con múltiples fechas según la conveniencia de cada distrito en cada momento, las primarias abiertas y obligatorias, pero innecesarias, para decidir quiénes pueden competir en la verdadera elección, los traspasos inescrupulosos de jurisdicción de los candidatos, las listas sábana, los escándalos de corrupción a la vista de todos son muestras de que las formas de la democracia están viciadas.

En estos 40 años del regreso de la democracia a la Argentina, hemos experimentado una transición degradante del sistema, que muchos consideran que le ha sido más útil a aquellos que ocupan cargos electorales que a aquellos que los eligieron. Una parte no menor del voto a Milei ha hecho explícito ese disgusto. Que la clase política y la mayor parte de los medios de comunicación hayan instalado la sensación de que Milei carece de volumen político para gobernar, en términos de representación legislativa y territorial, manifiesta cuán desnaturalizada está nuestra democracia.

Podemos quedarnos en la comodidad de pensar que esas son las reglas no escritas del juego político, o disentir y creer que es posible gobernar a pesar de esas reglas no escritas, en cumplimiento de las normas escritas que establece nuestra Constitución para el funcionamiento de la democracia.

La decepción con la democracia que recogen las encuestas tiene mucho que ver con el negocio que la política ha construido alrededor de las elecciones. Un negocio que hace de ganar una necesidad, más que un mero resultado. Una necesidad que desnuda algo que a priori suena lógico, pero que a posteriori demuestra que no lo es, sino que se trata de una mera manipulación de la voluntad popular.

En toda profesión es válida la aspiración de tener éxito. Para un deportista, la forma de concretar esa aspiración sería ganar un título, por ejemplo. En la política, se trata de ganar una elección. El asunto es que para lograrlo haya que violar las reglas. Para ganar se dice y se hace cualquier cosa, incluso cosas ilegales, contrarias a la expresión libre de la voluntad popular y, mucho más, contrarias a las soluciones que demandan los problemas de los representados.

Así como “cuidar” el voto es una señal de que el sistema de votación está viciado, la alusión a la “gobernabilidad” es una señal de que, si el resultado no es el deseado por quienes ganan con el statu quo, el respeto a la Constitución y a las reglas de la democracia podrían ser dejadas de lado. Se convoca a un gobierno de unidad nacional, pero esa es una falacia. En una democracia que funciona bien, la divergencia, no la uniformidad de pensamiento, debería ser la norma. Unidad no es lo mismo que consenso, sino que en ocasiones podría ser su opuesto. Una democracia sólida se arma a partir de consensos logrados a base de opiniones diferentes.
Fuente: El Entre Ríos

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