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Entre las enseñanzas evangélicas, existen varias destinadas mediante parábolas diversas a “explicar simbólicamente cómo es el Reino de Dios” (Mateo 13.) Por nuestra parte, partiendo de la creencia de no ser irreverentes, haremos referencia a la curiosa explicación que un viejo bolichero retirado utilizó en estos días con el objeto de tratar de hacerles entender a sus nietos casi adolescentes, al menos una de las “causas/efectos” de la inflación, cuál es la emisión monetaria.

“Una” sola de esas “causas/efectos” de ese estado de cosas inflacionario, ya que desde nuestra actual administración pública, se insiste en remarcar que se trata de un “fenómeno multicausal”. A la vez que la misma parece, en apariencia al menos, contentarse con haber llegado a ese diagnóstico, ya que no se la ve enfrascada en la búsqueda de un remedio eficaz, que permita terminar con ese azote.

Se trata de un tema de alarmante actualidad, éste, el de nuestro ex bolichero, si se tiene en cuenta que nadie entre nosotros está en condiciones de hacerse una idea de “la magnitud” de la cantidad de pesos circulantes. Una cosa distinta de la que se pueda contar con su "cifra precisa", algo que nos deja “en ayunas” a la hora de pretender imaginar su “tamaño”. Aunque, sí estamos en condiciones de estimar "la velocidad" con que se emiten billetes de nuestros pesos: si se tiene en cuenta, que solo en diciembre pasado se lo hizo por una suma que se dice equivalente a la de la efectuada en los dos primeros trimestres del mismo año.

En tanto, a estar a los dichos del nombrado, el de la emisión monetaria en cantidad y velocidad descontrolada – tal como ahora precisamente es lo que tenemos que soportar- “se parece” al comportamiento de un cofrade suyo, ya que era bolichero como él, quien de una día para otro, vaya a saberse porqué –si por un rapto de locura, o porque perdía mucho jugando, o porque le iba demasiado bien de amores- decidió seguir despachando vino a sus parroquianos -del que en esos tiempos se almacenaba en barricas-, mientras que dejaba casi por completo de adquirir las necesarias para reponer a las que se iban vaciando.

Es que, por su corta inteligencia, creyó encontrar la solución a su problema – el que guarda un no lejano parecido con encontrarlo al de la “cuadratura del círculo”, es decir, lograr que a éste se lo vea como un cuadrado, y a la vez siga siendo una figura circular- “aguando el vino”, en lo que no venía a ser otra cosa que un intento, desde el vamos fallido, de llevar a cabo una “transubstanciación profana”.

Nos encontramos así ante una idea, a la que el buscar llevarla a la práctica, puede parecer descabellada. Aunque cabría recordar que no fue a lo largo de la historia, el primero a quien se le ocurrió. Ya que se sabe de muchos reyes a los que no resulta atrevido calificarlos de delincuentes, que al acuñar monedas de oro con su figura, se los vio paulatinamente rebajando “la ley” del metal con las que se fabricaba, incorporando cada vez mayores proporciones de metales no preciosos, a la aleación con el oro. En fin, algo parecido lo supieron hacer algunos de los lecheros de antaño, cuando “bautizaban” la leche, aunque cabe reconocer que lo hacían con más prudencia.

(Una digresión: si alguien ha visto una película “de época”, en la que se ve a quien resultaba el vendedor hincar los dientes en una moneda de oro, que acababa de recibir del comprador como precio de una operación, esa conducta, en apariencia extraña, tiene una explicación. Ya que “la mordedura” se la hacía, para establecer su grado de dureza, dado que el oro en un metal más blando que otros metales de menor valor utilizados para la aleación).

Al bolichero tramposo, al principio, con su triquiñuela le fue bien. Pero, llegó el momento en el que el líquido con que se llenaba los vasos, tenía con el paso de los días, un color y un sabor más propio del agua que del vino. Y entonces se armó la de San Quintín.

En tanto el relato que acaba de concluir, sirve para mostrar hasta qué punto, "nuestro pequeño mundo se va adentrando en el de la fábula”. Es que al emitir billetes, volver a hacerlo, y seguir repitiendo esa práctica hasta el infinito, no puede llevar a otro destino que la transustanciación de nuestro papel moneda en un mero papel pintado…

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