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En materia de los más diversos rankings en los que se miden la performance de un país, en las cosas que realmente importan, aunque no siempre ha sido así, la realidad es que desde hace un tiempo que nos parece cada vez más largo a esta parte, estamos ubicados en lugares que van desde los mediocres a los pésimos, entre todos los del mundo.

Lo único que hasta ahora nos ha salvado, más que un alto grado de resiliencia –palabreja que se cuenta entre las que se están poniendo de moda en la actualidad y que se refiere a la capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro- es nuestra capacidad de fantasear acerca de la realidad de una manera que no puede dejar de sorprender.

Resiliencia y fantasía. Como no es cuestión de que caigamos en el error gravísimo de fantasear al que hemos aludido, se debe admitir que en nuestro caso se dan entremezcladas ambas cosas, y que la resiliencia –lo que sería en términos coloquiales la capacidad de “aguante”, o dicho simplemente el “aguante” que se muestra- se nos ocurre que es mucho mayor a nivel individual o de grupos familiares, que la que se hace presente cuando pensamos o actuamos como sociedad.

Es lo que en términos futbolísticos, y aplicados precisamente a ese deporte, cada vez que la selección nacional nos desilusiona por su forma de actuar, se hace presente esa explicación por la que se sostiene que “somos los mejores, pero lo que pasa es que tenemos dificultades severas a la hora de funcionar como equipo”. En lo que puede haber algo de cierto, pero también mucho de mito, al que apelamos con el objeto de tranquilizar una conciencia emocionalmente conmocionada; como era en el tiempo que nos creíamos un país rico –y comparativamente lo éramos y en mucho- mientras que en la actualidad nos hemos convertido en un país empobrecido, que no solo se cree rico sin serlo, sino que lo más grave aún es que en el pretendamos vivir como tales. Todo dicho con la convicción de que no es cierto que necesariamente sean los ricos los que tengan una mejor vida.

Volviendo a las tablas de medición de diversos índices sociales, se debe recordar la afirmación de que en los rankings de excelencia de diversos tipos, nuestra posición en la escala era de mediocre a pésima. Dado lo cual en el caso que “diéramos vuelta” la tabla de manera que arriba quedaran a los países no de excelencia sino de distinto grado de lo pésimo, en nuestro caso nos encontramos muchas veces en lo alto del ranking de los malos, como es el caso del “ranking de inflación” donde ocupamos uno de los primero lugares, aunque por supuesto a años luz de la Venezuela de Maduro; o en los de pobreza donde no estamos tampoco en los últimos lugares, y volviendo a la escala al orden que corresponde ni por asomo por encima de Alemania, como alguna vez se hizo más que dar a entender.

De allí que nos lleváramos una gratísima sorpresa al conocer la noticia que “la Argentina (es decir nosotros) es el país con mayor talento en tecnología a nivel mundial, según la mayor universidad digital”. Así surge de un informe Global Skills Index elaborado por la plataforma de educación virtual Coursera. Se trata de un estudio que analiza la actividad y el desempeño de los usuarios en el sistema que fue fundado en 2012 y permite el acceso a cursos de formación y capacitación universitaria en diversos rubros e idiomas. El informe tiene en cuenta a sesenta países, y toma como referencia su desempeño en diez industrias dentro de las categorías Negocios, Tecnología y Ciencia de Datos. Según sus conclusiones, la Argentina obtuvo el mejor puntaje en la categoría Tecnología, y fue escoltado por República Checa, Austria, España y Polonia, aunque debe aclararse que ese primer lugar lo ocupó nuestro país solo en la categoría Tecnología y con resultado mediocre en los de Ciencia de Datos y Negocios. Aunque el consuelo, de ser las cosas así, estaría en el hecho que Brasil, la principal economía en América latina, se ubicó por debajo de la Argentina en los tres segmentos.

De cualquier manera, contar con datos, en el caso de que los consideremos fiables y que así lo sean, nos abre la esperanza de buscar la posibilidad de un “atajo”, que nos permita recuperar todo lo que hemos ido perdiendo a lo largo de décadas. Es que no hay que olvidar que la mayor parte de los economistas de la época, en la década de los 40 del siglo pasado pronosticaban que, junto con Canadá y Australia nos íbamos a contar entre las “estrellas” del final del siglo.

Un pronóstico fallido, aunque a los otros dos países, indudablemente las cosas le han salido infinitamente mejor que a nosotros. Precisamente a nosotros, de quienes, esto hace ya décadas, un economista inglés había dicho que el nuestro “era el único caso de un país desarrollado de la tierra en vías de subdesarrollo”.

Mientras tanto un “atajo” no es otra cosa que lograr, cuando se está en el fondo del pozo, alcanzar la superficie buscando una exitosa salida alternativa a las acostumbradas. Existen casos de “atajos” que han llevado al éxito.

Está el caso de la entonces Alemania Occidental, que arrasada como consecuencia de su derrota en la Segunda Guerra Mundial –hay que tener en cuenta además que los rusos desmantelaron fábricas que habían quedado en pie en territorio alemán y se las habían llevado como botín de guerra para volverlas a instalar en la entonces Unión Soviética. Ese país vencido consiguió llevar a cabo el proceso de reconstrucción acelerada que se conoce como “milagro alemán”. Más sorprendente es el caso de Corea del Sur, donde en la década del 50 del mismo siglo, mientras en el aire se asistía a batallas aéreas entre aviones supersónicos, en la superficie se veía a campesinos trabajando la tierra con arados tirados por bueyes.

Claro está que en el caso de Alemania lo único que no pudieron quitarle fue su disciplina, su espíritu de trabajo y su capital intelectual. Y en el de Corea el respeto casi reverencial a la capacitación científica y técnica y al valor asignado a la ejemplaridad.

Nosotros no tuvimos guerras, y parecen de leyenda los tiempos que se usaban los bueyes para arar. Por otra parte el mundo entero está lleno de argentinos que sobresalen en todas partes a donde llegan por sus dotes en los ámbitos más diversos.

De donde a los que aquí estamos y queremos seguir estándolo, en el caso que no nos transformemos en otra Venezuela, los que nos falta tan solo es la decisión de arrancar y de allí en más persistir en el esfuerzo.

Ya que no estamos “condenados al éxito” como trató de hacernos creer Eduardo Duhalde; ni alcanza con solo dejar de robar, como lo sostuvo alguna vez el gastronómico Barrionuevo.

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