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Muchas veces he escuchado que lo más fantástico que tiene la ciudad de Londres, es que en aquél lugar los receptores de apuestas no se privan de aceptar cualquier tipo de reto. Y que pasa lo mismo cuando uno busca cubrir con un seguro cualquier riesgo, por descabellado que el mismo parezca. Claro está que allí está la gracia o la desgracia, vaya uno a saber de lo que se trata, es que ni los tomadores de apuestas, ni la gente de los seguros, son ingenuas palomas, dado lo cual tomar la apuesta o emitir una póliza de seguro, es algo que de azaroso tiene muy poco porque por correr el riesgo y en la medida del mismo son las exigencias de la contraprestación.

De allí también y en el caso de las apuestas se viene a dar una situación parecida a la que se hace presente cuando, respecto al resultado de un partido de fútbol, alguien le da a otro a la hora de apostar uno o varios goles de ventaja para establecer el resultado.

La confirmación de lo escuchado, la encuentro en lo que me acabo de enterar, cual es que los tomadores de apuestas lo hacen respecto a algo que es requete riesgoso apostar, cual es si Inglaterra abandonará o no la Unión Europea, algo que en la actualidad suena a un hecho consumado.
De donde llego a la conclusión que para los adictos al juego, el que no es mi caso ya que hasta ignoro el valor de las sotas y caballos de los mazos de cartas españolas, no hay nada que no pueda ser materia de timba, y que cualquier cosa da pie para jugar.

Recuerdo así el cuento de mi tío, que lo escuchó de boca de su abuelo, el que relataba que en un pueblito de los que había en nuestro Entre Ríos profundo en circunstancias de una veda policial al juego, de esas pocas ocasiones en que la cosa iba en serio, estando reposando la taba, y al monte no se podía jugar, los pueblerinos aburridos llenaban sus ocios en ocasión de encontrarse en algún bar, apostando acerca de a cuál de los pancitos de azúcar que en esos tiempos se desparramaban prolijamente sobre un plato, en la mesa en la que se servía el café, iba la primera mosca que revoloteaba en el lugar a venir a plantar sus sucias patas. O de estar en la vereda tomando el copetín, cual era el último número de la patente del auto que primero pasaba por la calle del lugar.

Todo lo cual lo relato no en defensa del juego que me parece una calamidad, sino los trabajos sobrehumanos que se deben hacer, no ya para erradicar el juego, sino buscándolo acotar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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