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Desde chiquito no más, mi padre -porque aparte de mi tío, también lo tengo, o qué se creen- me enseñó que frente a cualquier cosa, había que hacerse tres preguntas antes de decidir lo que se iba a hacer. La primera de ellas era qué es, queriendo decir con esto cómo se llama; la segunda, para qué sirve; y la tercera lo que ella vale.

Precavido como siempre soy, aunque ello no quiere decir que me las sepa todas, recordé las tres preguntas, cuando al principio despacito y ahora que cayó en Buenos Aires con mucho más ruido, escuchaba hablar de eso que llaman G20.

Cuando pedí me explicaran ese nombre raro -que suena al de un medicamento, de una nave espacial o de un agente secreto- me dijeron que se llamaba así, porque era una reunión de los 19 países más importantes del mundo, a los que agregaba un representante de la Unión Europea.

Una doble mentira, no pude menos que pensar. Porque entre esos 19 está el nuestro, que si ya venía mal ha terminado golpeado por todos lados como si fuera una pelota de fútbol, como consecuencia de la manera que algunos de nosotros -entre los que no estoy yo, por supuesto- se comportaron en la tarde del pasado domingo, ante los ojos complacidos, porque como cosa para ver era mucho más largo y excitante que un partido, del mundo entero. Fue como si hubiéramos ido al baño a cumplir con una necesidad “plus”, y hubiéramos dejado la puerta abierta sin que se nos ocurriera que nos estaba mirando el mundo. ¿Y por qué si son 19 los estados cuyos jefes se reúnen, qué es eso de redondear la cifra convocando a alguien de la Unión Europea, que por lo que dicen las noticias cada día que pasa se sabe menos lo que es?

Me quedó en cambio claro lo que es. Una reunión pomposa, en la que los que los capos presentes firman una declaración, por lo general previamente redactada salvo que no se produzca un bolonqui de último momento, llena de metas a cumplir que por lo general se dejan sin hacerlo.

Pero me dicen también que lo más importante son en realidad las reuniones reservadas entre dos de los capos, que se reúnen mano a mano para jugar al toma y daca.

Del costo de esta cortísima movilización -se piensa que mister tramposo se quedará solo un día- mejor no hablar porque provoca pasmo. Con decir que solo con las personas que se movilizaron con cada capo se habla de más de cien mil, sin contar los policías, gendarmes y prefectos -los mismos que fueron parte del bochorno del Monumental, para darle más suspenso- y todos los miembros de lo que se conoce como la contra cumbre, que son muchísimos más y hacen diez veces más de ruido.

Lo que me queda sin saber es la reacción que puede llegar a provocar la presencia en el país, de algunas figuras como las del príncipe saudita, ahora monarca de facto de su reino, del mandamás de “todas las Rusias”, de quienes no se puede decir que son fanáticos defensores de los derechos humanos, y unos cuantos más que estoy convencido no tienen la cola muy limpia que digamos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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