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En la actualidad, y aún en gran medida entre nosotros, asistimos a una situación dentro del ámbito político, en la que se observa cómo, la palabra “tránsfuga”, viene perdiendo su viejo sentido peyorativo. Es que, en el pasado, y hasta no hace muchas décadas, se la consideraba una mala palabra y para la persona a quién se le aplicaba – de no tener la piel de la cara muy dura- era casi el peor de los insultos.

Es que el significado original de la palabra es neutro, en cuanto se limita a señalar el caso de “una persona que huye de una parte a otra”. De donde el juicio moral con el cual se la teñía - y cabe considerar hasta cierto punto que todavía ocurre- está vinculado al análisis de las circunstancias en que ello ocurre. Es por eso qué en el ámbito político, es considerada de una manera negativa, cuando se las asocia por lo general, a dos tipos de actitudes y comportamientos.

Es así, que cabe vincularla, tanto con la “inconsecuencia”, como la “deslealtad”, consideradas erróneamente casi como sinónimos, cuando se las vuelve a su forma positiva – quitándoles la sílaba inicial “in”- ya que en ambos casos con su empleo se hace referencia a “la traición”, algo que lleva a tener por traidores a quiénes no son "consecuentes" ni " tienen lealtad dan cuenta de esa característica en, en sus actitudes y comportamientos. Consecuencia y lealtad. Ser consecuente y ser leal. En apariencia se habla en ambos casos de lo mismo, pero no es así. Ya que la consecuencia en mostrarse y ser consecuente, tiene que ver con la persistencia en los principios, a los que se presta una adhesión inquebrantable; mientras que la lealtad tiene que ver con la adhesión –la que puede, y sobre todo debería ser recíproca- a una persona.

Una diferenciación que se las trae, atento al juicio moral que cabe formular, respecto a las posibles transgresiones que se dieran respecto a las normas de comportamiento que son su consecuencia. Es que, el hecho que una persona cualquiera cambie su manera de pensar –o sea sus ideas o principios desde los cuales se observa la realidad y se trata de incidir en ella mientras responda a una convicción profunda y por ende honesta- no merece condena alguna. Ya que toda persona tiene derecho a modificar su manera de ver las cosas, siempre que detrás de ese cambio no se encuentre presente, y por ende sea impulsado, por cualquier tipo de honesto interés. Mientras la traición –esa condición de una persona que no cumple su palabra, o no guarda la fidelidad debida- es siempre una manera de actuar en la que no se guarda la fidelidad debida.

Es indudables que en los momentos actuales en “los que todos los gatos parecen ser pardos – algo que en un contexto más amplio un sociólogo de origen de origen polaco, ha popularizado con la designación de “modernidad líquida”, en la que parecen haber desaparecido “todas las anclas y no queda tampoco ninguna brújula” y se ha vuelto más presente que nunca un espécimen de ser humano, que hasta exhibe un cínico y falso orgullo, ya que como lo enseña la sabiduría popular, resulta imposible calificarlo de tránsfuga y nunca podrá así ser calificado, aunque su condición es todavía más condenable que los de aquéllos que, en cuanto traidores, siempre “se presentan y actúan como oficialistas”. Concluimos, señalando nuestra expectativa que las consideraciones precedentes, sirvan para separar la cizaña del trigo, en las idas y venidas y hasta las “vueltas carnero”. observables en nuestro entorno actual.

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