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Sorprende que, aún en peligro, los intereses políticos sigan siendo la clave de la mayor parte de las decisiones económicas

Que la credibilidad de la clase política está en baja no es novedad. El affaire cuadernos apenas ha venido a confirmar lo que la mayoría sospechaba: que la corrupción parece una parte indivisible del ejercicio poder. Lejos de asumir culpas por esta falta de credibilidad, la clase política insiste en encapsularse en sí misma, como si se sintiera protegida por un aura de superioridad que poco correlato tiene en la realidad. Es más, predomina la sensación de que, aún enfrentada con hechos vergonzosos, el foco de la acción de la dirigencia sigue puesto en las mezquinas cuestiones de la política más que en la gestión, que bastantes desafíos acarrea por sí misma.

No han sido los cuadernos la causa de los males económicos que hoy nos aquejan, sino apenas un empujón adicional. La causa central está en que, por motivos políticos, no hicimos a tiempo lo que había que hacer en materia económica, y el mercado se dio cuenta.

Sí, el mismo mercado que había sido un sostén esencial del plan económico durante dos largos años, a pesar de que la economía argentina estaba plagada de muchos males (bajo crecimiento, inflación, alto déficit fiscal, un tipo de cambio atrasado y altas necesidades de financiamiento externo). El mercado aceptaba que estos males habían sido heredados y quería ayudar al Gobierno a corregirlos. El velo del dinero casi gratis en el mundo hacía más fácil la decisión de hacer la vista gorda frente a los problemas.

Pero una sucesión infausta de factores externos y desaciertos internos echó por tierra el cuento de hadas y volvió a poner el foco sobre las caras más feas de la Argentina. Los desequilibrios volvieron a los titulares y, con tasas de interés en el mundo en alza, la voluntad de financiarlos disminuyó.

El círculo virtuoso se transformó en vicioso: el riesgo-país se disparó, las acciones se desplomaron y el dólar no encontró un techo. Para peor, el proceso se retroalimenta: la volatilidad (eufemismo para referirse a una caída) del peso, los bonos y las acciones no atraen nuevos compradores, sino que ahuyentan a quienes quedaron atrapados. Todo con su correlato en la vida real: inflación, salarios retrasados y una economía frenada.

A estos males se les sumó un aumento de las dudas respecto de la capacidad del Gobierno para reproducirse en 2019, motivada por el cambio de humor en la economía. Peor: comenzaron a surgir dudas respecto de la real capacidad del Gobierno para resolver los problemas. Los inversores, que perciben que también en el Gobierno la política domina a las decisiones económicas, sienten que se minimizan algunas problemas acuciantes.

A la cabeza de estos problemas está el financiamiento para el año 2019. Es probable que el mercado exagere el riesgo respecto de la real capacidad de pago del país, pero también es cierto que el Gobierno parece subestimar la dimensión del cierre del mercado de capitales y muestra más voluntarismo que hechos concretos en este frente.

El mercado financiero no debe ser el faro que guíe la política del Gobierno, que tiene otros frentes que atender. Sin embargo, cuando el mercado financiero es un sujeto obligado para que dicha política funcione tal como fue diseñada, no se puede cometer el error de ignorar sus reclamos.

Los ánimos cambian con rapidez y es probable que eventualmente vuelva la calma y el financiamiento vuelva a fluir. Sin embargo, cuesta creer que el alivio llegue antes de las elecciones de octubre en Brasil y de las elecciones legislativas en EE.UU. en noviembre. Quizás sea tarde para la tolerancia de los mercados y de la gente.

Hoy, muchos precios de bonos y acciones son inferiores a los que había cuando Macri asumió en 2015. Se dice en la jerga que el mercado mata egos; no queda claro que el baño de humildad que suponen los precios deprimidos de bonos, acciones y de nuestra moneda haya sido acusado en el Gobierno.

La credibilidad de la política está en baja. No sólo en Argentina, sino en muchos países, los votantes no se ven representados por aquellos que en gracias a su voto detentan cargos electivos. El colmo de la mezquindad política argentina está en poner el foco sobre las elecciones de 2019. El mercado financiero nos está gritando en la cara que no sabe cómo haremos para llegar hasta 2019.
Fuente: El Entre Ríos