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“Nada es mejor que quedarse callado, cuando se olvidan de uno”. Esa era, según se afirma, la reflexión de un simpático picarón, quien mostraba su callada satisfacción, la que tenía a la vez tanto que ver con un sentimiento de alivio, como con una muestra sobrevalorada de sapiencia.

Todo lo cual, a la vez era causa y consecuencia de notar cómo los demás de su entorno, atendían de una manera obsesiva y ruidosa las trapisondas de otros como él mismo, olvidando o distrayéndose respecto a las suyas propias.

Si bien existen quienes atribuyen aquella reflexión al riojano Carlos Saúl Menem, a quién tuvimos como presidente por dos períodos, con menos suerte que Evo Morales, ya que mensajes recibidos de medios judiciales, según se afirma, lo hicieron desistir de una tercera intentona consecutiva aunque no estamos seguros de que ello sea cierto.

Aunque a él quepa vestirlo con el sayo de “simpático picarón”, una caracterización que en lenguaje actualizado sería la de “personaje teflón”, porque al decir de muchos “nunca se quema”, que es casi como decir que siempre está con la “cabeza afuera del nivel del agua”. A los que, si a la larga se los termina por poco queriendo es porque que tienen un don que hace “se les perdone – casi- todo”.

Pero en realidad, por nuestra parte no consideramos necesario tomar partido en cuestiones que cabría, con un poco de esfuerzo, considerar como de carácter psicológico. Dado que sea quien haya acuñado la frase, ha dado en el blanco. Por cuanto con todos los escándalos que han salido a la luz en estos últimos años, a los que ahora se agrega la aparición de los auténticos cuadernos Gloria, de los que hasta ahora solo se contaba con fotocopias ( muy cuestionadas por algunos de los mencionados en los mismos).

La verdad es que nuestro expresidente, y ahora senador nacional con vocación de permanencia “in aeternum” –no en balde ha llegado a los 88 años-, ha sumado a una figura que se ha vuelto casi fantasmal como consecuencia de sus raras visitas al Congreso, el hecho que sus propios escándalos vean reforzada la poca atención que se le presta.

Una circunstancia que es, debe reconocerse, de aquellas que –por otra parte- es mejor dejar pasar, o disimularla, si es que se la tiene en cuenta; ya que no son pocos los justicialistas que lo votaban en las dos últimas décadas del siglo pasado, que hacen lo indecible para que no se lo mencione a don Carlos Saúl. Todo sin a la vez de señalar que, inclusive, se da el caso de quienes dicen no recordar, cuando se los interroga acerca de si alguna vez lo acompañaron con su voto.

Y aquella primera consideración, sea cual fuere su autoría, viene al caso ya que desde hace más de dos décadas que existen una serie de causas en la que su rol, va desde la mera imputación hasta la condena, aunque todavía ella no haya adquirido el carácter de firme; sin olvidar aquellos casos en los que se lo ha procesado por la existencia de semiplena prueba de los hechos incriminatorios.

En ese listado hay una graduación, teniendo en cuenta el carácter de la acción y cuál es el “bien jurídico tutelado”, como les gusta decir a los penalistas, que guarda un lejano parecido con la categorización que la doctrina católica hace de los pecados, al diferenciarlos entre veniales y graves.

Es así como se está en condiciones de elaborar una secuencia en esas causas, en la que para nuestros propósitos no se hace necesario distinguir en el diferente avance de las mismas, mientras no cuenten con sentencia firme.

Y de ello resultan las siguientes causas, en las que la investigación es en cada caso, por los siguientes hechos: (i) venta de armas a Croacia y Ecuador (fecha inicio 1995); (ii) pago de sobre sueldos a ministros y funcionarios diversos por debajo de la mesa (1998); (iii) venta del predio de la Sociedad Rural en Buenos Aires a un precio más bajo que el de mercado (2010); (iv) encubrimiento por desvío de la investigación en el atentado contra la Amia, que el 18 de julio de 1994 terminó con la vida de 85 personas (2008); (v)causa de enriquecimiento ilícito (2014) en la que se lo investiga junto a su ex pareja Cecilia Bolocco y al ex titular de la Casa de la Moneda, Armando Gostanián, por los delitos de enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y omisión en las declaraciones juradas; (vi); por la firma de un contrato de la Secretaría de Comunicaciones y la Comisión Nacional de Comunicaciones con la firma Thales, perjudicial a los intereses del Estado Nacional para el control y seguimiento de emisiones el espectro radioeléctrico(2001): (vii) explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero, el 3 de noviembre de 1995.

Admitimos que la enumeración puede incluir algún error y que puede haberse producido alguna omisión en un listado de siete causas, pero esa circunstancia no resulta necesaria a nuestro propósito, ya que con los simpáticos picarones no cabe el ensañamiento. Ese ensañamiento que en realidad no cabe con ninguna persona aunque sea un reo de lesa humanidad, y que me parezca tan solo perdonable haciendo un enorme esfuerzo de misericordia el atentado de Río Tercero.

Porque lo que en realidad es motivo de nuestra inquietud mayúscula es la actuación de la justicia, no solo en esos casos -donde imaginamos a los jueces decirse “lo mejor es esperar a que se muera, ya que estamos segurísimos que la Justicia Divina es infinitamente mejor que la nuestra”- sino en tantos otros casos en que se ve cómo los expedientes se demoran y demoran, y se siguen demorando una y otra vez muchos de ellos se los ve volver a recomenzar, sin que la justicia apoltronada cambie su paso cansino y aguce el ingenio.

Dicho todo esto con el máximo respeto, pero a la vez con una tristeza infinita, porque se ha vuelto casi una burla el escuchar afirmar que la “justicia lenta no es justicia”, o el escuchar aludir a “una única vara” frente a lo que ocurre en una infinidad de casos.

De donde lo único que queda en pie en el ámbito de esa fraseología a la que hemos visto en forma creciente vaciada de todo su contenido, es la que afirma que “una sociedad sin justicia deja de serlo”.

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