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En el día en que recordamos el paso a la inmortalidad del General Martín Miguel de Güemes, una profesora concordiense repasa la vida del prócer del norte, único General muerto en acción bélica en las guerras de la independencia.

Por Rosa María Reissenweber

Asociación Cultural Sanmartiniana filial Concordia.

El mes de junio nos remite a los colores de nuestra bandera nacional, por su celebración en la fecha en que su creador se apagó, el 20 de junio de 1820. La vida de Manuel Belgrano estuvo marcada por el servicio a la Patria, en el ejercicio de los roles que demandaba ese momento histórico. En uno de ellos, como Jefe del Ejército del Norte, conoció una forma de lucha particular de gran eficacia en el agreste escenario de la frontera altoperuana, y fue el primero de un ejército regular en valerse de ella.

Se trataba de las huestes montadas, con armamento precario y seguidoras de un jefe que los acaudillaba, conocidas como montoneras. Estaban integradas por paisanos expertos en desplazamientos rápidos en una geografía accidentada de montañas y quebradas, clima riguroso y enmarañada vegetación espinosa.

Martín Miguel de Güemes, el prócer indiscutible de esta forma de hazaña bélica en la defensa del noroeste, también dejó este mundo en junio, un año después, el 17 de junio de 1821. Pasó a la historia como el General de las acciones que Leopoldo Lugones popularizó como Guerra Gaucha, el líder del casi legendario Cuerpo de los Infernales, en una misión por la causa de la independencia sudamericana, hasta perder la vida a los 36 años de edad.

Nació en Salta el 8 de febrero de 1785, de padre español y madre jujeña, Magdalena Goyechea, gran colaboradora en las luchas por la emancipación. Estudió en el Colegio de San Carlos, luego ingresó en la compañía del regimiento Fijo en Salta; con él luchó contra las invasiones británicas en 1806 y 1807.

Con el cargo de Teniente, descolló como jinete y Liniers lo nombró su edecán, cuando marchó al frente de la caballería en el abordaje del navío inglés “La Justina”, varado por una bajante del Río de la Plata. Al frente de sus gauchos, desplegó destreza e intrepidez con revoleo de lazos en ataques inéditos, que generaron sorpresa y asombro entre los disciplinados marinos ingleses.

Al producirse el movimiento de Mayo, desde Salta se incorporó a la causa revolucionaria y con una partida de sus hombres se convirtió en el “oficial infatigable” en la defensa de la Quebrada de Humahuaca; también participó en Suipacha, la primera victoria de las armas de la Patria. Incansable soldado, lo vemos en el primer sitio de Montevideo y de nuevo en Salta, donde San Martín le confió la misión de organizar y conducir las partidas gauchas de hostilización continua ante los avances realistas.

El año 1813 había sido crítico, luego de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, ante la posible confluencia realista desde el Alto Perú, Montevideo y Chile. A esa situación respondió el nombramiento de José de San Martín al frente de un cuerpo auxiliar del Ejército del Norte, cuyo jefe era Manuel Belgrano; el histórico encuentro de Yatasto permitió el abrazo de los dos grandes hombres. Como brillante estratega, San Martín apreció las aptitudes militares del vencedor de la batalla de Tucumán y, en el intercambio de ideas, la experiencia que le transmitió. Experto en guerrillas por su formación en España, valoró la información de Belgrano sobre su eficacia en el paisaje altoperuano, admiró la actuación de las partidas gauchas y descubrió las condiciones excepcionales de Martín Miguel de Güemes. El salteño descollaba tanto por su conocimiento de la vida de campo y de la geografía de los cerros, como por su relación, trato y ascendiente con los hombres de la región, a los que contagiaba su fervorosa adhesión a la causa emancipadora.

Inspiración de Belgrano, planificación estratégica de San Martín, organización y concreción de Güemes con su pueblo norteño, la “guerra gaucha” se puso en marcha, para hacer a la región intransitable para el invasor y en palabras de San Martín “no se necesita un soldado: sobra con la gauchada para que se mueran de hambre.”

Se convirtió en un brazo vital para el Plan Libertador de San Martín, mientras preparaba el Ejército de los Andes, liberaba Chile y marchaba a Perú, Güemes y sus ágiles jinetes controlaban una región que conocían como la palma de su mano, mediante ataques sorpresivos, rápidos y permanentes, sin dar batallas decisivas. Su efecto era desgastante y desmoralizador para las disciplinadas tropas del rey, que padecían la intrepidez de esos ataques que diezmaban su potencia. Constituyeron un verdadero muro para ese avance obstinado y poderoso, que hubiera puesto en peligro al Congreso de Tucumán y a todas las provincias que declararon la independencia.

Así como San Martín y su Plan Libertador padecieron la incomprensión, el retaceo de apoyo y las mezquindades del Gobierno Directorial, también lo padeció Güemes con sus urgencias ante la presión de los ejércitos enviados desde Perú. Esa situación lo había llevado, como Gobernador de Salta desde 1815, a exigir esfuerzos financieros a algunos sectores de la población, lo que generó progresivas resistencias. Es preciso destacar que había sido electo Gobernador por el pueblo salteño, en una espontánea elección, autónoma del gobierno central. Desde el principio, organizó defensivamente el territorio con partidas de guerrillas montadas, para poner la ciudad a salvo.

A partir de entonces hasta 1819, puso freno a intentonas poderosas de los realistas; fue el período de mayor actividad para sus ataques estratégicos, a lo que se sumó la conflictiva relación con el jefe del Ejército del Norte, derrotado en Sipe Sipe.

El triste panorama del año 1820, en que el Directorio priorizó la lucha contra el Litoral por sobre la emancipación, fue durísima para San Martín, que desobedeció sus órdenes; también lo fue para Güemes, que sumó al frente de opositores a algunos salteños y a Bernabé Aráoz de Tucumán. Si bien, en medio de tales adversidades, recibió el mayor voto de confianza de José de San Martín, que lo nombró jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. Así se podría concretar el movimiento de pinzas, Güemes desde el noroeste y San Martín desde Lima, a través del Pacífico, para sofocar el foco del Alto Perú.

Los intereses y las rencillas internas capitalinas no quebraron las voluntades, las demoraban; pero hacían difícil la situación del jefe norteño y el control de las resistencias. A la falta de apoyo le siguió la traición de quienes confabularon con los propios españoles, única forma de frenar tanta energía. El 7 de junio de 1821 las fuerzas complotadas ocuparon Salta y Güemes fue herido por la espalda; falleció el día 17 rodeado por sus hombres, mientras Buenos Aires recibía con alivio la noticia de la desaparición del hombre que la había puesto a salvo de una recuperación española.

Su empuje y su arrojo se mantuvo vivo en sus hombres y en su hermana Magdalena Dámasa, Macacha “la madre del pobrerío”, quien había sido siempre su tenaz asistente, tanto en la vida pública como en la militar. En cambio, su esposa Margarita del Carmen Puch, no pudo soportar su pérdida y falleció antes del año de su muerte. Ella había sido parte del grupo de mujeres y familias que habían contribuido con la causa de diversas formas, no sólo con bienes materiales, también con actos de espionaje.

Al cumplirse 201 años de su muerte, recordemos que Martín Miguel de Güemes, único General muerto en acción bélica en las guerras de la independencia, descansa en la Catedral de Salta.
Fuente: El Entre Ríos

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