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Mañana se cumplirán 19 años de la denominada tragedia de LAER. No es un aniversario con una cifra redonda, pero el accidente de aviación ocurrido el martes pasado en el Río de La Plata, a 10 kilómetros de Carmelo (Uruguay), cuando se derrumbó una avioneta extrañamente sobre las aguas, hizo ineludible traer presente en la memoria el episodio que el 2 de junio de 1995 cobró seis víctimas.

Una de las voces que reconstruyó aquella trágica jornada ante EL DIARIO es la de Nelson Borgello, un despachante que desempeñaba tareas en el Aeropuerto Jorge Newbery. A casi dos décadas, el hombre que aún presta servicios en Líneas Aéreas de Entre Ríos (LAER) recordó con precisión la noche cuando el avión Cessna 402 B, matrícula LV MIU, con siete personas a bordo, quedó fuera del radar de la torre de control, y erizó la piel de varios veteranos trabajadores aeroportuarios en esa invernal jornada.

“Me acuerdo todo”, afirmó el trabajador antes de sumergirse en los detalles de aquel fatídico día.

El último pasajero. Borgello, oriundo de Paraná, en ese momento trabajaba en el Aeroparque Metropolitano de Buenos Aires de lunes a viernes. Su tarea era poner en condiciones las naves antes del despegue. Como todos los días, a las 7, partía un avión de Paraná con destino a Buenos Aires. Y el regreso, se producía en dos ocasiones: en los vuelos de las 17 y las 19.30. Pero ese día había otro vuelo programado en el cronograma de la tarde, con un avión de LAER, pero no para prestar el servicio regular de pasajeros. La nave había llegado en la jornada anterior con un grupo de personas que estaban interesados en hacerse cargo de la aerolínea entrerriana. Ese vuelo debía regresar a esta capital ese mismo viernes (ver aparte).

Borgello, que debía volver a Paraná para pasar el fin de semana con su familia, pudo haber subido a esa aeronave luego de que quedara sin lugar en el vuelo comercial de las 19.30. Esa misma tarde, del 2 de junio, apareció en escena quien luego resultó ser una de las víctimas, el dirigente Walter Grand.

“Había llegado tarde para tomar el avión de las 17 y me pidió si podía regresar en el de las 19.30. La verdad que no había lugar, pero insistía porque tenía una reunión importante en Paraná y tenía que volver ese día. Fue ahí que le pasé el dato a Hugo Frances (el piloto) y decide traerlo en el vuelo de las 18”, que no era de los viajes ordinarios, recordó el hombre.

Horas fatídicas.La aeronave despegó a las 18, como estaba previsto. Borgello siguió haciendo sus cosas ya para cerrar la jornada y volver a la ciudad en colectivo. “Pasaron como unos 15 minutos y me llaman de la torre de control para decirme que el avión que piloteaba Frances no respondía”, contó. En esa primera información no hubo paranoia, pero el hermetismo y la preocupación se activaron al instante. “Quizás cuando la aeronave se estabilice en el aire podremos tomar una comunicación”, fue más o menos el diálogo de Borgello con el encargado de la torre de control. Pasaron unos minutos más y una información puso en alerta a todos: Desde Rosario llegaba la noticia de que desde allí no podía rastrear el vuelo. Casi en simultáneo Borgello ve señas que le hace un trabajador que operaba en la rampa, ya casi en la zona del puerto.

Ahí le comunica que un avión había caído en el Río de la Plata luego de acuatizar. Se encendieron las alarmas de todo la terminal aeroportuaria.
En el trágico episodio fallecieron Frances; el copiloto, Claudio Gamarra; el presidente de la empresa, Raúl Schwartztein; así como los pasajeros Grand, Luis Jorge Gatcher y Jorge Ardíssono. Roberto Romanelli fue el único sobreviviente. Tras el impacto sobre las aguas, nadó alrededor de 1.500 metros hasta llegar cerca de Punta Carrasco, a metros de la cabecera sur del Aeroparque Jorge Newbery.

En la justicia. Las causas del accidente parecieron esclarecerse en marzo de 1996, cuando el juez Rodolfo Canícoba Corral –a cargo del Juzgado en lo Correccional y Criminal Nº 6–, encontró como “posible” responsable del incidente al piloto de la aeronave y archivó el expediente. Sin embargo, la investigación continuó, después de que un grupo de familiares de víctimas del accidente resolvieron apelar el fallo ante la Cámara Federal. Por su lado, los peritos de parte (representados por los expertos mexicanos Carlos Jiménez y Manuel Pérez Iñigo) detectaron desperfectos técnicos en la aeronave, que provocaron el desprendimiento de una hélice –reparada un año antes– y obligaron al piloto a acuatizar sobre al ala izquierda. El avión había sido descartado para viajes oficiales, porque perdió combustible durante un vuelo que había realizado el ex gobernador Mario Moine hasta la provincia Misiones.

A través de un dictamen, el 21 de marzo de 1996 Canícoba Corral mandó a archivar la causa indicando que no hubo delito, sino que la tragedia se debió a la falla humana de su piloto. Para el juez federal, Frances realizó un viraje sin haber alcanzado altura suficiente después del despegue.

La apelación de la familia logró en junio de ese mismo año reabrir la causa, aunque la investigación no prosperó. En 1997 se cerró definitivamente aduciendo que el accidente se había producido por fallas humanas. En el expediente se lee que desde la torre de control se pidió al piloto que abandonase la dirección de la perpendicular a la pista recibiéndose su conformidad y que, sin alcanzar la altura que se le habría indicado, después de girar a la izquierda, la aeronave se precipitó al agua a aproximadamente 1.200 metros de la dársena F de Puerto Nuevo de Capital Federal.

La última noticia judicial se conoció el 24 de agosto de 2006. La Corte Suprema de Justicia de la Nación falló a favor de familiares de los fallecidos que reclamaron un resarcimiento económico. Lo hicieron en una acción civil contra la el gobierno provincial y la empresa aérea.

Cronología

* El viernes 2 de junio, día en que ocurrió la tragedia, EL DIARIO publicó como nota central en la tapa un encuentro encabezado por el gobernador Mario Moine en Casa de Gobierno en el que se firmó el “acuerdo de transferencia” de LAER SA a UTE Salero II.

* El 3 de junio aparece en la portada de este matutino el siguiente titulo: “Son seis los desaparecidos por la caída de la avioneta de LAER”. Un poco más abajo, se anunciaba, con letras resaltadas, que había un sobreviviente que salvó su vida tras nadar 2.000 metros. Al lado ilustraba la nota una infografía de cómo pudo haber sido la maniobra de la aeronave. En ese mismo número se informaba sobre la posibilidad de que uno de los motores de la aeronave se haya detenido.

* “Es infructuosa la búsqueda de los seis desaparecidos con el avión de LAER”, es el titular central a dos días de la tragedia. Más de 200 efectivos participaban en las tareas de rescate, se informaba en el interior de la edición. Ana Soler, mujer del piloto, daba su testimonio a esta Hoja y aseguraba que la “máquina falló”. Fue una de las más fervientes militantes para que se investigue el hecho.

* El tema siguió en la tapa del centenario diario. El 5 de junio el título central dio cuenta de que Romanelli (el único sobreviviente) y otros dos testigos colaborarían en la búsqueda.

“Fue nadar duro entre la vida y la muerte”

El único sobreviviente de la tragedia de LAER, Roberto Romanelli, en cierta oportunidad narró los hechos y qué significó en su vida.

“La enseñanza más fuerte fue la determinación del ser humano para salir de una situación de crisis cuando se da cuenta de que la ayuda, de afuera, no llegará”, comentó en una charla en la que se abordaron experiencias en situaciones límite.

Del accidente mismo, recordó el momento en que el avión despegó y el golpe que, dos minutos más tarde, lo dejó en shock. Acto seguido, se recordó ya en el agua, y cómo ingresaba por todos los rincones de la cabina del Cessna.

Romanelli se salvó gracias a lo ajustado que llevaba el cinturón de seguridad. Una vez liberado, tiró de una palanca y salió del avión. Fue un momento clave, ya que debió vencer con su corpulencia la fuerza del agua que presionaba para ingresar a la nave.

“En el río, tomé conciencia del accidente y me entró la desesperación”, narró. Su primera reacción fue sumergirse en busca de los demás. Pero la noche y la lluvia no le dejaban ver. El sobreviviente dijo que sabía que tenía las horas contadas para no morir de hipotermia. No fue sencillo continuar. Tenía puestas botas texanas que le imposibilitaban nadar. “Estuve cerca de 40 minutos intentando sacármelas y no podía. Tragaba agua y me hundía. Hasta que pensé: ‘Me entrego’”, relató.

El miedo. Según evocó, fue la imagen de su hija, diciéndole “Tengo miedo de que algún día te pase algo y no vuelvas”. Este pensamiento le dio fuerzas para lograrlo. Tras una hora y media de nado ininterrumpido por un Río de la Plata picado llegó a Punta Carrasco con una temperatura de 26º en su cuerpo, al límite en el que los órganos dejan de funcionar. Los días posteriores fueron días de angustia, pesadillas y malos recuerdos que, cada tanto volvieron a su memoria en situaciones de estrés o mucho cansancio.

“Fue una gran experiencia de vida”, definió Romanelli, quien reconoció que el accidente exacerbó su tesón y su perseverancia. “Para mí no existe la expresión ‘No puedo’”, aseguró. Además, contó que cambió su escala de valores y sumó la fecha del accidente como nuevo cumpleaños. “Perdí el miedo a la muerte”, sintetizó.
Fuente: El Diario

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