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En las últimas horas, Infobae Cultura publicó el inicio de la nueva obra de la exitosa escritora entrerriana con proyección internacional, editada por Penguin Random House, como anticipo a sus lectores poco antes de salir a la venta. “Hace poco terminé una novela, que se llama ‘No es un río’, que venía escribiendo y abandonando desde hacía varios años”, había adelantado a El Entre Ríos en el mes de mayo.

Autora de “El viento que arrasa” y “Ladrilleros”, el flamante libro viene a cerrar la “trilogía de los varones” que escribió. “Así como las otras dos novelas, ésta también tiene personajes varones y está concentrada en los lazos de la masculinidad, lo varonil, las alianzas que se tejen entre varones”, anticipaba cuatro meses atrás.

“Iba a salir este año, pero ahora con este asunto de la cuarentena, todavía no tengo fecha. Si no sale este año, saldrá el que viene”, había dicho en su momento referente a publicar en tiempos de Covid-19.
Primeras líneas de la novela
Enero Rey, parado firme sobre el bote, las piernas entreabiertas, el cuerpo macizo, lampiño, el vientre hinchado, mira fijo la superficie del río, espera empuñando el revólver. Tilo, el muchachito, arriba del mismo bote, se dobla hacia atrás, la punta de la caña apoyada en la cadera, girando la manivela del reel, tironeando la tanza: un hilo de brillo contra el sol que se va debilitando. El Negro, cincuentón como Enero, abajo del bote, metido en el río, con el agua hasta las pelotas, también doblándose hacia atrás, la cara colorada por el sol y el esfuerzo, la caña arqueada, desenrollando y enrollando la tanza. La ruedita del reel que gira y la respiración como de asmático. El río planchado.

Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que se despegue.

Después de dos, tres horas, cansado, medio harto ya, Enero repite las órdenes en un murmullo, como si rezara.

Se marea. Está adobado por el vino y el calor. Levanta la cara, los ojitos rojos, hundidos en el rostro inflamado, se le encandilan y ve todo blanco y se pierde y se quiere agarrar la cabeza y se le escapa un tiro al aire.

Tilo, sin dejar de hacer lo que está haciendo, tuerce la boca y le grita.

¡Qué hacés, asoleado!

Enero se repone.

No pasa nada. Ustedes sigan. Muévanla, muévanla. Zaranden, zaranden. Que se despegue, que se despegue.

¡Sube! ¡Está subiendo!

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Enero se inclina sobre el borde. La ve venir. Un manchón bajo la superficie del río. Le apunta y dispara. Uno. Dos. Tres balazos. La sangre sube, a borbotones, lavada. Se incorpora. Guarda el arma. La ajusta entre la cintura del short y el lomo.

Tilo desde arriba del bote y el Negro desde abajo del bote, la levantan. La agarran por los vo-lados grises de la carne. La tiran adentro.

¡Guarda la chuza!

Dice Tilo.

Agarra la cuchilla, separa el espolón del cuerpo, lo devuelve al fondo del río.

Enero apoya el traste en el asientito del bote. Tiene la cara sudada y siente un zumbido en la cabeza. Toma un poco de agua de la botella. Está tibia, toma igual, tragos largos, y el resto se lo echa en la mollera.

Trepa el Negro. La raya ocupa tanto lugar que casi no hay dónde poner el pie sin pisotearla. Le calcula unos noventa, cien kilos.

¡Fiera la bicha vieja!

Dice Enero, dándose una palmada en el muslo y riendo. Los otros también se ríen.

Dio pelea.

Dice el Negro.

Enero agarra los remos y enfila para el medio del río y después tuerce e l rumbo y sigue remando, orillando la costa hasta donde armaron campamento.
Almada y el río Paraná
Oriunda de Villa Elisa y radicada desde hace 20 años en Buenos Aires, “a veces, lo que necesito es ver el río”, decía al ser consultada desde El Entre Ríos respecto a qué extraña de vivir en la provincia.

“Nací y me crié en Villa Elisa, donde no hay río, aunque está cerca de la costa del Uruguay; así que mi experiencia más cercana fue con el Paraná cuando me fui a estudiar a esa ciudad y viví casi diez años allá. Ahí empezó como un amorío fuerte con el río Paraná, que a veces me hace falta”.

Y no importa en qué tramo, según contó: “Puede ser en Paraná, Rosario o Corrientes, pero necesito su paisaje”.

“En Buenos Aires, más allá de que tenemos el Río de la Plata, no hay ese mismo lazo de los habitantes con el río; de hecho, la ciudad está de espaldas al río, entonces no hay una vida costera tan intensa”, cotejaba por entonces.
Fuente: El Entre Ríos

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