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Débora Viden Otegui es una kinesióloga oriunda de Victoria, y en los primeros días de enero, escaló más de 3.000 metros de altura para llegar hasta la cima del volcán Lanin.

"En esta aventura es fundamental la concentración. Los guías nos aconsejaban siempre que no estemos ansiosos, que no pensemos en la cima, sino que disfrutemos", recordó ahora la kinesióloga, sentada cómodamente en su consultorio.

El Lanín es un volcán cónico de gran altura ubicado al sur de nuestro país y Chile. Su altura es de 3776 metros sobre el nivel del mar y conquistarlo representa un desafío para todo tipo de aventureros.

"Busco descansar y busco desafíos. En este caso, realicé el ascenso al volcán Lanín porque, reconozco, soy un poco extremista y busco picos altos. Además, está cerca de Junín de los Andes y cuando uno va llegando ya ve el pico, imponente", respondió cuando Paralelo 32 le preguntó qué la había movilizado para realizar tal hazaña.

"En esta aventura es fundamental la concentración. Cualquier paso en falso puede ser trágico", rememoró. "Ya a los tres mil metros mi cuerpo dijo basta, porque no solamente mi cuerpo hacía fuerza para escalar, sino que también llevaba el peso de la mochila y el centro de gravedad cambia", continuó.

"Nunca pensé que el volcán era tan empinado, pensé que habían caminos o senderos internos, pero no. Si no fuera por los crampones...", reconoció.
Sobrepasar las nubes
La victorense realizó la travesía entre el 14 y el 15 de enero; el primer día llegaron a un refugio y descansaron; el segundo, por fin logró su meta. Una vez que llegaron a la cima, notó que habían sobrepasado las nubes y se dejó ganar por el paisaje. "Cuando hicimos cumbre vi que las nubes estaban por debajo. También, superamos el vuelo de los cóndores y contemplamos los cerros y los lagos. Fue hermoso", enfatizó.

Llegados a este punto, el heterogéneo grupo formado por personas de entre 16 a 53 años, tiene que descender. No hay tiempo para descansar, pues los protocolos indican que la travesía tiene que realizarse en dos días.

El descenso también tiene lo suyo, pues Débora debe comedir sus pasos en el camino escarpado para no resbalar en una huella de algún compañero. En determinado momento, los guías deciden ganar tiempo y les brindan a los aventureros elementos para bajar más rápido y deslizarse con el localmente conocido "culipatín". Esto retrotrae a la victoriense a su adolescencia en la ciudad de las siete colinas.

"No me arrepiento, pero no lo volvería a hacer", admite Débora entre risas. Ocurre que este viaje la llevó al límite de su fortaleza física sumado al riesgo perpetuo del paso en falso. Pero todo el esfuerzo de la quinesióloga se tradujo en conquistar una mole fría e indómita, poner a prueba sus sentidos y su mente, y vencer las ganas de renunciar. Además de un viaje en el espacio, la aventura la retrotrajo, también, en el tiempo. Y se llevó una lección de vida: "Los guías, que eran muy profesionales y se movían como pez en el agua, nos aconsejaban siempre que no estemos ansiosos, que no pensemos en la cima, sino que disfrutemos (si se puede disfrutar, ja, ja) del viaje". Sin dudas Débora continuará aplicando ese consejo para alcanzar otras simas en su vida.
Fuente: El Once

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