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Dicen que dicen, que alguna vez se pudo escuchar el dialogo de dos personas en la adultez madura, amigos entre sí desde siempre y de manera inquebrantable, ubicados a ambos lados de esa “grieta” que a todos parece obsesionar, los cuales extrañamente no adoptaron ninguna de las dos posturas mayoritarias en este tipo de casos por la generalidad de nosotros. Con lo que se quiere significar, que no dejaron de ocuparse en sus charlas de la actualidad política, a diferencia de lo que sucede en el seno de muchos familias o de grupos de amigos con oposiciones opuestas en la materia, de manera de no deteriorar seriamente -cuando no romper- vínculos nacidos de un convivir de toda la vida; o lo que es peor aún dejarse ganar por una enemistad hosca que lastima.

En tanto en el caso de los amigos de marras, según la versión que ha llegado hasta nosotros, era frecuente que el dialogo del desencuentro, en tiempos del segundo gobierno de Cristina Fernández, quedara concluido, aunque no zanjado ni menos resuelto, por las palabras del identificado hasta el enamoramiento con aquella y todo su gobierno, en lo que parecía un acuerdo tácito entre ambos de dejar de lado ese intercambio, cuando aquel pronunciaba unas palabras cuyo significado era que, por ese día “no se hablará más del tema”.

Esas palabras que dejaban ese diálogo, repetido hasta volverse interminable, en suspenso, no eran otras que la que se ponía de manifiesto el argumento de que “no es posible que en todos estos años se hayan hecho todas las cosas mal, ya que debe haber por lo menos una, entre las muchas, que debes reconocer que se hicieron bien”.

Argumento que invariablemente, tenía al silencio por respuesta, salvo en una ocasión -que pudo llegar a ser dramática si el que de esa manera machacaba con el mismo latiguillo entrando invariablemente el silencio por respuesta, no hubiera guardado una encomiable compostura, cuando aquel que lo escuchaba siempre en forma silenciosa, no se hubiera salido de las casillas, vaya a saber porque circunstancias anteriores y ajenas al encuentro, y de una manera inusitada se lo escuchó pronunciar unas palabras, que puso punto final a la tenida, pero afortunadamente ni al dialogo ni a la amistad tan entrañablemente preservada: “ puedo admitir que si el gobierno que defiendes pudo haber hecho algo bien, de cualquier manera de ser así lo hizo en función de malas razones”.

Lejos está de ser nuestra intención tratar de una manera tardía una discusión de este tipo, máxime cuando las mismas no llevan a ninguna parte y terminan invariablemente sin vencedores ni vencidos, aunque muchas veces con contrincantes enojados, si no se parte del principio que tantas veces no se tiene en cuenta, que lo que mal se interpreta como una “discusión de política”, no puede ser un debate, sino un mero “intercambio” despojado de calificativos que pueden llegar a considerarse ofensivos, sobre temas de esa índole.

De cualquier manera no podemos por nuestra parte dejar de admitir, que quienes ahora han llegado al gobierno dan la impresión de que se debe permitirnos considerar no equivocada, que al volver lo hacen con el convencimiento de que en su anterior paso por el poder hicieron “todo bien”, y por lo mismo nada de lo que hicieron es materia de reproche alguno.

Una interpretación de la actual gestión nacional, que explica que se trate de volver las cosas para atrás, de manera que en algún momento se pueda afirmar, como lo dijo algún poeta, que “todo ésta como era entonces”. De donde hasta que deberían agradecer al gobierno de Cambiemos, que hasta se puede decir que le facilitó al actual, su determinación “restauradora” con su política –tales son sus dichos- de “tierra arrasada”. Ya que en una interpretación extrema, esa expresión vendría a significar una que ni siquiera tiene escombros.

Las mismas caras, las mismas actitudes y objetivos.

En suma una vuelta atrás, que para el país, habrá muchos que la consideren como “una reculada”; sin advertir que esta manera de ser pendular, hace que este tipo de movimiento, que en este caso no son corpóreos, es una fatalidad bien nuestra.

Teniendo en cuenta el latiguillo del admirable cristinista al que más arriba hemos hecho referencia, cabría interpretarlo desde su perspectiva que “algunas cosas” hicieron mal durante su anterior paso, por el gobierno. Y que ahora todo lleva a la impresión de que “es como si no hubiera sucedido”, dado que “la ley de las mayorías”, se pretende con aptitud para borrar todo yerro y toda culpa, inclusive si implican comportamientos delictivos, y a esa circunstancia lleva a los amigos “del relato” no a que sea materia del olvido –no otra cosa es una “amnistía”-, sino que se debe tener eso que ha sucedido, como si nunca hubiera existido.

Debe advertirse que en todo lo aquí escrito, nos hemos abstenido de dar nombres ni entrar en una minuciosa descripción de hecho alguno. Una actitud que guarda un lejano parecido, con el cuestionado dicho de que “perdonar, no es olvidar”. Donde “el no olvidar no significa” ni mantener una herida abierta ni seguir golpeando “sobre la matadura”, sino mantenerse en guardia y alerta como actitud meramente preventiva a la vez que despojada de todo encono.

Pero al mismo tiempo sin dejar de señalar que, todo proceso de sanación – como es el necesario para acabar con los “males del odio” y todas sus consecuencias- exige del reconocimiento de la falta y su reparación en la medida en que ella sea posible, y de no ser así, buscar alternativas compensatorias, y poner de allí en más, el cuidado de no volver a golpearse con la misma piedra.

De donde la pregunta que queda abierta, es aquélla que interroga acerca de si estamos todos nosotros, comenzando con los que tiene responsabilidades de conducción y hasta de liderazgo, haciendo hasta lo indecible, para ajustar nuestras prácticas a esas pautas.

Y es precisamente por eso que no podemos sino dejar nuestra preocupación, tal como ha quedado señalado, al observar actos de gobierno que se ubican fuera de ese encuadramiento.

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