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La famosa “grieta” de la que tanto se habla, pero sobre todo que nos duele y lastima, en cuanto generadora de encono y crispación, puede llegar a provocar el desmadre de la campaña electoral.

Algo que parece vislumbrase de una manera más clara que la habitual en su apenas reciente comienzo, y que corre la amenaza de adquirir creciente virulencia sino nos detenemos, aunque mas no sea por un instante, a medir las consecuencias ominosas de los comportamientos deplorables en que ese desmadre, más que conjetural, pueda producirse.

Las imágenes televisadas, hace de esto muy pocos días, de tres o cuatro facinerosos arrancando y destrozando carteles de propagada, que no eran precisamente los habituales en el caso de las tradicionales pegatinas de paredes; sino que se trataba de unos informes incorporados a la más coqueta y moderna infografía, es un primer ejemplo que alimenta ese temor. Ocurrió esto en la ciudad de La Plata, en lo que se mostraba como un evidente preanuncio de esa posibilidad, por el desparpajo criminal de quienes actuaban así a pleno día. Máxime cuando en imágenes emitidas por la televisión y que se tomaron en la misma ciudad puede verse a los cuatro ocupantes de un automóvil, y otros dos que se movían en una motocicleta descender de sus vehículos para atacar a un grupo de personas, de esas que se las ve sentadas en sillas plegables en torno a sillas de las mismas características, en una esquina cualquiera, con la intención de entregar volantes, boletas y folletería política a los pasantes por el lugar que terminaron todos ellos, junto con las sillas y la mesa patas arriba, después de la arremetida.

Y en uno y otro caso, dando la impresión que los violentos no eran activistas comunes –debe tenerse presente que de una manera deliberada, para que no se nos impute la atribución de banderías, no hablamos de “militantes”, un término que se ha vuelto faccioso, después de su apropiación por parte de un sector de la ciudadanía- sino de otra cosa distinta, ya que mostraban un no lejano parecido con aquellos que identificamos como “barras bravas”.

Y no contribuye indudablemente sino a calmar las aguas, dicho de una forma más adecuada a apagar las llamas, el apresuramiento incomprensible con el que la ministra de Seguridad de la Nación atribuyó una simpatía política al piromaníaco que con el propósito de incendiar el automóvil del Intendente Municipal de Basavilbaso, estacionado en el garaje de la vivienda de éste, no solo vio consumada su intención, sino que a la vez prácticamente destruyó toda la casa.

Y hacemos referencia a un apresuramiento incomprensible, porque esa afirmación que no tiene nada de esclarecido juicio, fue hecha pública cuando nada se sabía acerca de cómo habían ocurrido las cosas, ni cuál era la explicación de la agresión, respecto a cuya motivación existirían, según nuestras fuentes, versiones encontradas.

Dado lo cual ha sido prudente que en ocasión de la visita de ayer del Presidente a esa ciudad entrerriana para expresar su solidaridad para con el actual funcionario agredido, en ocasión de su preanunciada visita a Oro Verde, se haya limitado sin entrar en detalles, a señalar la situación grave que se da cuando se mezclan política y violencia, a la vez que con su presencia poner de manifiesto una expresión de aliento a un correligionario vapuleado.

Es que estos tiempos de elecciones, los mismos en que otrora según un dicho popular se ponían “saludadores los doctores”, lo mejor es mantener la boca cerrada y cuidarse de hablar lo que sea pertinente y confirmado, guardándose de hacer nada que ni siquiera se pueda parecer a una morisqueta.

Todo esto, como forma que, concluida la seguidilla de elecciones, podamos repetir sin remordimientos ni hipocresía, la re-manida frase que alude al baño que nos hemos dado de democracia en estos largos y decisivos meses.

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