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Seguramente todos hayamos escuchado más de una vez aquello de que ¨usaron un bazooka para matar un mosquito¨. Frase que en realidad hace alusión a una acción desmedida o excesiva para resolver un problema, con otra solución más económica y menos destructiva al alcance de la mano.

La analogía le viene como anillo al dedo a la situación que vivimos estos días, donde el país prácticamente ha cerrado todas sus puertas de acceso limitando a un mínimo la cantidad de personas que puedan ingresar en él. Ese número, que en épocas normales era de 20 mil personas por día, y que se había reducido a 2 mil o un 10% de aquella cifra, se ha visto reducido ahora a 600 personas, preocupadas como están las autoridades ante la posible llegada de la variante delta del coronavirus.

Ante los variados reclamos respecto de lo disparatado de la medida, el gobierno echó a andar su máquina comunicacional, especializada más bien en crear confusión, y procedió a compararnos con Australia, donde también hay restricciones de ingreso. Resultó ser sin embargo que a Sídney llegan 16 vuelos diarios, contra 2 de Ezeiza, amén de que hay otros puntos de entrada habilitados.

Una vez más, en este desconcertante manejo de la pandemia que ha hecho el gobierno argentino, han quedado al descubierto improvisación y mala praxis, parcialmente escondidos detrás de un confuso, vacilante y contradictorio discurso oficial.

Cerrarse al mundo tiene consecuencias graves y eso lo saben casi todos los países, razón por la cual, salvo Corea del Norte, nadie más ha tomado medidas tan extremas como las acá decididas. Romper lanzas con las aerolíneas internacionales y suspenderles vuelos de manera imprevista no es gratis y tiene consecuencias de largo plazo. El transporte aéreo es una actividad extremadamente cara y compleja y obliga a operar en un marco de extrema previsibilidad. Eso no es precisamente lo que ofrece Argentina.

Por supuesto que también hay otras consecuencias, vinculadas no solo a la violación de ciertos principios constitucionales, como el del libre tránsito y circulación, sino también al flujo de ciertos bienes sensibles, como por ejemplo el de corneas que se utilizan para trasplantes.

Como se hizo antes con la economía, ¿se acuerdan ustedes que Alberto Fernández decía que si no la cerrábamos de manera total por un tiempo – y así se hizo- íbamos a tener 100 mil muertos?, se decide ahora cerrar también nuestras fronteras. Todas decisiones al boleo, sin ningún proceso, sin rigor científico, a los ponchazos. La variante delta se combate en el mundo dándole dos dosis a la mayor cantidad de gente posible, porcentaje que aquí sigue en un solo dígito como resultado de la estrategia electoral y no sanitaria de vacunar con una sola dosis a la mayor cantidad de gente posible.

Mientras tanto, con poco menos de la mitad de la humanidad ya vacunada, nosotros seguimos vedando por ley cualquier posibilidad de ingreso de cualquiera de las tres vacunas americanas. Circunstancia que ha provocado que Argentina no esté en condiciones de recibir las más de dos millones de dosis que le tocan en el reparto de vacunas que Estados Unidos está haciendo en América Latina.

Los efectos de todo este descalabro de gestión no serán gratuitos para la Argentina de la postpandemia. En el caso del cierre casi total de los puntos de entrada, uno se pregunta qué está pensando por ejemplo el Ministro de Turismo Matías Lammens, de quien no se escucha hace mucho una sola palabra. ¿Tendrá pensada alguna receta mágica que esté haciendo que todavía no haya presentado su renuncia, habida cuenta de que el sector que él debe defender y apoyar ha recibido una condena casi de muerte con esta medida? Una incógnita que seguramente se develará en algún tiempo.

Mientras tanto, y considerando todo este nunca acabar de desaciertos y errores de principiante, uno comienza a entender por qué nuestro país estos días fue bajado de categoría de grado de inversión a la que se conoce como ¨standalone¨, que en nuestro caso podría traducirse como incalificable. Con el rumbo perdido, y en manos de un gobierno que no acierta con ninguna política, social, sanitaria o económica, estamos más que nunca en una liga propia. Difícil ver cómo saldremos de allí.
Fuente: El Entre Ríos

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