Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
En 2018, mientras caminaba por las calles de Nueva Delhi, India, me sentía agotado, apesadumbrado, y me costaba respirar. ‘¿Qué es ese olor?’ pregunté. ‘Es la mala calidad del aire’, me respondió Ronita, mi compañera de caminata. ‘Acá la gente contrae asma y se muere por culpa de eso’. Sin emitir palabra, escuché atentamente lo que ella me explicaba: ‘la tarea más común acá es quemar la basura, y las toxinas que emanan de ella se esparcen sobre las ciudades y es una de las causas más fuertes de contaminación’.

Asombrado, volví con más preguntas: ‘¿y el Estado? ¿Toma medidas?’ Y recibí una réplica que me dejó atónito: ‘se han adoptado en los últimos años un par de medidas de forestación urbana y de sanciones a aquellas empresas y ciudadanos que contaminan, además de una campaña de concientización, pero eso no es suficiente’. Es tan fuerte el arraigo de esta práctica y tanta la poca empatía expresada, que no hay manera de cambiar estas cuestiones con políticas públicas. ‘Yo sé que el cambio tiene que venir desde las personas, pero creo que necesitan un empujón, un catalizador que los obligue a cambiar’, concluyó Ronita.

Aquellos que tuvimos la oportunidad de viajar y ver otras realidades en primera persona, nos damos cuenta que la acción estatal cae en saco roto si no hay conciencia del impacto de nuestro obrar individual. Ser ciudadanos globales no implica abandonar nuestra identidad local, sino comprender que los problemas del mundo los resolvemos con pequeñas acciones llevadas a cabo por todos y cada uno de nosotros. Implica que los problemas globales (como la contaminación) requieren trabajar desde lo local, desde lo íntimo, para alcanzar soluciones globales.

Pero esta situación, no es privativa de una parte del mundo. En mi Concordia natal (provincia de Entre Ríos), presenciamos los acontecimientos del mundo con el prisma de un observador externo, de alguien que no cree que sus acciones cotidianas puedan influir en la marcha de los asuntos mundiales. “Nunca nos va a tocar a nosotros”. Sin embargo, con los últimos acontecimientos del Coronavirus, estas afirmaciones dejaron de tener sentido.

Como dijera en mi último artículo, un virus incontrolable, casi desconocido y que afecta a toda la humanidad por igual, despierta el terror de la población mundial. Médicos, enfermeros y personas con alta exposición a este nuevo flagelo, vestidos en trajes opulentos, con barbijos y haciendo lo que está a su alcance para tratar a los enfermos. La sociedad está en cuarentena, sin poder salir de sus casas. Parece una película de ciencia ficción, ambientada en un futuro postapocalíptico. Pero no: es nuestro día a día.

Dos reacciones son las más comunes entre nuestros coterráneos: primero, preocupación, lo cual es lógico. Y segundo, una especie de entusiasmo, que radica en el sentimiento de tener la oportunidad de ser parte de la solución, de “estar en el mapa” para hacer frente a este problema que nos marcará a todos. La gente comparte hasta el último de los detalles de su vida en cuarentena en redes sociales, para mostrar con orgullo que está en su casa y está contribuyendo a algo grande, muy grande.

Obviamente, el Estado salió a concientizar a las personas de que la acción individual afecta a lo colectivo. Lo singular es que es la primera vez que podemos aprehender qué es lo global, y cómo algo que tuvo su origen en China nos terminó afectando a nosotros. Con esta pandemia, la humanidad se dio cuenta que de verdad el mundo está conectado, que no es una cosa de algunos políticos encerrados en cuartos secretos y obrando a espaldas de nosotros, el pueblo.

¿Cómo podemos contribuir desde nuestras vidas diarias para un mundo mejor? Tenemos la oportunidad única e ineludible de transformar nuestra realidad.El miedo a enfermar y la posibilidad de morir nos hace sentir la fragilidad como especies y nos iguala a todos y todas. Es la primera vez que vivimos la certeza de la incertidumbre, en la cual ni los países más poderosos económicamente, ni los más avanzados tecnológicamente hablando, ni los más pequeños logran tener respuestas a este devenir incontrolable.Los papeles de las posibles respuestas parece que se nos quemaron instantáneamente.

En este siglo XXI, en vez de centrarnos en la discusión del rol del Estado, de aislacionismo versus multilateralismo, debemos ir más profundo. Nos empezamos a dar cuenta que eso que se llama Estado,es una mera entidad institucional que toma decisiones, que ejerce poder, que nos da libertades y derechos, así como también obligaciones. Y que no es suficienteque un Estado accione sus palancas y haga lo que esté a su alcance. Con el Coronavirus, lo podemos ver claramente: de nada sirve que se anuncie una cuarentena desde los gobiernos, si los ciudadanos no se hacen cargo de la responsabilidad de hacerla y respetarla conscientemente. Debemos empoderarnos.

Lo que quiero decir con todo esto, es que las personas, cada una desde nuestro lugar, tenemos una importancia fundamental para navegar la incertidumbre. La incertidumbre que muchas veces miramos con un lente negativo, porque parece que todo está fuera de control, es tal vez hoy la herramienta que tienen los Estados para mostrarles a los ciudadanos que, con la globalización, la acción de un individuo en Concordia puede afectar a uno en el pueblito más recóndito de África, y viceversa.

Tal vez, para lograr un mundo más justo, pacífico, tolerante, inclusivo, seguro y sustentable, debemos ser solidarios y ponernos en los zapatos del otro, de la otra. Reconocer un poco de mí en la persona que tengo enfrente. Porque cuando todo parece estar fuera de control, lo único que podemos controlar son nuestras propias acciones individuales para el bien colectivo. Donde la única certeza que tenemos es la que, solo si nos unimos, salimos todos.

La conciencia social y la empatía humana empezaron a despertar de su larga siesta, entendiendo que todos debemos aportar nuestro granito de arena. Este es el primer paso para navegar la incertidumbre del futuro y hacer frente a los otros dilemas de la actualidad: cambio climático, la inteligencia artificial o el egoísmo, por decir algunos.

Aún no sabemos cuántas enseñanzas nos dejará esta pandemia,pero estoy seguro que una de ellas es la de aprender a planificar en conjunto. Para orientarnos en la incertidumbre, son indudables la capacidad de empatizar y de ser responsables de nuestras acciones, no solo para con nuestros vecinos, sino para con todo el globo. Nos dimos cuenta que somos todos humanos y compartimos el vecindario llamado Tierra. Por ende, los problemas de todos NO pueden ser abordados de manera parcial.

Millones de veces escuchamos discursos y hablamos de lo necesario que es tomar conciencia, porque si no el mundo se va a acabar y la humanidad se va a extinguir. Sin embargo, seguíamos viviendo como si nada. ¿Será que la sabia naturaleza nos está dando un último llamado de atención con el COVID-19? Como decía el autor francés Víctor Hugo, “produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras los hombres no escuchan”. ¿La escucharemos?

Hay un proverbio iberoamericano que reza “la tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”. Yo no solo me pregunto: ¿qué clase de mundo le queremos dejar a las generaciones venideras? ¿Un mundo que usa lo necesario para seguir subsistiendo, que produce más de lo que se necesita?, sino que también me cuestiono qué mundo estamos teniendo hoy, que es nuestro presente y solo lo podemos vivir ahora. ¿De verdad queremos un mundo en cuarentena, con contaminación, con virus peligrosos que limitan nuestra existencia?

Hoy, más que nunca, el famoso y odiado COVID me deja una nueva interpretación. Más allá de sus devastadoras consecuencias, puedo vislumbrar que sus iniciales nos van a ayudar a Construir Opciones para Vivir en la Incertidumbre del Devenir. Pero para ello, necesitaremos la empatía individual y la responsabilidad global. ¿Estaremos a la altura?
Fuente: El Entre Ríos.

Enviá tu comentario