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Las elecciones en Brasil vuelven a sorprender a expertos y encuestadores con resultados inesperados.

El resultado de las elecciones en Brasil propinó un nuevo mazazo a las encuestadoras, para las que se impone una urgente revisión de los criterios metodológicos. Los 17 puntos de diferencia con que Jair Bolsonaro se impuso Fernando Haddad en la primera vuelta de la elección para presidente no fueron previstos por nadie.

Esa no fue la única sorpresa: el cuarto puesto de la expresidente Dilma Roussef, que lideraba las encuestas, en la elección a senador por el estado de Minas Gerais, resultó otro golpe a la confiabilidad de los sondeos. Como también lo fue la elección para gobernador del estado de Río de Janeiro, en la cual el desconocido Wilson Witzel, un ex juez federal que representa al Partido Social Cristiano, arrolló a rivales y encuestadores en las urnas, con más del 41% de los votos. Ningún sondeo le daba, incluso en la última semana, una intención de voto mayor a 9% ni lo ubicaba entre los tres candidatos principales.

¿Qué tienen en común en común las victorias de Bolsonaro y Witzel, la derrota de Dilma, la victoria de Trump en 2015, los plebiscitos por el Brexit y el acuerdo de paz en Colombia? Resultan expresiones del hartazgo con algo que siempre manejan los mismos sin que lograran hacerlo funcionar. Los triunfos de López Obrador, que rompió décadas de gobiernos corruptos del PRI y el PAN, y de Piñera, Kuczynski y Macri, que no provienen de la carrera política, también podrían expresar ese hartazgo.

Con mayor o menor continuidad o alternancia, varios de los principales países de América Latina pasaron lo que va del siglo con gobiernos de corte populista. Casi todos los presidentes que los representaron estuvieron o están involucrados en resonantes casos de corrupción. Algunos ya en la cárcel y otros a la espera de los avances de los juicios en su contra.

El progresismo, que en la prédica defendía valores como la equidad, los derechos sociales o el ambientalismo, acabó por generar más pobres, aumentar la inseguridad que afecta a los sectores socio-económicamente más vulnerables, inequidad, promover leyes contrarias al medio ambiente (y apoyar a empresas que causaron grandes catástrofes, como la brasileña Vale en Minas Gerais). Casi todos sus líderes, además, salieron de la función pública enriquecidos de manera ilegal.

La mayoría de la política todavía no lo entendió, y razona, como los encuestadores, con categorías del pasado. Siguen pensando en antagonismo, clientelismo y populismo como métodos para triunfar en las urnas, mientras que la gente, aunque más no sea de manera inconsciente, presiente que esas formas no sólo no les acarrearon mejoras personales sino que les sumaron problemas: mafias, narcotráfico, corrupción.

Los malos resultados que dejó la centro-izquierda populista durante su prolongado paso por el poder en gran parte de América Latina no es ajena a resultados electorales que seguimos considerando sorprendentes aunque, por repetidos, ya no lo son tanto. Pero, además, dañaron la credibilidad de valores loables de la izquierda, como la búsqueda de una mayor equidad, que hoy parecen, para los mortales, apenas un enunciado y no un derecho al que pueden y deben aspirar.

Ahora, los resultados de las urnas muestran que la gente, quizás, se dio cuenta. No es que la victoria de perfectos desconocidos augure un futuro mejor, sino que refleja hartazgo con formas de la política que no le prestaron ningún servicio. Como quedó demostrado en Brasil, no sólo el presidente está en riesgo, sino también los gobernadores, senadores e intendentes de todo el país que se hayan ocupado más de sí mismos que de la gente.

Parece que llegó el tiempo en que ya no alcanza con ser el malo conocido para ganar. Aquí también erraron feo los encuestadores y los politólogos: era un axioma de la política que un candidato desconocido nunca podría ganar una elección. ¿Quién podría votar por alguien a quien no conoce? Al parecer, cuando todo lo conocido es malo, el riesgo de lo desconocido disminuye bastante. Quizás sea una señal más de que, así como están diseñadas, la política y la democracia latinoamericanas no están funcionando bien.
Fuente: El Entre Ríos