Algo que trata de explicitar remarcando que “hay barrios como Santos Justo y Pastor, al oeste, o una parte del barrio sur, en la zona de Hernández o Artigas, que no tiene cloacas ni tratamiento”. De esa manera, se viene a confesar una situación más grave, cual es que en Colón hay por lo menos tres categorías de vecinos. Uno, los que cuentan con servicio de cloacas y se supone que sus efluentes son tratados. Dos, los que cuentan con ese servicio, pero sus efluentes, sin ningún tipo de tratamiento, van directamente primero a un arroyo y de allí siguen hasta el río. Tres, los que no tienen cloaca y los efluentes… vaya a saber dónde van.
Habría quizás que agregar una cuarta categoría, de vecinos ignotos, que contando sus viviendas con servicios cloacales no tienen por qué saber que sus efluentes cloacales no llegan a las lagunas de oxidación, quedando desparramados en su camino, por fallas nada improbables en alguna estación de bombeo. Pero en realidad por allí no pasa la cuestión, sino por el hecho que todos los vecinos de Colón estamos en deuda con nuestros convecinos del Barrio San Francisco por no haber nunca, ni siquiera desde sus inicios, visto, con la alarma que merecía la situación, que iban a vivir al instalarse allí. Deuda que las tienen todos los que han pasado, por lo menos, a partir de la conocida como “década ganada”, por los cargos ejecutivos y legislativos de la Municipalidad de Colón, en forma principalísima. Pero también es de los medios de comunicación social, inclusive éste, por no haber tomado conciencia de la realidad de ese drama.
Párrafo aparte merecen los autoproclamados defensores del medio ambiente de esta ciudad, que aparecen preocupados por “el peligro de la exBotnia”, mientras callan respecto al elevadísimo nivel de materia fecal en la desembocadura del río Gualeguaychú y en los arroyos que abrazan nuestra ciudad.
Además, es una hipocresía que por respeto a todos nosotros, nos abstenemos de calificar de escandalosa que frente a lo acontecido, que en ciertos sectores de la ciudad no pase por la situación por la que atraviesan nuestros convecinos señalados, sino que “su preocupación” pase por la incidencia negativa que puede tener la difusión del contenido de esa nota en la imagen de la ciudad como centro turístico. Cuando lo que en realidad debería preocuparnos es que nuestros comportamientos -el indicado es solo un ejemplo- no están a la altura de lo que debemos alcanzar, para validar esa pretensión.