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La emisión de moneda se cuenta por segundo
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Son seguramente muchos entre nosotros, quienes recuerdan la frase “Après moi le déluge", que, traducida a nuestra lengua, significa “después de mí, el diluvio”.

Se trata de una frase atribuida a Luis XVI, penúltimo rey de Francia antes de la Revolución. Y que de no ser por esa frase, más que por su larguísimo y desastroso reinado, lo estaríamos recordando por sus numerosas amantes, la más famosa de las cuales fue la marquesa de Pompadour.

Curiosamente, la frase que, como decíamos, se le atribuye, es tanto o más conocida que la de uno de sus predecesores, el que con su reinado vino a dar el nombre a una era, ya que debe señalarse que una figura de la dimensión de Voltaire, escribió precisamente una obra sobre la vida de ese monarca y su contexto vital con el nombre de “La era de Luis XIV”.

A este enorme rey, le cabía por su obrar la frase que se le atribuye y viene a mostrar la imagen que el rey tenía de sí mismo, cuando proclamaba “El estado soy yo”. Frase en la cual existe coincidencia entre los estudiosos, se encuentra la definición más clara y escueta del significado del “Estado absolutista”, que fuera la culminación de un largo proceso que se iniciara el año 1521, con la victoria en España de Carlos V sobre los “comuneros” en la batalla de Villalar (Castilla) el 23 de abril de dicho año. No resulta ocioso agregar que cabría suponer, con todas las limitaciones que tiene lo contrafáctico, que nuestra historia hubiera sido distinta si estos últimos –quienes defendían sus “fueros y derechos históricos”- hubieran salido triunfadores, tal como sucedió con los barones ingleses que desafiaron a su rey Juan sin Tierra, y le arrancaron la Carta Magna. Así, hubiera resultado válido conjeturar, que el curso de la historia europea, y también la nuestra, podría haber sido otro.

Volvamos ahora a Luis XVI, y su “después de mí el diluvio” interpretada de diversas maneras. Es así como la más literal de ellas es que, habiendo sido su accionar, tanto en el campo político como en todo lo demás, totalmente incompetente, hasta el punto que pudo calificarse como de desastrosa, “pronunció la frase, significando, acertadamente, que iba a dejar una herencia imposible a su sucesor”. En tanto, si es correcta esa afirmación, la interpretación generalizada que se hace ella, es que muerto al rey, nada importaba lo que podía llegar a suceder después.

Un dicho con el que, de una manera apenas forzada y con una modificación, que en realidad no hace al fondo de la cuestión, parece coincidir la actual dirigencia oficialista, obsesionada en “poder llegar, cueste lo que cueste, hasta el 13 de noviembre próximo, fecha de los comicios nacionales de medio término, como si en ello se les fuera la vida, y en el caso de salir victoriosos tendrían que seguir gobernando, luego de haber disparado “sus últimos cartuchos”, dos años más sin contar con ellos.

Es que no se explica esta lluvia de pesos devaluados con los que desde el gobierno se intenta “comprar la elección de sus candidatos”, con la cual el rojo fiscal se vuelve más intenso con tendencia a mostrarse como negro. Mientras que entre los analistas económicos se hacen apuestas si como consecuencia de ese accionar quedaría entonces un dólar disponible en el Banco Central ya para esa fecha, ya para el último día del año. Sin contar que los peligros de un incremento acelerado del proceso inflacionario, se los ha interpretado como consecuencia de una emisión descontrolada de billetes, que ha llevado a que se trate de determinar a cuánto asciende la emisión de pesos, no ya por mes, semana, día u hora sino… por segundo.

Entretanto, y ante esa casi suicida vuelta de tuerca, el dilema reside en cómo reaccionarán los votantes ante ese intento no solo desesperado, sino dañino, en grado sumo.

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