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Ayer, con la asistencia del presidente Alberto Fernández, funcionarios, sindicalistas y algunos empresarios afines, se celebró el primer Congreso de la Producción y el Trabajo. Allí se planteó un panorama positivo de cara al futuro, pero particularmente engañoso. Todo el discurso giró -y sigue girando- alrededor de una recuperación de la economía que es solo un rebote estadístico frente al derrumbe masivo de la actividad del año pasado. En el 2020 el producto bruto se contrajo 10% y este año se recuperaría alrededor de 6%, aunque el gobierno aun insiste con un número superior al 7 y más cerca del 8%.

La cruda realidad, según números muy similares de la Cepal, OCDE, y el FMI, Argentina fue el país de la región que más pobreza generó durante la pandemia, y también el que más trabajo va a tener para recuperar los niveles anteriores al flagelo. Las restricciones a la movilidad producto de una larguísima cuarentena, la falta de herramientas fiscales, resultado de la crisis de la deuda, y los excesos de la política monetaria, que nos dejó una inflación de 50% para este año, han colaborado para que el actual gobierno no tenga casi nada positivo para mostrar a casi dos años de asumir.

A la mala gestión económica, que en el kirchnerismo no reconocen y que achacan en un 100% a la pandemia y a la anterior administración de Macri, hay que sumarle una pésima gestión sanitaria. La política de compras de vacunas fue lenta e ineficiente, los programas de vacunación no cumplieron sus objetivos, los rastreos escasearon, y siguen haciéndolo, todo ello contribuyendo para que Argentina siga figurando entre los países que más víctimas ha tenido por coronavirus, tanto en números absolutos como si se los cuenta por cada 100 mil habitantes.

La novedad de hoy es que los días de la postpandemia tampoco lucen demasiado venturosos a pesar de lo que dice el discurso oficial. Esto debido en buena medida a la falta de previsibilidad, a la pobre calidad institucional y a una gran desconfianza. Esa falta de perspectivas, más la asfixiante presión impositiva, están también colaborando para que los recursos humanos más valiosos del país estén buscando otros horizontes. Menos del 10% de la masa laboral tiene aptitudes como para competir a escala global y de todos ellos un buen número están prefiriendo emigrar.

Mientras tanto, la clase empresarial opta por realizar las inversiones mínimas indispensables para mantener sus industrias y emprendimientos en funcionamiento, mientras envían a sus hijos al exterior para que reinicien sus vidas en países que se muestran como más viables que el nuestro. Todo en un contexto donde la pobreza estructural avanza, la clase media corre riesgo de desaparecer y la generación de empleo privado sigue en baja.

La respuesta del gobierno es gobernar vía DNU y no por consensos, con un gobierno de Alberto Fernández que abusa de aquel recurso, habiendo excedido en solo 18 meses al número de DNU de las gestiones de Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Un país entonces, que ante la excusa de la pandemia, se gobierna ¨a piacere¨ del presidente. De hecho los dicta pero no los cumple. Situación que complejiza aún más el contexto, con un población que descree y desconfía como nunca de sus clase política.

El peronismo ha sido el gran protagonista de la historia argentina en los últimos 80 años. De un país que no para de deslizarse barranca abajo desde hace por lo menos 50. Su última versión, una variante de populismo de izquierda, tuvo su momento de gloria hace más de 10 años cuando había enormes recursos a disposición, pero ahora carente de ellos y frente a la tremenda desconfianza de los actores económicos se manifiesta incapaz de gestionar el país con algún éxito.

El gobierno de Macri fue desastroso y se perdió allí una gran oportunidad de dar una vuelta de página, generando consensos y alineándonos a todos en un nuevo rumbo. Fue inevitable entonces no volver atrás, cayendo en las redes de una receta agotada y que ahora promete hundirnos en más pobreza, en un mayor estancamiento y en una total desesperanza. Todo esto es un escenario donde nos gobierna una facción política que no exhibe ningún gesto de moderación y casi nada de cordura, y que encima promete terminar con las pocas cosas que todavía funcionan. Eso sí, estos talibanes que nos mandan son bien criollos, bien de los nuestros, un orgullo nacional.

Tal vez en estos días de campaña se carguen en exceso las tintas sobre Macri, acusándolo de todas y cada una de las siete plagas de Egipto que parecen haber caído sobre Argentina. Pero es bien cierto que si su gobierno no hubiera sido tan mediocre como lo fue, hoy no estaríamos en manos de quienes estamos. Así que -aunque por otras razones- nunca más actual la frase que el actual gobierno usa y abusa de sol a sombra: la culpa es de Macri. Sí, de Macri y de nadie más.
Fuente: El Entre Ríos

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