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Las sesiones virtuales llegaron para quedarse?
Las sesiones virtuales llegaron para quedarse?
Las sesiones virtuales llegaron para quedarse?
La corporación política se ha adueñado del Estado, incluyendo a políticos profesionales y también a muchos de aquellos funcionarios de alto rango que se han enquistado en los estamentos más altos del sector público. Dicen trabajar para nosotros pero en realidad lo hacen solo para ellos, y su dedicación exclusiva tiempo completo tiene más que ver con mantenerse en su silla o una mejor, y si es posible para siempre. Para oscurecer aun más el panorama, por lo general viven en su propio mundo, desconectados de la realidad del resto de nosotros, más preocupados por temas y agendas que son más propias de un marciano de Marte. O de un político argentino.

El bochorno que vimos el otro día en una sesión virtual del Congreso Nacional es una prueba evidente. En una sola imagen, en plena sesión, podíamos ver un diputado, Ameri, en una situación sexual con su pareja; al diputado Gioja durmiendo la siesta, y a uno de sus costados la silla vacía de otro que se había aburrido seguramente y, por ende, había decidido ausentarse aunque más no sea por un rato. Esta gente, con sueldos que orillan los 300 mil pesos y asesores y empleados varios, son quienes supuestamente nos representan y velan por nuestros intereses.

Por mezquinas razones políticas encima esos mismos diputados se niegan a trabajar presencialmente, un lujo del que no disponemos casi ninguno de los mortales comunes. Y en una de tantas actitudes corporativas, que hablan de sus propios intereses y no de los nuestros, la diputada por Entre Ríos Mayda Cresto ha presentado un proyecto de resolución garantizando la extensión de las sesiones virtuales en el futuro. El colmo de los papelones, una legisladora votada por nosotros los entrerrianos utilizada como mascarón de proa para perpetuar -una vez más- un sistema del que ellos son beneficiarios y nosotros víctimas.

Si así están las cosas a nivel nacional, a nivel de nuestro estado provincial las cosas no son muy diferentes. Pero por aquí, la corporación por lo general suele mimetizarse y pasa desapercibida en medio de una planta de empleados públicos que ha alcanzado proporciones desmesuradas. A la fecha hay unos 83 mil trabajadores provinciales. Si, escuchó bien, 83 mil sobre algo más de 1.4 millones de habitantes. Casi 6% de todos los entrerrianos trabajan para la provincia. Muchos, la mayoría, por sumas módicas, -aunque unos cuantos por encima del asalariado privado promedio-, pero una buena cantidad por sueldos y beneficios que son la envidia de todos. Nuestra clase política está precisamente ahí, apoltronada, muchas de las veces hasta el día de su retiro, liderando a este último grupo.

La cuarentena, casi la única respuesta del gobierno a la pandemia, ha tenido consecuencias catastróficas, no solo a nivel sanitario sino también económico. Se han disparado los índices de pobreza, los de desocupación, y el ajuste que ha sufrido la economía ha sido brutal. Los empleos formales registrados han caído en picada, también los informales, y el sector privado ha sido el gran damnificado, incluso a pesar de la ayuda coyuntural del Estado. Como contrapartida, el empleo en el sector público no ha sufrido en absoluto. No solo no se ha registrado casi una caída en el salario real -que sí es bien tangible entre los privados- sino que tampoco nadie ha perdido su empleo. Todos cobran en tiempo y forma e incluso una buena parte de ellos llevan meses sin presentarse a trabajar. Incluso en muchos casos la administración pública sigue funcionando normalmente a pesar de las ausencias.

El estado, que ha visto caer dramáticamente la recaudación, ha tenido que apelar a la emisión monetaria para financiarse. Esto es, ha tenido que apelar a la inflación, que nos afecta a todos, para beneficiar solo a algunos. Y aquí se destacan quienes integran nuestra clase política, los que siguen cobrando sus cuantiosos sueldos y no han hecho el más mínimo esfuerzo por adaptarse a la nueva realidad que nos asola al resto de los argentinos. A diferencia de lo que sucede en buena parte del mundo donde políticos y funcionarios de alto rango han hecho su aporte reduciendo sus salarios y beneficios, aquí han preferido mirar para el otro lado. Siempre, claro, escondidos del gran lote de empleados públicos, atando -por mezquina conveniencia- su destino al de todos ellos. Es más, encima son prácticamente los únicos que han quedado habilitados para comprar dólares en blanco. Ver para creer.

En un momento en que -increíblemente- los empleados estatales discuten aumentos mientras el grueso de la población sufre ajustes en los suyos o directamente pierde su trabajo, la discusión sobre las compensaciones de la clase política se vuelve más relevante que nunca. Por ejemplo, trayendo el caso aquí y ahora, tal vez sea este el momento para que el ministro Ballay, quien parece estar bien consciente de la fragilidad de las finanzas provinciales, invite a la reflexión y a la cooperación de los estamentos más altos de la administración provincial. En aras de evitar un déficit mayor, e infinanciable como el ministro bien sabe, quienes más ganan podrían bajar sus sueldos en beneficio de quienes menos reciben.

Utilizando las mismas escalas propuestas por el gobierno, tal vez se podría dar el aumento conversado de 4 mil pesos a quienes ganan menos de 35.000 pesos, dejar igual a quienes ganan entre 35 y 55.000, y asegurarse que quienes ganan entre 55 y 120.000 financien con su reducción y en un monto global similar a los más postergados, que serían quienes reciban los aumentos.

Sucede que mientras nuestros políticos y funcionarios no pongan sus pies en la tierra, tanto en términos de compensación como de agenda, el país seguirá este camino actual de cada vez menos progreso y cada vez más decadencia. Hoy ni siquiera estamos viendo pequeños gestos. Propuestas un poco más realistas y pragmáticas como la recién explicitada serían una manera de empezar a dar mínimos pero a la vez enormes pasos en la dirección correcta. Ojala la clase política nos muestre que son menos egoístas y egocéntricos y más desinteresados de lo que todos pensamos que son.
Fuente: El Entre Ríos

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