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Esa especie de movimiento sísmico mundial que ha provocado la Pandemia ha impactado no sólo sobre el sistema de salud, la política y la economía. También en la “comunicación”.

Nahuel Amore (*), editor del sitio Dos Florines, publicó este domingo, en vísperas del día del periodista, una nota de opinión en la que analiza cómo la irrupción del Coronavirus ha puesto “en jaque” a la comunicación, especialmente la de los gobiernos.
Aquí, su columna, completa:
Así como la salud, la economía o las relaciones sociales se pusieron en jaque con la pandemia, también lo hizo la comunicación, especialmente la de los gobiernos. La consecuencia de ello es, en parte, la desconfianza por las medidas adoptadas, la negación de la gravedad de los hechos y la permanente incertidumbre por lo que pasará mañana, que se profundizaron ante una sociedad fragmentada y en crisis. En otras palabras, la mala comunicación echó más leña al fuego de la zozobra por el virus y de las condiciones en las que vive la mayoría de las familias.

El gran problema de los gobiernos, sea el argentino o el entrerriano, es que entendieron a la comunicación como una mera herramienta para transmitir mensajes a la población. Justamente, es esta concepción lineal e instrumental la base de la problemática, que derivó en un constante desfasaje entre lo que se dice, se escribe, se interpreta y se termina cumpliendo en las calles. Y en momentos de extrema gravedad por el Covid-19, pareciera que no hay más cartas por tirar y la culpa es siempre del otro.

A más de un año de la irrupción del coronavirus se puede confirmar que la comunicación de Nación y Provincia se redujo a una batería descompasada de conferencias con filminas, decretos resumidos por WhatsApp y mensajes por Twitter, para dar a conocer anuncios que ni propios ni extraños cumplieron cabalmente. La pregunta por los efectos de esta política comunicacional encuentra su respuesta en que cada uno hace lo que quiere, puede, entiende o adivina, con mayor dificultad a medida que se corroe el escenario toda vez que se extiende la luz al final del túnel.

Todo ello se hizo, y se sigue haciendo, sin comprender que estamos, más que nunca, frente a un proceso dinámico, cambiante en direcciones y ritmos, que continúa exigiendo de una comunicación con mirada integral y articulada –en la práctica, no como dos palabras lindas para una gacetilla oficial–. De estas acciones coordinadas depende el comportamiento de los cuerpos, la regulación de la vida social, qué se puede hacer y qué no. A esta altura, no podemos esperar a conocer cada medianoche con qué pie pisar primero al despertar.
Incongruencias
No hace falta ser un erudito para advertir por las incongruencias entre las restricciones que, lógicamente, fueron despertando enojos cruzados. El cierre o apertura de escuelas, bares, gimnasios, reuniones sociales y familiares, clubes, teatros o plazas, fueron mutando para donde el viento sopló. En todo caso, se acomodaron los argumentos. Una semana sí, la otra no; un poquito abierto, un poquito cerrado; 30%, 50%, 75%… Ello también es comunicación y causa resistencias que van a contramano de lo dispuesto.

Del mismo modo, el desacople con los tiempos y las realidades sectoriales determinó un modo de hacer política que tiene sus consecuencias. Docentes deben estar expectantes a una comunicación gubernamental imprevista para saber si deben concurrir a las escuelas o si deben planificar actividades virtuales; empresas y comercios se preguntan cada vez que vence un decreto si están autorizados, si trabajan presencial, si les cambian el horario o si deben quedarse en sus casas a calcular deudas.

Como si fuera el juego del Uno creado por Merle Robbins, la carta que cambia de sentido es una sorpresa cada vez más pesada. Esa misma incertidumbre atraviesa a trabajadores de casas de familia, albañiles, peluqueros, profesionales, empleados públicos y muchos otros laburantes que patean la calle a diario y que han entrado durante todo este tiempo bajo la categoría de “no esenciales” –como si la palabra esencial no fuera de por sí arbitraria–.

Cómo no despertar insultos, reclamos y rebeldía cuando, al mismo tiempo de que les impiden trabajar a sectores formalizados e informales, se organizan velorios masivos, se habilitan partidos de fútbol de equipos profesionales o se abrazan funcionarios en público, sin barbijo ni distanciamiento. Esa constante disociación con las realidades sociales, a más de un año de pandemia, es también un hecho comunicacional determinante.

Otro grave problema de los gobiernos, que se exacerbó en pandemia, es que la mayoría de los discursos están hilvanados de contradicciones o falsas expectativas. De ello quien más sabe es el Presidente. De hecho, tuvo que pasar un año para que Fernández y sus asesores reconocieran que los plazos de vencimiento de los DNU están hechos para respetarse y no pueden estirarse ad aeternum. De lo contrario, juegan como un boomerang que sólo devuelven mayor descreimiento y menor acatamiento.

Del mismo modo, el arte de la política se tuvo que poner en práctica, una vez más. En Entre Ríos, el gobernador Gustavo Bordet y sus ministros -sobre todo la dupla Juan José Bahillo y Hugo Ballay- deben permanentemente ver qué piezas mover sin desacomodar al resto. La salud y la economía no es la única falsa dicotomía en puja. No obstante, esa ardua tarea no sólo requiere de tomar decisiones con convicción, sino también de coordinar, comunicar en paralelo y acortar la brecha temporal con lo que baja Nación, para despejar dudas, evitar suspicacias y reducir la incertidumbre.
Profesionales
El coronavirus sigue escribiendo la historia del país y la experiencia es una herramienta que sirve de andamiaje para construir el presente. Aprender de lo hecho es básico. En ese sentido, los equipos de comunicación de todas las áreas de gobierno debieron adecuarse a las circunstancias y lo siguen haciendo. El tiempo líquido para escribir gacetillas kilométricas, se acabó. Trabajar de lunes a viernes ya no es admisible. Coordinar con otras áreas es indispensable -aunque a veces no se note-.

Los ciudadanos necesitan que la información sea inmediata, precisa y que no genere más inquietudes que lo dicho, porque los enunciados definen nada más y nada menos que sus rutinas. No obstante, toda vez que emiten un comunicado quedan grises por resolver y salen aclaraciones que oscurecen. Lo complejo es que se termina trasladando hacia el resto de los mortales como teléfono roto. En este punto, el rol del periodismo responsable ha sido un servicio esencial.

Es cierto que las herramientas digitales fueron aliados indispensables que adoptaron con agilidad, aunque por momentos se abuse de la virtualidad efímera. Conocer la letra chica es necesario para precisar los alcances de las medidas. Por ello, ofrecer las herramientas jurídicas para quienes dependen de los textos oficiales es también un modo de trabajo serio que otorga seguridad y confiabilidad en las políticas de Estado. Eso también es comunicación.

Párrafo aparte merecen los equipos de trabajo de los Ministerios de Salud –tanto a nivel nacional como provincial–, quienes aceleraron el proceso de aprendizaje. Encontrar un término medio de qué y cómo comunicar no fue tarea sencilla. La dinámica de la situación epidemiológica, las críticas y hasta los hartazgos internos hicieron reflexionar en la práctica sobre la extensión de las conferencias e incluso de quiénes debían hablar. Pasaron muchos meses en los que primó la redundancia informativa y se corrió el eje de lo importante con mensajes que a nadie le interesaban.

En todo caso, la mayor complejidad es más bien política. Los problemas se siguen suscitando cuando salen a la superficie las diferencias entre ministerios, que en la Provincia se fueron ventilando como parte de las tensiones más fuertes con la cartera de Salud. Mientras por un lado los expertos sanitarios advertían por la gravedad y saturación del sistema, por otro lado bajaban línea para no hablar de “colapso” y se mediaba entre intereses cruzados que derivaron en incongruencias. Incluso, mientras se anunciaba “alarma epidemiológica” en el departamento Paraná, debieron pasar más de 24 horas para conocer qué pasaba con las escuelas, gimnasios y comercios, pero sólo limitado arbitrariamente al conglomerado de la capital. Y así…

Indudablemente, en este camino laberíntico persisten graves falencias comunicacionales que surgen de la ausencia de una mirada estratégica. La definición de las directrices termina impactando en el resto de las acciones y, por supuesto, exime a quienes cumplen órdenes. El interrogante en estas instancias es quién establece la estrategia comunicacional del gobierno argentino y entrerriano. ¿Es acaso un profesional con formación en este campo de estudio o son funcionarios que, creyendo tener expertise en la materia deciden qué, cómo y cuándo decir algo? ¿Y si directamente no se la piensa como tal y prima la improvisación?

Desde esta perspectiva, en la previa del Día del Periodista, la pregunta inevitable es: ¿cuándo será el momento en que los profesionales de la comunicación tengan voz en la forma en que se toman definiciones de gobierno, como una pata más en la mesa chica que, a la hora de los bifes, pueden anticiparse a los efectos de tal o cual discurso? Gestionar los conflictos con una meridiana lectura comunicacional es también un acto de responsabilidad social.
Un cuento de Gabo
La comunicación gubernamental previa a la pandemia ya estaba plagada de vicios que se acentuaron desde el 20 de marzo de 2020. La concentración y centralización de la información es la base sobre la que erige este planteo. Es cierto que los Estados deben tener el monopolio de los datos estadísticos, porque cuentan con las herramientas para hacerlo y porque son fundamentales para el diagnóstico y la toma de decisiones. Pero cuando se ocultan o aparecen a cuentagotas, fuera de tiempo y sin argumentos sólidos, brotan sospechas que atentan contra el derecho al acceso a la información. La lista de vacunados “estratégicos” es el ejemplo más emblemático.

Estas prácticas lamentablemente están arraigadas en un modo de hacer política. La transparencia de gobierno no puede ser una opción. Todavía hay funcionarios a quienes les sigue molestando que les pregunten. Todo formato que los aleje del área de confort, los inquieta. En las conferencias casi no hay periodistas. No les gusta que los interroguen y menos aún que les repregunten cuando quedan baches por completar o informaciones sensibles que prefieren ocultar. Revertir estas mañas es también necesario en la globalidad de las acciones.

Sin dudas, el Covid-19 puso patas arriba un aspecto esencial de la democracia como es la comunicación en toda su vastedad. Ella también entró en terapia intensiva. Gestionarla en medio de una crisis es vital y exige de la profesionalización, para comprender la complejidad de un proceso social tan dinámico como la circulación del virus. Dejarlo en manos de algunos improvisados puede ser peligroso, porque de ello depende la salud y el trabajo de millones de personas. Por ello, de cara a lo que falta transitar, coordinar y anticiparse a los hechos sería inteligente y responsable.

Así como hospitales y centros de salud se reestructuraron para dar respuesta a la alta demanda del sistema sanitario, la comunicación también sigue pidiendo a gritos salir del piloto automático, repensarla y abordarla como el telar donde se tejen de manera coordinada todas las medidas que ordenan la vida de los ciudadanos. En momentos de imprevisibilidad potenciada, es imperioso achicar el abanico de interpretaciones. De lo contrario, estaremos atrapados en el cuento que Gabriel García Márquez escribió en 1970 “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

(*) Licenciado en Comunicación Social con mención en Periodismo, por la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER)
Fuente: Dos Florines - Nahuel Amore

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