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Desde la crisis del 2001 la clase política no ha podido – o no ha sabido- responder a las múltiples demandas de la sociedad argentina. Nuestro país sufre todavía hoy los coletazos de aquella crisis y las políticas públicas se han mostrado incapaces de revertir una continua declinación, en múltiples planos.

Tal vez la única salvedad esté en las respuestas que se han brindado en el campo social, donde continuas y persistentes políticas de asistencia han permitido contener en el tiempo a los estamentos más bajos de nuestra sociedad. Eso de alguna manera ha mantenido a Argentina al margen de los estallidos y revueltas que hoy son moneda corriente en países como Chile, Colombia, Ecuador y Perú. Pero no mucho más que eso, muy poco en realidad.

Esa falta de rumbo, esa carencia de plan, esa ausencia de dirección, se explican entre otras razones por la inoperancia de quienes han tenido y tienen la responsabilidad de gestionar el estado, responsabilidad a la que llegan como resultado de las urnas. Tanto el peronismo, hoy dominado por el kirchnerismo, como la principal oposición encarnada desde hace ya un tiempo en Juntos por el Cambio han mostrado más habilidad para ganar elecciones que para dirigir un estado que casi no tiene respuestas para nadie, a excepción, claro, de la clase política.

Una paupérrima gestión de la pandemia, coronada ahora por una inhabilidad manifiesta para conseguir vacunas, muestra cuán a la deriva nos encontramos. Quienes dirigen los destinos de la Nación han hecho colapsar la economía, la que se contrajo casi 10% el año pasado, mientras dejaban que se escalara una crisis sanitaria que parecía impensada en los primeros días del flagelo. Aun cuando se sabía desde un principio que la única y verdadera solución para frenar la pandemia era vacunar a una parte significativa de la población, alcanzando lo que se conoce como inmunidad de rebaño, el gobierno nacional fracasó desde el primer día en su propósito de acumular una reserva suficiente, que se estimaba en unas 60 millones de dosis de vacunas de procedencias varias.

El fracaso en la negociación con Pfizer, que hubiera permitido a nuestro país obtener con relativa facilidad 12 o 13 millones de dosis entre finales del 2020 y el primer semestre de este año, es sintomático de la impericia, falta de idoneidad, de pragmatismo, y hasta miopía ideológica de nuestros gobernantes. Por razones difíciles de explicar, y para las que solo Sergio Massa como presidente de Diputados tal vez tenga una respuesta, Argentina sacó una ley de vacunas que incorporó entre gallos y medianoche la palabra negligencia como potencial forma de echar culpas sobre los laboratorios ante un eventual desastre. Eso aún a sabiendas de que un laboratorio como Pfizer, fabricante de la vacuna más exitosa y demandada de esta pandemia, se iba a mostrar refractario ante una norma así.

A pesar de todas las barbaridades que se dijeron desde un gobierno argentino que trataba de descalificar a Pfizer, como por ejemplo, que había pedido valiosos recursos naturales como contra prestación, este laboratorio se las arregló para cerrar acuerdos con 116 países y entregar 640 millones de vacunas, todo esto con un cumplimiento en tiempo y forma del 99.9%. Esta semana, en otra muestra de inoperancia de la coalición gobernante en la conducción de los asuntos del estado, desde el Congreso, uno de los referentes del Frente de Todos confirmó que no se iba a cambiar la ley que impidió a Pfizer entregar vacunas en el país.

No solo eso. Nuestro país solo ha aprobado hasta ahora las vacunas AstraZeneca, Sputnik V y Sinopharm. Por razones que no se conocen, y que algunos atribuyen a un alineamiento ideológico, se sigue sin autorizar las vacunas Moderna y Johnson y Johnson, y si bien Pfizer está aprobada, sus vacunas no pueden ingresar por las razones contractuales explicitadas en el párrafo de más arriba. Estados Unidos, que acaba de anunciar la donación de 500 millones de dosis a países de ingresos bajos y entre los que no está Argentina, dejó bien claro también que “los países deben tener el marco regulatorio apropiado y el proceso de aprobación necesario para recibir el tipo de vacuna que se plantea”. Ante la imposibilidad de que Estados Unidos nos ofrezca hoy la vacuna AstraZeneca dentro de sus programas de donaciones, Argentina sería una de las pocas naciones que caería fuera de los términos de elegibilidad para recibir vacunas del país que más dispone y va a disponer de ellas.

Es posible que en los meses que vienen el gobierno logre adquirir muchas más vacunas y que una cantidad significativa de gente -¿podremos llegar a los 20 millones de vacunados con una sola dosis antes de las elecciones?- pueda ser inoculada elevando los espíritus de una población en general preocupada y angustiada ante la situación. Pero eso no quita que los errores de la actual administración hayan sido garrafales, y que a pesar de un discurso que todavía hoy sigue teniendo ribetes triunfalistas y casi negacionistas, Argentina termine superando al final del camino, e innecesariamente, la marca de las 100 mil muertes, muchísimas de las cuáles se pudieron haber evitado.

Al comienzo de estas líneas hablábamos de la falta de respuestas de nuestra dirigencia. El pobre manejo de la crisis del Covid, con un colapso económico y sanitario en simultáneo que se pudo haber evitado, es una clara muestra de lo que podemos esperar hacia adelante. No es que uno no quiera ser optimista, ya que es precisamente el optimismo lo que suele ser base y sustento de expectativas económicas positivas, esenciales para cualquier proceso virtuoso. Pero una dosis de realismo es imprescindible y este continuo fracaso de la clase política en generar resultados positivos en la elaboración y gestión de políticas públicas no nos permite augurar tiempos mejores, por lo menos no sostenibles en el tiempo. Ojala estemos equivocados.
Fuente: El Entre Ríos

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