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Sara Netanyahu, es la esposa del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Y existen quienes la malquieren inclusive entre los que votan a su marido. Y ambos bandos coinciden – ignoramos si es con razón o sin ella- en considerar que tanto la justicia como la policía de su país, muestran para con marido y mujer particular inquina.

El primer defecto grave que le atribuyen a Sara, es el maltrato sistemático para quienes trabajan para el matrimonio en su residencia. Algo que ha dado pie, en primer lugar, a la circulación de diversas historias acerca de ese comportamiento, los que en algunos casos, según se señala, no han llegado a ventilarse en tribunales por arreglos económicos privados que no han trascendido.

En tanto, se sabe de un primer juicio - en seguida veremos que hubo otros- que fue iniciado con una persona mencionada en los reportes como Naftalí y que trabajara en la residencia del primer ministro israelí, quien tuvo que dejar su puesto de mala manera. En su caso fue el Estado israelí – y no Sara ni su esposo Benjamín- quien tuvo que pagar una suma de dinero equivalente a unos cincuenta mil dólares de indemnización tras ser condenado, como empleador, por los abusos laborales cometidos contra él por Sara Netanyahu. Y según las mismas fuentes, se da la existencia de otra demanda del mismo tenor iniciada por otro trabajador de la casa, al que el Estado también indemnizó por el trato humillante y las peticiones a deshora a las que les sometió la mujer de Benjamín.

“Las pruebas del caso no dejan lugar a dudas de que la actitud de la Sra. Netanyahu hacia los empleados de la residencia oficial, incluido el demandante, era intolerable, humillante y llegando a alcanzar niveles de abuso” se dice en uno de esos fallos.

Aunque sigue el culebrón. Ya que se encuentra a sentencia el caso de una joven limpiadora ultra ortodoxa judía que apenas trabajó un mes en la residencia oficial y que reclama unos sesenta mil dólares, por el daño sufrido ya que, como lo hizo público en una entrevista televisiva “tuvo que huir” cuando pudo de un lugar donde se llegó a sentir “esclavizada”.

Lo que llama la atención en el ámbito de la justicia es el hecho que hasta estos momentos, y tal como lo indicáramos más arriba es el Estado como empleador el que se ha hecho cargo de los pagos efectuados por la conducta de Sara para con los trabajadores de la residencia. Aunque las mismas fuentes consideran que la postura gubernamental puede cambiar de aquí en más, sobre todo en el caso de la acción penal iniciada en su contra por haber contratado servicios de catering –y haber conseguido que se “infle” el monto de los mismos, en una actitud tramposa que en nuestro medio no es desconocida- para almuerzos, cenas y otras celebraciones, cuando la residencia contaba con personal y aprovisionamiento de bebidas y comidas pagas por el gobierno con las que atender a la prestación de esos servicios.

De allí que alguien quiera ver a Sara dedicada a “sisar” –o sea a robar en pequeño- y resignarse con el dicho aquel que hace referencia al hecho que “en todas partes se cuecen habas”, el que viene a rematar con ese otro refrán que indica que “hay de todo en la viña del Señor”.

En tanto, a lo que en verdad es nuestra intención hacer mención, es al papel a computar que juega el cónyuge de un jefe de gobierno, ya sea presidente o primer ministro -inclusive en el caso de las monarquías príncipes consortes- en la imagen que de aquél tiene entre sus gobernados.

Un análisis que se ve complicado, por la emergencia creciente de la mujer en política, y por ende en las responsabilidades más altas de gobierno. De allí que ahora resulta difícil, para ilustrar esa influencia en el caso de que sea positiva, y por ende se la vea como buena en tanto cooperativa, esa tan manida frase con las que en su momento –y más allá de que sea acertada- era utilizada por los varones para halagar a sus esposas, señalando que “detrás de todo gran hombre existe una gran mujer”. Aunque siempre existe la posibilidad que en las nuevas circunstancias ante una mujer que tenga ese estado, se aplique la misma fórmula, nada más que cambiando los roles.

De cualquier manera es un análisis verdaderamente complejo y por ende dificultoso en el caso en que la “pareja gobernante” –una forma incorrecta de hacer alusión a algo que de cualquier manera se comprende- sus integrantes hayan alcanzado por su esfuerzo propio un posicionamiento autónomo en el campo de la política.

Pero dejando esta situación de lado, se nos ocurre que el papel del cónyuge, en el caso de ser una mujer, es hacerse el lugar que ella entienda que debe ocupar dentro de la “casa” gubernamental, con la sola limitación que da el buen sentido y la prudencia de no comprometer ni inmiscuirse en acciones que puedan poner en peligro la gestión de su marido. Un ejemplo actual de lo cual lo tenemos en Melanie Trump, la esposa del actual presidente estadounidense quien a la manera -y muy a su manera… que puede llegar a considerarse peculiarísima- se tiene que manejar en una seriamente dificultada situación con un Presidente imprevisible, grosero y arrogante, que sea cual fuere la forma en que actúe resulta apta para despertar sentimientos al menos encontrados. Es que se la ve, en apariencia, actuar de un modo que demuestra cierta sabiduría, ya que lo hace sonriendo poco y hablando menos.

Como también es el caso que con mayor frecuencia se da en el caso de los "varones consortes" – ¿cómo llamarlos sin incurrir en el estropicio de bautizarlos como "primer damo"?- en el que se asiste por lo general a la presencia de un comportamiento singular, cual es el de la “invisibilidad”. Ya que ¿quién sabe algo en concreto del marido de la señora Merkel o en su momento el de la señora Thatcher, o recuerda aunque más no sea su cara?

Lo cual no significa que un consorte masculino sea necesariamente alguien inmaculado, y que no pueda llegar a cometer errores e inclusive hasta graves faltas. Es así como se puede tener “in mente” una, cual la de aprovechase de su posición como “vendedor de influencias” u otros comportamientos similares.

Porque no solo en cada uno de los sexos –o de los géneros, si así se prefiere mencionarlo- existen pícaros, o para decirlo en el uso de moda picarones y picaronas. A lo que habría que agregar la gran pregunta que cada lector podrá contestar como le parezca correcto, y para la cual también tenemos una respuesta que silenciamos para no ser fuente de discordia, cual es ¿se puede dar el caso de un picarón sin una picarona o a la inversa?

Pregunta que se las trae, y que para contestarla seguramente no hay que echar en saco roto, una frase muy común a lo largo de tiempos y lugares que hablan de la bondad del que manda y acusan de las maldades a los que lo acompañan.

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