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Existe en nuestro país, y no solo en él, un problema educativo central, al que sin embargo no se le da la importancia que realmente tiene. Todo ello, a pesar de que, de la manera en que lo encaremos, dependerá el lugar que ocupemos individualmente y como sociedad, en el mundo que se nos viene encima de una manera acelerada.

Un problema con complejidades intricadas, de las que apenas nos damos cuenta, en el caso que le prestemos una atención que la mayoría de las veces no le otorgamos.

Una situación que se vuelve más complicada aun, si tropezamos, como lo hacemos, con la cuestión no menor de que esos cambios acelerados se están dando a una velocidad tal, que con nuestra capacidad de adaptación, la que por otra parte no es poca, parecemos ir siempre detrás de ellos.

Consecuencia de lo cual resultan problemáticas, tanto nuestra capacidad de incorporarlos en toda su plenitud a nuestra vida cotidiana –dejando de lado las resistencias, en muchos casos hasta explicables que los mismos provocan- como su implementación y también su incorporación institucional, algo que presupone decisiones políticas, la elaboración minuciosa de programas que son su consecuencia, a los que debe agregarse su necesaria implementación, un problema que inclusive resulta de una entidad mayor que los dos primeros.

Abordadas las cosas desde esa perspectiva, la actual situación en nuestro país en materia educativa, al que por lo general aludimos como “el problema docente”, aparece como una cuestión menor. No porque lo sea para todos y cada uno de los involucrados en el mismo, para quienes significa hasta una “cuestión existencial”, dado lo que está en juego en él, sino además todo ello mirado desde una perspectiva en que se haga presente no la actualidad, sino el futuro, ese tiempo en el que les tocará vivir a las generaciones que nos siguen.

Ya que la llamada cuestión o problema docente actual se reduce a tres o cuatro tópicos fáciles de visualizar, aunque difícil – a los hechos debemos remitirnos- de darle una solución que vaya más allá de la precariedad de las decisiones que se adopten, luego de las cuales los mismo problemas se vuelven a hacer presentes de una manera recurrente, y el continuo “aplicar parches”, o el “atajar penales” como lo dirían los chicos, que ello significa.

Porque si preguntamos a una “persona cualquiera” en qué consiste el problema educativo, la mayoría de ellos respondería que se trata de una “cuestión salarial”, ya que no es otra que la forma en que está instalada en la opinión pública.

Habrá un sector más reducido, que a lo precedentemente señalado añadirá el de “la ausencia de orden y disciplina” en los establecimientos de enseñanza, mientras que ya serían menos los que harían alusión al “ausentismo docente”, situación que traducida al lenguaje llano, es esa expresión de que es “una barbaridad las veces que los chicos se vuelven de la escuela por la ausencia de maestros y profesores”. Recién ahora se está haciendo presente, en grupos más reducidos, una cuestión en la que, en forma lamentablemente tardía, se está tomando conciencia, cual es la de la pobre o ninguna calidad de la enseñanza que se imparte en nuestras escuelas, especialmente en lo que respecta a la escuela secundaria.

Una circunstancia que explica que el ingreso a la universidad requiera la asistencia a “cursos niveladores” que en algunos casos tienen una duración anual, dado que los aspirantes a ingresar en ella, la escuela secundaria no le ha permitido la incorporación de los conocimientos básicos que les permitan abordar con éxito los estudios correspondientes a esa nueva etapa.

Un abuelo añoso, de aquellos que no se desentienden de la educación de sus nietos, porque siguen valorando el tesoro que les significó ir a la escuela, puede llegar a describir la situación a la que nos hemos referido de una manera casi intuitiva, cuando dice que “en mis tiempos salíamos mejor preparados de sexto grado de lo que están los que ahora terminan el bachillerato”…

Pero volvamos a la enseñanza que se viene. A cuyas características tan solo podemos no hacer otra cosa que intuir, ya que ni siquiera estamos en condiciones de entrever, dada nuestra situación de legos en la materia.

Una enseñanza que por lo que hemos podido entrever, va a constituir un “mix” – con dosis variables- entre la enseñanza coordinada por un docente y trasmitida en forma interactiva por este cara a cara y la digitalizada, o sea la que se recibe de esos engendros electrónicos con la memoria varias veces mayor a todos los libros de cualquier biblioteca y en circulación por las redes sociales, algo que exige que todos los alumnos –y por supuesto los profesores- estén conectados a ellas.

Se trata de una “nueva escuela” y por ende una nueva manera de enseñar y de aprender, que exige que tanto en los programas educativos se contemplen y que los docentes adquieran nuevas capacidades para aplicar aquéllos, que en la actualidad, en numerosísima cantidad de casos, está ausente.

Se debe comenzar por advertir aquí que la asombrosa aptitud, la que hasta perece innata, de los más chicos en el manejo de teléfono celulares y computadoras personales no es suficiente, en cuanto a los alumnos se trata, por más que resulte una condición necesaria. Es que por lo que se puede observar su utilización está focalizada en el envío de mensajes de texto, en su participación en las redes, o quedar absorbidos por “jueguitos”.

A ello debe agregarse un problema de infraestructura, dado que no todos los establecimientos escolares – desconocemos su número, aunque sería bueno conocerlo, de manera de poder imponernos de una nueva carencia de nuestro sistema educativo desastrado- cuentan con mecanismos que les permitan a los que allí asisten la conexión a internet.

A ello debe agregarse una circunstancia más, cual es que en el ámbito de la educación privada existen establecimientos en que el manejo de instrumentos digitales es cosa de todos los días, lo que significa que tantos docentes como alumnos estén familiarizados con ellos.

De allí que atender a este tipo de cuestiones esenciales – lo que no implica desentenderse de las coyunturales- es impostergable, y que no hoy sino ayer se debió acometer su aplicación. Porque atendiendo a lo señalado en el párrafo precedente, no solo de esa manera corremos el peligro de seguir marchando hacia atrás como sociedad, sino que a la vez conspiremos contra la supervivencia de la escuela pública obligatoria, laica y gratuita, la que históricamente supo ser una escuela de excelencia, a la vez que garantía del carácter integrado y democrático de nuestra sociedad.

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