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La verdad, pero la pura verdad, es que no sé qué me pasó. Amigo como soy de buscarle pelos a la leche o cinco patas al gato, por una vez me despojé de ese optimismo “Premium” en que consiste el pesimismo, aunque muchos no lo crean y piensen que hablo en broma. Por una vez me sentí verdaderamente contento. Una contentes que se me vino encima con la Nochebuena. Como si me la hubiera traído San Nicolás, como lo llaman ahora los “neotradicionalistas” -una palabra que suena bien aunque no sé del todo lo qué significa- que prefieren esperar los Reyes Magos mientras se ocupan de armar el pesebre y vociferan: nada de arbolitos, ya que los pinos no son árboles autóctonos.

Los mismos que consideran a Papá Noel como una muestra temprana de la “extranjerización cultural invasiva” -como ven, hoy me he venido con todo-, anticipo de esa otra más tardía y cada vez más difundida que es Halloween.

En fin, parece que me inundó la alegría, como suele suceder de a ratos, porque eso de la felicidad es una cosa que siempre se está buscando desde la Revolución Americana del siglo 18, según me dicen, y todavía no se ha encontrado. Y me parece bueno eso de marcar la diferencia entre la alegría y la felicidad, porque hay algunos errados ilusos que, de tan angurrientos que son, no quieren otra cosa que ser felices.

Sin darse cuenta, esos pobrecitos, que lo único que hay realmente son instantes, que pueden estirarse en ráfagas de alegría -que es el caso que dicen les pasa a los que se enamoran-; pero que en realidad son momentos de tregua, para volver aguantable lo que nos pasó ayer y nos pasará mañana.

Pero me estoy volviendo el de siempre, si sigo con estas cantinelas. Y lo que quería decir, y ahora lo aclaro, es que mi contento vino por una inflamación de “espíritu navideño”. Es como si hubiera sucedido que un nacimiento que fue tan igual y a la vez tan distinto, al maravilloso milagro que es todo nacimiento, me hubiera sacudido. Fue cuando miré a mi alrededor y me di cuenta que lo que nunca será vencida es la familia “re-unida”. Que eso es lo que vale y de mantenerse uno en ese estado de reunión, se sanarían muchos males.

Un espíritu navideño inapreciable que habría que alentar para que nos alimente todo el año a todos, por encima que sean o no creyentes en ese Dios que es de todos. De la misma manera -espero estar lejos de todo sacrilegio-, goloso como también soy, que el consumo de pan dulce se extendiera a todo el año. Incluso a tanto niño, tanto viejo, o a tantos… que no comieron ni pan dulce, ni a lo mejor nada en esta Navidad.

Un pensamiento que me vuelve una y otra vez y que hace sentir como un poco incómodo con mí contento. Es que me lleva a pensar en todos aquellos vencidos, que por más que consideren que nunca serán vencidos, parecen no darse en cuenta que no puede haber un pueblo unido sin familias reunidas.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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