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Las organizaciones suelen implementar programas para retener a las personas que consideran tienen el potencial para crecer y desarrollarse dentro de la misma y así asegurar de algún modo su continuidad y permanencia en el tiempo.

En muchos casos se recurre a consultoras especialistas en este tema y juntamente con el personal de conducción definen aquellos elementos o factores que incentiven a sus colaboradores a permanecer en la organización.

No solo es una tarea para cumplir por quienes conducen, sino que es considerada una fuente clave para desafiar un futuro incierto que obliga a planificar los potenciales recursos intelectuales que los posibles escenarios exigirán.

Las organizaciones exitosas se construyen con políticas de mediano y largo plazo, con una planificación que se revisa permanentemente para adecuarla a las circunstancias que surgen de las situaciones imprevistas o impensables en el marco de cierta racionalidad.

Construir una identidad organizacional con determinados valores, que permita a sus colaboradores identificarse con ellos, que les dé sentido de pertenencia y que finalmente estén orgullosos de formar parte y representar esa identidad no es consecuencia del azar, pero sí lo es cuando se sostienen y evolucionan sobre la base de los valores antes definidos.

Cuando nada de esto sucede las consecuencias son tan negativas como un navío que pretende cruzar el océano sin brújula; no solo no sabrá dónde amarrará, sino que probablemente en la medida que la tripulación tome conciencia de la situación termine abandonando el barco.

Esta breve introducción la quiero vincular con una experiencia que acabo de tener. Hace dos semanas atrás realizamos un breve viaje a España. Ya en la sala de embarque había observado que la mayoría de los pasajeros eran personas mayores, las que en la jerga popular solemos describir con el color blanco o gris de los cabellos o sencillamente la calvicie consecuencia de los años transitados.

El mayor impacto de esta descripción lo observé cuando quienes viajábamos ya estábamos ubicados en los asientos del avión: abrumaban los pasajeros maduros, unos pocos jóvenes y un par de familias con niños pequeños completaban el cuadro descripto.

En nuestra fila de asientos, una joven de 22 años nos comparte que iniciaba ese viaje sin fecha de retorno, que luego de aterrizar en Madrid continuaría su viaje hacia la costa mediterránea para hacerse cargo de un empleo que una amiga le tenía reservado. Se había recibido como Licenciada en Diseño Gráfico y su amiga, que había emigrado un año antes y que se desempeñaba como Ingeniera en Sistemas, le estaba ofreciendo en la empresa para la cual trabajaba.

Si bien en nuestro país había trabajado como pasante en una importante empresa internacional, las posibilidades de desarrollo y básicamente las condiciones económicas no le permitían tener expectativas que motivaran un escenario de esperanza.

En la fila de atrás, dos matrimonios compartían la alegría de poder visitar a sus hijos que habían emigrado en el último año. Uno de ellos confesaba que era su primer viaje en avión, que su hijo le había enviado los pasajes, que sus abuelos habían emigrado de España y que ellos ahora estaban experimentando y comprendiendo los muchos silencios del desarraigo de esos abuelos que alguna vez dejaron su tierra.

El vuelo de regreso fue una foto similar, la mayor parte del pasaje compuesto por personas mayores, las emociones eran diferentes y contradictorias, alegrías y tristezas, risas y lágrimas, sentimientos encontrados, la esperanza de un reencuentro, ver a sus hijos buscando un destino diferente del que ellos habían soñado, los silencios del dolor…

Estos dos ejemplos que comparto me llevaron a relacionar cuáles son las consecuencias cuando quienes conducen o lideran son incompetentes. En el caso de una organización privada o empresa, si no se reacciona con premura, es decir reemplazar a quien lidera, será el comienzo de una muerte anunciada.

Cuando un país es liderado por incompetentes, inoperantes, ignorantes e hipócritas, la retención del talento no será nunca una responsabilidad irrenunciable que deban asumir y promover.

Priorizarán los intereses personales, promoverán la ignorancia, desacreditarán el mérito, la cultura del trabajo no formará parte de sus valores, la pobreza tanto económica como intelectual será el mejor escenario para ejercer un poder destructor de una sociedad que en el discurso lo expresan como lo más importante que tienen para defender.

Estas historias de desarraigo no les afecta; por el contrario, no solo las niegan, a veces hasta parece que las incentivan.

En mi país, nuestro país, han migrado y migran talentos extraordinarios educados y formados con la esperanza de vivir en una patria que hoy no tienen.

“NADA HAY TAN DULCE COMO LA PATRIA Y LOS PADRES PROPIOS, AUNQUE UNO TENGA EN TIERRA EXTRAÑA Y LEJANA LA MANSIÓN MÁS OPULENTA”

HOMERO
Fuente: El Entre Ríos

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