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Cada vez se escribe con más faltas de ortografía, algo que es visible en los textos que con tiza llenan los pizarrones los maestros, en los escritos que redactan los abogados, en las cartas que se intercambian los enamorados, si es que sucede que todavía se envíen cartas de ese tipo y existan enamorados, y hasta en costosos carteles con los que anuncian su presencia coquetos negocios, para quedarnos en unos pocos ejemplos.

Debemos empezar por advertir que todos –entre los que nos incluimos- contamos con errores de ortografía y hasta horrores; ya sea por descuido, que es lo más grave, o por ignorancia. Si son aislados, no debemos considerarlos como una cosa preocupante, aunque no está demás tomarlo como una señal de alerta. La situación se complica en el caso de que se haga presente su reiteración, o sea volver una y otra vez a incurrir en el mismo error. El problema, repetimos, radica en su reiteración y, sobre todo, en no darle importancia al hecho que así suceda.

Se trata, en verdad, de una verdadera peste, aunque pocos lo adviertan, y en la época de las computadoras como es la nuestra, parece que el verdadero desastre que ello representa, puede superarse recurriendo a esa especie de ortopedia tecnológica que es el corrector de textos.

El que se debe reconocer, casi siempre acierta, pero ello no quita que de vez en cuando derrape y nos haga “meter la pata” de una manera grave y hasta irremediable.

Según el criterio de algunos especialistas la pérdida de prestigio de la ortografía -lo que es el hecho de que nadie se incomode y menos se avergüence de escribir cometiendo horrores en la materia- tenga por causa las insistentes propuestas encaminadas a suprimirla y a que se escriba como se habla, que según se afirma hasta el mismo Domingo Faustino habría sostenido en forma parcial en algún momento, a pesar de que el grande y pintoresco anecdotario respecto a su persona, muestra hasta qué punto era didáctico y riguroso; no debe olvidarse, como parece haberse hecho, que ambas cosas, ortografía y puntuación, deben ir siempre de la mano.

Es así que, para medir la dimensión del estropicio que se enfrenta se debe llamar la atención acerca del parecer de un filólogo, que sostiene que si hubiera existido en el pasado una situación como la que ahora ?se vive en la materia, millones de obras publicadas en el pasado –al menos desde invención de la imprenta en el siglo XV- ahora resultarían ilegibles y dentro de unos años, la verdadera unidad de nuestra lengua (que se basa en la palabra escrita) habría saltado por los aires.

Algo que ejemplifica indicando que un argentino que pronuncia “campión” sabe que está usando la palabra “campeón”, y que ningún caribeño duda que en su prosodia de “amol” se halla la palabra “amor”, pero si se sigue esta línea ¿adónde iremos a parar? Será una posibilidad que todos terminemos hablando en gerigonza...

Un periodista señalaba hace poco horrorizado que el presidente del Partido Socialista Español escribió una carta pública de cuatro párrafos al secretario general de Podemos, Pablo Iglesia, en que la situación que nos ocupa quedaba clara.

Es que indicaba que el texto de la misiva era una clara muestra de que, en algún punto del proceso de aprendizaje de la escritura se produjo lo que él denominaba un fallo sistémico...

Destacaba así que en esa carta sobraban siete comas, faltaban cinco, dos tildes se quedaron escondidas en el teclado, se aprecian tres errores sintácticos y una ausencia de los dos puntos, hay una confusión semántica, saltan a la vista dos erratas y las mayúsculas y las minúsculas se repartieron a voleo... Y después nos sorprendemos de la manera en que escribe un modesto habitante de la Argentina profunda, aunque en realidad no se necesita ir tan lejos.

Se señala que la cuestión se potencia debido a la circunstancia que si maestros y profesores escriben con errores ortográficos, el mal se agrava ya que existe la posibilidad de que se extienda a todos sus alumnos, de donde de no revertirse la situación existe el peligro de un descalabro a medida que se repitan generaciones de estudiantes, con docentes que tienen una ortografía cada vez peor.

¿Lectura o dictado? Existen quienes sostienen que la solución pasa por motivar a todos desde chicos para que empiecen a leer libros, porque ello hace que visualicen las palabras. Claro está, que ello presume que previamente aprendamos a leer bien, con referencia expresa a la lectura oral, un hábito en la actualidad tan descuidado que hasta suele producir lástima angustiosa el “deletreo” de los textos que se leen en ceremonias religiosas, como muchas veces sucede.

Hay especialistas que sostienen que es leyendo como se ataja el problema de las faltas porque se visualizan los signos, pero los defensores del dictado arguyen que el mismo entrena la atención sostenida, la concentración y sirve para descubrir los errores. Mientras existen otras propuestas, como volver a practicar en la escuela no solo la lectura oral, sino también la copia de textos y sobre todo el dictado, o sea a antiquísimas prácticas para detener el problema que nos causa una ortografía como la nuestra.

Así, ¿qué abuelo de los de hoy, no se recuerda del dictado de la maestra plasmado en escritura por el alumno, proseguido por la corrección de lo así escrito con letras rojas señalando los errores de los trabajos de cada uno en su cuaderno? Y no terminaba allí ya que a ello le seguía la obligación, como una de las “tareas” a llevar a cabo en casa: escribir en el mimo cuaderno del dictado en forma correcta lo que se había escrito en forma equivocada.

¿La letra con sangre entra? No creemos que las cosas deban llevarse a ese extremo, pero indudablemente en el tema se hace necesario hacer lo que se llama poner “más garra”. Lo que implica no dejar pasar errores en los exámenes escolares, aunque no tengan a la lengua como su materia específica, y ser celosos ante las faltas de ortografía de los que aspiran a la docencia, o en lo escritos que se presentan en juzgados u oficinas. Claro está, que aquí se hace presente otra pregunta: ¿quién cuida del corrector?

“Pero hombre —les digo a mis alumnos—, si no podemos quejarnos, si tenemos una ortografía que no nos la merecemos”, opina un especialista de lo que se conoce como la escuela tradicional.

Concluimos entonces con su reflexión “…es un delito que nos cause problemas una ortografía como la nuestra, bastante más sencilla que la orthographe del francés o el spelling del inglés, y con un sistema de acentuación mucho más nítido que el italiano. Es que no podemos quejarnos, si tenemos una ortografía que no nos la merecemos”.

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