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“La parábola de los tres Picapedreros”, aun cuando alguna vez la hayamos leído, sigue tan vigente para quienes deben liderar que desconocerla o no considerarla indica una carencia más que fundamental en la gestión.

“Un constructor llega a una cantera y encuentra a tres picapedreros haciendo el mismo trabajo; como observador, no encuentra ninguna diferencia entre ellos. Se acerca al primero y le pregunta “¿Que está haciendo?”. Con cierto asombro, le responde: “Me estoy ganado el pan de cada día”. Luego se acerca al segundo, le hace la misma pregunta y este con euforia le responde que está haciendo los mejores bloques de toda la región: “Soy el mejor picapedrero de todos”. Finalmente, se acerca al tercero y repite su pregunta. Después de una breve pausa, el tercer picapedrero le responde “estoy ayudando a construir una Catedral”.

En el primer caso difícilmente imaginemos a un individuo en condiciones de liderar; sin embargo, estas personas son necesarias para desempeñar ciertas tareas que favorecen con su aporte al buen funcionamiento de una organización y, en consecuencia, de la sociedad en su conjunto.

Al segundo picapedrero, orgulloso de sus capacidades y habilidades, lo podemos comparar con los especialistas, aquellos individuos que poseen excelentes conocimientos y experiencias en una determinada especialidad, lo cual está muy bien, solo que con frecuencia estos individuos tienen una visión del mundo absolutamente condicionada por su especialización, llegando al extremo de despreciar los conocimientos y experiencias de los otros.

Pierden el sentido de la realidad y peor aún, suelen conducirse con arrogancia y displicencia, priorizando solo aquello que tiene coincidencia con sus conocimientos. En la era del conocimiento, cuando se es dirigente, despreciar el conocimiento ajeno es imperdonable.

En cualquier tipo de organización, perfiles como el mencionado son causantes de graves problemas de integración, trabajo en equipo y de comunicación. Creen que su realidad es la única posible descartando cualquier otra mirada.

Las organizaciones requieren de conductores que sepan claramente qué es lo que aportan a la totalidad, se preocupen por transmitir cuál es el fin último y cuál es el aporte que cada uno de los individuos puede hacer para construir “La Catedral”.

Cuando cada integrante conoce cuál es su aporte, el grado de motivación será significativamente distinto de aquellos que se procuran generar con otros instrumentos motivacionales.

Exige del líder un esfuerzo adicional al de simplemente dar órdenes, demanda humildad para escuchar, capacidad para observar qué es lo que otros hacen mejor que él, compartir el sentido de los desafíos y fundamentalmente desde el sentido común definir las prioridades concentrándose en lo esencial.

He traído esta breve síntesis de cómo la fábula de los picapedreros sigue siendo válida para los liderazgos organizacionales y mucho más lo es para quienes gobiernan un país, una provincia o un municipio.

Despreciar el conocimiento y la experiencia ajena es un acto de soberbia y arrogancia, es uno de los pecados capitales, al que podemos sumar el de la ira, cuando ciertos comportamientos o actitudes se caracterizan por las agresiones verbales, acciones de revanchismo, desprecio y descalificaciones innecesarias.

Si se pierde el sentido de la globalidad -en el caso de un país es el bienestar general- sin asumir las realidades tal como son y no desde una mirada parcial y subjetiva de especialista al que solo le interesa imponer su punto de vista, nos encontraremos con conflictos y confrontaciones sociales impredecibles.

- El especialista ve el riñón enfermo, pero no puede ver al paciente -

En nuestro caso argentino, podríamos afirmar que el especialista ve el equilibrio fiscal pero no ve al país como un todo. Las provincias son parte del todo, aportan a la globalidad, algunas más que otras, sin embargo, cada una es una porción de la totalidad.

El fin no justifica los medios, aunque en los modelos populistas hay una especial devoción por “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo.

Dado que en 30 años podríamos parecernos a Alemania, recomiendo tener en cuenta a Konrad Adenauer, primer Canciller alemán, quien lideró a su país desde las ruinas de la Segunda Guerra Mundial hasta convertirse en una nación próspera y productiva.

“El concepto de libertad ha adquirido un contenido más amplio en nuestro tiempo. Incluye, junto con la libertad política y religiosa, también la libertad social. Es decir, vivir libre de hambre y miseria. Y con ello la libertad para el desarrollo personal y económico”. Konrad Adenauer, Londres 06/12/1951
Fuente: El Entre Ríos

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