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En 1816, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano (1770-1820) era ministro plenipotenciario de las Provincias Unidas ante las cortes europeas. Durante su estadía en Londres se preocupó por un manuscrito que llegó de las manos de un fraile amigo, Celestino Guerra, en el sur de España y quiso editarlo. Logró una hermosa edición, buena tipografía y encuadernación en cuero, en cuatro volúmenes, con un prólogo que escribió pero no firmó. Se imprimieron 4000 y dejó 4 en Inglaterra, los 3996 los trajo consigo al Plata. Se trataba de la obra de un jesuita chileno, Manuel Lacunza y Diaz (1731-1801). El título de la obra es "La venida del Mesías en Gloria y Majestad" completado después de muchos años, en 1790.

Aparte de sus intereses monárquicos, y ávido de teorías económicas, obsesionado por crear escuelas, pues veía que solo la educación lograría el progreso de estas tierras, Belgrano era un católico consecuente. El octavo hijo de una familia de dieciseis, muy unido desde su infancia al vecino convento de Santo Domingo, enseñaba el catecismo y el evangelio a sus soldados, y rezaba con ellos, lo que no le impidió firmar condenas de muerte si era necesario. Pidió ser enterrado, no con su traje de general, si no con el hábito de la 3° orden dominicana, como el resto de su familia. De la obra que se esmeró en editar había una edición previa hecha en Cádiz, incompleta y agotada, de 1811. Probablemente muchos en Buenos Aires habrán tomado los libros con asombro y cautela. ¿Qué sabemos del autor?

Manuel Lacunza y Diaz (1731-1801) fue un jesuita chileno, muy versado en las Escrituras y en la teología. Su vida de meditación y estudios sagrados fue interrumpida con la orden de expulsión de la orden jesuita de los territorios de las colonias españolas y su metrópoli (1767).Viajó con sus compañeros de desgracia a España y luego exiliado en Italia, en Imola, cerca de la estudiosa Bolonia. Desde allí escribió: "todos nos miran como un árbol perfectamente seco e incapaz de revivir, o como un cuerpo muerto y sepultado en el olvido, mientras tanto morimos lentamente. Abandonamos Chile 352, quedan la mitad, la mayoría enfermos y apenas pueden moverse, como caballo de curandero. Nadie conoce a Chile hasta que no lo abandona". Pero miraba el cielo y leía el libro de Daniel y el Apocalipsis de San Juan, que para él encajaban como la mano y su guante. Publicó su obra bajo el pseudónimo de Juan Josafat Ben-Ezra, el apellido remite a un rabino famoso y no está claro por qué lo eligió.

Manuel fue encontrado muerto en un cañadón, quizás cayó mareado de tanto mirar los cielos. Cuando leemos sobre la abolición de la orden y siguiente expulsión, ¿pensamos en lo que debieron sufrir muchos de ellos, o todos, al ver sus obra y afanes cercenados fríamente? Vaticinaba en algo totalitarismos venideros. ¿Y la orfandad en que quedaron los indios de las misiones? ¿Qué se sabe de ellos?

Manuel Lacunza no creía en el fin del mundo. En su complicado pensamiento, que pueden leer en Internet donde figura su libro, se destacan en el futuro dos momentos claves: el del fin de una edad y el día del Señor. El primero cierra la fase humana con la llegada de Cristo. La Iglesia cae en apostatía. Surge el Anticristo, no como un individuo concreto sino como un conjunto de muchísimos individuos con espíritu anticristiano. Ocurre el juicio a los vivos y la conversión de los judíos. La humanidad entra en un milenio de paz y justicia, hasta que ocurre la resurrección de los muertos y el juicio final: el día del Señor.

Ese milenio venturoso formó parte de antiguas creencias judías y del cristianismo primitivo, culminando en la doctrina de Joaquín de Fiore (Calabria,1135-1202),con su concepción de la historia en etapas superadoras, y se coló en creencias contemporáneas y ateas. El libro de Lacunza, que fue, después de los "Comentarios Reales" del Inca Garcilaso, el libro en español más difundido en su siglo, fue rápidamente traducido al inglés, y fue de gran influencia en varias iglesias y sectas protestantes: las escocesa, anabaptista, menonitas, cuáqueros, amish, adventistas, bautistas, testigos de Jehová y acarició incluso a teólogos de la liberación. Se da la enorme paradoja de una obra católica que entusiasmo a las iglesias reformadas, para cuyos miembros el Papa era o es el Anticristo.

¿Cuál fue la seducción que ejerció la obra en Belgrano? Difícil saberlo. Aparentemente sus biógrafos más prestigiosos no la mencionan, lo que es muy extraño, pues sin duda tocó fibras muy sensibles en el espíritu del patriota. Alguien postuló que fue el intento de mostrar al viejo mundo que las tierras recién independizadas contaban con eruditos tan importantes como aquel. Me parece un argumento menor, debía estar más vinculado a la fe, a su íntimo pensar. En 1824 el libro cae en el Index, tarde para que Belgrano medite sobre él y la difusión por la que trabajó y por la cual probablemente pagó mucho. Uno lo imagina bajando del navío, en su regreso a Buenos Aires, desempacando los libros y mostrándolo a sus amigos y a algún fraile de Santo Domingo, que le echaría una mirada intrigada y suspicaz. No conozco si hubo reacciones en Buenos Aires. Uno de los volúmenes fue a las manos de un estanciero de Ramos Mexía, en lo que sería más adelante Maipú. Están en la Biblioteca Nacional, por milagro podrían aparecer en la "Fiat Lux", de nuestro Colón.

En abril 1940, el arzobispo de Santiago de Chile, se dirigió al Santo Oficio solicitando permiso para enseñar la doctrina de Lacunza "en forma mitigada". La contestación en junio 1941 fue prohibición absoluta, ya que siempre será una doctrina peligrosa. Así que nuestro piadoso general Belgrano, había contribuido a difundir una herejía. Tramposa la vida.

A los interesados recomiendo el artículo de Freddy Parra: "Historia y esperanza en la obra de Manuel Lacunza". Teología y Vida. Volumen xxxv (1994). Está en internet. (Humildes perdones al Santo Oficio). Y la conferencia Alberto Manguel - J E Burucúa: "Libros y lecturas en el Río de la Plata en 1816" ,disponible en YouTube.
Fuente: El Entre Ríos

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