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Según un informe del Banco Mundial se estima que los desechos globales crecerán un 70 % para 2050, a la vez en el mismo se detalla que los países de ingresos altos —que representan el 16 % de la población mundial— generan más de un tercio (34%) de la basura del planeta.

A su vez la Alianza Global de Recicladores indica que hay 15 millones de recolectores informales de basura en el mundo, y que la mayoría son mujeres, niños, ancianos, migrantes o minorías. Por otra parte otro informe, esta vez de ONU Hábitat, los recicladores son fundamentales en la economía de los desechos porque llegan a recoger entre el 50 y 100% de la basura sin coste para las ciudades.

De lo que se trata entonces de encontrar aplicaciones realmente innovadoras, que puedan transformarse en proyectos concretos capaces de reciclar esa inmensidad incalculable de residuos, que de otra manera nos van virtualmente tapar, asfixiándonos, un paso más en la situación actual que se vive en tantos lugares en los que el convivir con basura mugrosa es una cosa habitual.

No es esa la convicción de Veena Sahajwalla, una ingeniera india nacida en Bombay, la que después de estudiar primero ingeniería metalúrgica en el Instituto de Tecnología de la India de Kanpur, en el norte del país, donde se graduó en 1986, con la peculiaridad destacable que fue la única mujer de su promoción. Después su empeño la llevó a obtener la maestría y el doctorado en Canadá y los Estados Unidos. La etapa siguiente de su vida es la que la hizo recalar en Australia, donde emprendió una larga carrera docente en la universidad de Nueva Gales del Sur (UNSW), ubicada en Sidney.

Resulta de interés el conocer a través de sus propias palabras como se despertó la vocación, que como en seguida se verá ha marcado fructíferamente su vida. Es así como relata que “de pequeña me llamaba la atención ver a niños de mi edad recogiendo residuos en las pilas de desechos que había en las calles. Me preguntaba no solo por qué ellos tenían una vida tan diferente de la mía, sino qué se podía hacer frente a esa situación”. Después de lo cual se sincera añadiendo que “aunque estoy segura de que mis padres no estaban de acuerdo, a mí me gustaba hablar con la gente en la calle”. Para todavía añadir que “había personas maravillosas trabajando en la calle. Era gente como yo y hablaba con ellos. Me afectaba mucho verlos, me enojaba, porque ya podía entender la injusticia de lo que pasaba”. Es de esa manera que vino a entrever, recogiendo las palabras de un periodista que la entrevistó, que “allí donde muchos ven descarte, ella intuía que en esos desechos se podía encontrar oportunidades”.

Dicho de otra manera, también utilizando sus palabras, “de allí en más se me hizo paulatinamente más claro el plantear el por qué la sociedad desprecia tanto a los recicladores informales. ¿Por qué no se crean sistemas para valorar su trabajo? ¿Por qué se tiran a la basura tantos materiales valiosos?”

Fue así como en 2005 Sahajwalla inventó una tecnología pionera: el llamado acero ecológico o verde. Se trata, tal cual surge de la información circulante sobre el tema, de un proceso mediante el que neumáticos viejos y plásticos reciclados se utilizan en lugar del coque y otros tipos de carbón —que son fuentes de energía no renovables— para fabricar acero.

También esa información destaca que el mayor productor de este material en Australia, Liberty One Steel, adoptó esta nueva técnica y la patentó como Tecnología de Inyección de Polímeros. Ahora se utiliza gracias a licencias en otros países en Asia y en Europa, y Liberty dice que aumenta la eficiencia energética un 3 % y ahorra hasta el 35 % en costes de carbón.

Se destaca además como forma de sintetizar su punto de vista en la materia que a diferencia de la gran mayoría de proyectos de reciclaje, sus ideas se fundan en una investigación científica rigurosa y profunda. Es que ella ha manifestado que “si se recicla un material para crear algo que se va a deteriorar en pocos meses y termina de todos modos en los basureros rápidamente, no se ha resuelto ningún problema. La clave es producir algo que sea bueno en el ámbito social, pero que también sea un material de alta calidad que se pueda utilizar en procesos industriales”.

Es así como en la actualidad Sahajwalla está experimentando con lo que llama "minas urbanas": pequeños laboratorios donde viejos ordenadores, teléfonos y otra basura electrónica son aprovechados para extraer metales —oro, plata, cobre— y darles un nuevo uso. Con una inversión inicial de 370.000 dólares, creó su primera mina urbana en el Centro de Investigación y Tecnología de Materiales Sostenibles (SMaRT) en la UNSW. Espera que pueda dar beneficios en dos años.

Todo lo cual es consecuente con su convicción de que es necesario incentivar más colaboración entre los investigadores y las industrias. “Tenemos que hablar de economía del propósito, donde se respeta a la gente y a las necesidades de las comunidades”, dice.

Quienes la conocen bien, manifiestan que su idea es que las minas urbanas se puedan instalar en lugares remotos o en basureros donde ya existe una economía basada en el reciclaje de materiales. De esta manera, se podrían crear trabajos bien remunerados y, además, evitar los daños para la salud y el medioambiente que causa el reciclaje informal de componentes electrónicos, introduciendo una extracción de metales estandarizada y más segura.

Es que según su opinión, la minería tradicional demanda más mano de obra, mientras que en su mina urbana el trabajo puede ser automatizado con robots que recuperan los materiales útiles. Además de extraer los metales, el proceso transforma el plástico en una fibra para la impresión 3D.

Es por eso que Sahajwalla imagina que sus pequeñas fábricas puedan funcionar no solo en contextos como la India y América Latina, sino también en comunidades remotas en Australia para evitar costes excesivos de transporte de basura. Todo ello mientras esa mujer sigue con la mirada ´puesta en los recicladores, a los que ve como guerreros de la basura porque hacen “el trabajo más duro para que la sociedad siga funcionando”, está convencida de que, a partir de la reutilización de los desechos, se pueden fabricar productos de alta calidad. “Es una oportunidad de crear una nueva economía”, asegura.

No es extraño que se pueda ver en ella una rebelde cuando se la escucha afirmar que en el mundo occidental hay una cultura demasiado consumista: El poder del dinero no te debería dar el derecho a contaminar, todos deberíamos aprender a dar el justo valor a cada objeto.

Es por lo mismo que habla de la adopción de lo que bautiza con el nombre de ”economía circular”. A la que cree que la economía circular debería ser adoptada por todas las industrias, mientras que la base para cada consumidor debería ser reducir, reutilizar y reciclar.

Es por todo eso que no tiene desperdicio una última reflexión suya:“cuando pienso en el lado humano de la basura, es como si viviéramos en dos planetas diferentes: uno donde se puede obtener todo y desechar todo, y el otro donde no hay nada y la basura es una fuente de ingresos. O sea que hay gente que puede permitirse comprar muchas cosas y claramente ellos son los que generan más basura.

Pero si le pidieras a esas personas que limpiaran también su basura, probablemente no les gustaría hacerlo”.

Por nuestra parte pensamos, cuán lejos estamos nosotros de plantearnos ese problema. Si donde arrojar la basura sigue siendo un problema, y ni siquiera se han implementado de una manera adecuada los mecanismos que nos obliguen como debiera ocurrir a la separación domiciliaria de los residuos de ese origen en las clásicas tres categorías que se suponen conocidas.

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