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Argentina vuelve a exportar gas a Chile
Argentina vuelve a exportar gas a Chile
Argentina vuelve a exportar gas a Chile
No se puede incentivar el consumo sin hacerlo de igual manera con la producción

Entre tantas “pálidas” que nos “bajonean”, sin que por un minuto siquiera nos pongamos a pensar en la cuota de responsabilidad que nos toca en habernos convertido en una sociedad desastrada, se ha hecho presente la noticia de “una buena”. La que más allá de su relativa importancia - se hace necesario que se den muchas otras como esa- tenemos que procesarla como una valiosa experiencia a tener en cuenta.

Nos estamos refiriendo al hecho que después de once años, hemos vuelto a exportar gas, y Chile es el destinatario de la primera remesa. No debemos olvidar que en su momento se construyó un gasoducto que vinculaba a los dos países atravesando los Andes, a través del cual suministrábamos ese combustible a nuestros hermanos chilenos. Hasta que un día se revertieron las cosas – como sucedió con tantas otras- y el gasoducto de marras en lugar de llevar gas hacia Chile, comenzó a traer el gas del que los chilenos nos abastecían, y del que se hacían previamente de terceros países.

No se trata de pretender otorgar a nadie en particular medallas por lo sucedido, ya que fue durante la administración anterior cuando, a través de exploraciones con resultado positivo, se encontraron los yacimientos de gas y de petróleo en Vaca Muerta –de extracción por métodos no convencionales- cuya dimensión los coloca entre los grandes yacimientos del planeta. Aunque no es cuestión de agrandarse en demasía – a lo que somos propensos de una manera hasta viciosa-, ya que esos yacimientos “están”, pero están bajo tierra, y se necesita de ingentes inversiones para estar en condiciones de efectuar su explotación a pleno.

Una oportunidad para que vuelva a plantearse –esta vez con mayores fundamentos- si somos un “país petrolero” o si tan solo somos un “país con petróleo” ya que no se trata lo señalado un juego de palabras sino de una manera de hacer referencia a cosas diferentes.

Pero al menos parece ser que de esa manera va a quedar asegurado el autoabastecimiento de gas, y que no tendremos que valernos de gas licuado transportado en barcos para satisfacer una demanda harto recortada – recortada sí, es la palabra exacta porque todavía están frescos en nuestra memoria esos inviernos en que había que parar fábricas dado que, en caso contrario, no se podía abastecer al consumo familiar, incrementado como estaba, y está, por la necesidad de contar con calefacción en esta época del año; cuando no se daba el caso verdaderamente bochornoso de que hubiera que interrumpir ambos suministros.

A la vez de este sucedido, para asegurar su transformación de solo una buena noticia en una verdadera experiencia e insertarlo en el contexto de un debate al que de una manera simplista podemos mostrar, independientemente de lo absurdo que en realidad resulta el planteo, como el del “consumo vs. la producción”.

Algo que en realidad representa un falso dilema, ya que como se señaló en el encabezado de la presente nota “no hay mesa que valga, sino se la surte”. De donde dicho en buen romance, como se escuchaba decir en ese entonces, no basta con declamar la preocupación por “el cuidado de la mesa de los argentinos”, ya que no se puede alimentar el consumo si primero no se comienza por incentivar e incrementar la producción.

Teniendo en cuenta que la mesa no se surte solo con lo que se conoce como “producción propia”, sino también con cosas que se importan y que al hacerlo se deben pagar con las divisas fuertes, obtenidas por el pago del precio de lo que se exporta.

Ya que de otra manera quedan dos alternativas, cuales son la de una disminución en el consumo, o el endeudarse para poder seguir, mientras se pueda, viviendo de “lo fiado”.

Y paradójicamente fue el “joven Perón” en su primera presidencia a quien se lo escuchó hablar machaconamente de “productividad”; aunque después se olvidara, al menos parcialmente, del tema; preocupado y ocupado en otros menesteres sino más importante, por lo menos más urgentes.

Y tenía razón ése Perón, el joven, al advertir que no existe futuro sin el incremento constante en una productividad eficiente y calificada. Algo de lo que también nosotros nos hemos ido cada vez más desentendiendo; dado lo cual vemos a los que intentan producir, agobiados por los impuestos, y distraídos por tantas trabas y exigencias burocráticas la mayor parte de ellas sin sentido. Mientras que ambas aberraciones no hacen otra cosa que asustar y hacer que pongan sus pies en polvorosa aquellos en principio corajudos que se les ocurrió instalarse aquí para producir de una manera honesta y eficiente.

La pregunta que fluye naturalmente es cuándo llegaremos a entender que no se puede atender de una manera verdaderamente cuidada al consumo – o sea “la mesa”- si no se comienza por atender a la producción competitiva y no parasitaria, o sea aquellos que en definitiva posibilitan que la mesa sea surtida. No se trata de hacer revivir la doctrina de los economistas de la fisiocracia. Por más que ellos fueran, más que hasta cierto punto, los padres de la economía posterior, y que calificaban como estériles todas las actividades que no fueran las agrícolas, de donde lo eran tanto la manufacturera como el comercio.

Pero no se pueden pasar por alto los nefastos efectos que tanto en todas las actividades que giran en torno a la producción de bienes y servicios, tiene la existencia de un estado hipertrofiado e incompetente.

Y conste que ello no significa que se pretenda ni la abolición del estado, ni la pretensión escuchada alguna vez de la instauración de un “estado mínimo que funcione”.

Apelando a una ironía que se escuchara, la que -reconocemos- no reproducimos con la debida literalidad, cabría advertir que en nuestro país pagamos impuestos en la misma proporción enorme con la que se lo hace en los países nórdicos de Europa, donde los servicios de salud y de educación, la infraestructura y el sistema de retiro y el de la diversas prestaciones sociales funcionan a la perfección.

Mientras que en nuestro caso a pesar de pagar tantos impuestos como en Suecia, Noruega Dinamarca y Finlandia, los servicios que mencionábamos a cargo del Estado se los presta como si viviéramos en Somalia o Níger.