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Lo que acabamos de dejar planteado como pregunta, se pudo escuchar días pasados en boca de un economista como afirmación. Mejor dicho, como preocupante y, a la vez, triste afirmación.

En tanto, el análisis de la cuestión que de ese modo queda planteada, debería comenzar por establecer el concepto de “cuasi moneda”. Una búsqueda en las enciclopedias nos da la impresión que al menos la expresión, sino su utilización y su mecánica, es una “creación argentina”.

Es así como en uno de ellos, se puede leer que el de “cuasi monedas es un nombre informal otorgado a los bonos emitidos en Argentina por el gobierno nacional y por quince gobiernos provinciales durante la crisis económica que padeció esa República en los años 2001 y 2002”.

Y que se agrega el hecho que “esos bonos circulaban de la misma forma que la moneda de curso legal. Se trataba de bonos al portador que podían o no contemplar el pago de intereses, con las mismas dimensiones que los billetes de curso legal del país.”

La explicación de su emisión, reside en el hecho que “debido a la Ley de Convertibilidad, desde 1991, la emisión monetaria se encontraba restringida. Frente a la falta de liquidez resultante, estos bonos fueron ideados como un modo alternativo de financiamiento, en el marco de la crisis económica que afectaba al país. De esta forma, el gobierno nacional y las provincias podían seguir pagando sus obligaciones y a su vez sostener parcialmente el consumo, lo que generó un breve alivio financiero previo al fin de la Convertibilidad.”

También se recuerda que “a medida que el país fue recuperando su economía desde 2003, estas cuasimonedas fueron desapareciendo, hasta extinguirse por completo al ser reabsorbidas por los emisores.”

Toda esa explicación resulta aparentemente innecesaria, si nos atenemos a todas las generaciones de argentinos que vivimos esa catastrófica experiencia; la que, en el caso de nuestra provincia, se plasmó en la emisión y circulación de los famosos “federales”.

Se trataba de una cuasi moneda que, como todas las demás, fue perdiendo valor frente al “peso” a medida que pasaba el tiempo, como instrumento de cambio, o sea en las transacciones comerciales de todo tipo, ya que terminó siendo aceptada a su valor nominal, únicamente para cumplir con las obligaciones tributarias para con el gobierno provincial.

Pero de esa época a la actual han transcurrido dos décadas, de manera que nuestras generaciones más jóvenes no saben de esas “lindezas”, aunque les ha tocado vivir similares sacudidas y sobresaltos.

Antes de proseguir, apuntamos un detalle: hubo quienes se hicieron una fiesta adquiriendo “federales” por debajo de su valor nominal, y, cuando llegó el momento de su rescate por parte del gobierno provincial, lo hicieron a este último valor, o sea su valor nominal. Claro está que entonces no se había puesto de moda referirse a quienes así actuaban como “buitres”…

En tanto nuestro “peso”, para que pueda considerarse dinero, debe cumplir con tres funciones, sin que se pueda dejar de hacerlo con ninguna de ellas.

Cumpliendo, primero, la función señalada de “medio de pago o de cambio” –la que es en realidad su función principalísima-; o sea que su utilización pueda hacerse “sin problemas” para efectuar todo tipo de transacciones, especialmente las vinculadas con el intercambio de bienes, productos o servicios.

Como es sabido, esas transacciones se hacen a un determinado “precio”, y allí se hace presente la segunda función de la moneda, esta vez como “unidad de cuenta”. Es por eso que se dice que, como tal, facilita hacer los cálculos económicos, fraccionar el dinero y saber cuánto cuesta cada una de las cosas que deseamos adquirir; sino también por el hecho que cuando se inicia un negocio se tiene que dar un valor a los productos a comercializar.

Por último, el dinero cumple una tercera función, cual es la de ser “depósito de valor”, en cuanto su conservación, es una forma de contar con reservas para contingencias o inversiones futuras.

Bien miradas las cosas, vemos hasta qué punto se ha deteriorado nuestro “peso”, dada su dificultad creciente para cumplir todas y cada una de esas funciones. Porque, para comenzar, ¿a quien se le ocurre en estos momentos “ahorrar en pesos”? De donde está más que puesta en duda su función de depósito de valor. Al mismo tiempo, la expresión de uso frecuente en el mundo de los negocios de que “no hay precio” en relación al valor de mercado de cualquier bien, o haya una dispersión caótica del precio de la misma mercadería. A lo que se agrega el hecho cierto que determinadas transacciones no se pueden llevar a cabo en nuestra “moneda local”, por cuanto se hace presente la exigencia de una de las partes de hacerlo en una moneda extranjera, más frecuentemente en dólares estadounidenses…

Todas esas circunstancias hacen posible la existencia de un cuestionamiento como es al que hemos hecho referencia al principio de esta nota, y viene a ser señal de un estado de cosas que trasciende lo estrictamente monetario.

Ya que el contar con una moneda que no sea otra cosa que papel impreso, es uno de los ingredientes en los que se manifiesta la soberanía de un Estado, y lo que a la vez hace posible el dominio pleno por su parte, de su política monetaria. A lo que se agrega, que esa circunstancia es una señal de desorganización estatal y del desquicio social con el que aquella se encuentra en una interrelación que los torna, a la vez, causa y efecto de nuestras penurias.

La última vez que creemos haber escuchado mencionar la necesidad de convertirnos en “un país en serio”, fue en boca del expresidente Kirchner. En tanto, son innumerables las ocasiones, en que se hace presente la impresión de nuestro empecinamiento en avanzar en dirección opuesta a la que haga posible alcanzar ese logro.

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