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El éxodo de empresas del país no es casual
El éxodo de empresas del país no es casual
El éxodo de empresas del país no es casual
Ayer se conoció un informe del Departamento de Estado de los Estados Unidos que muestra cierto escepticismo respecto de las oportunidades de inversión en Argentina y el manejo del gobierno actual en la materia. En un trabajo que tiene frecuencia anual, titulado “Declaraciones sobre el clima para las inversiones” y que cubre 170 países, el equivalente del Ministerio de Relaciones Exteriores de aquel país se ocupó de trazar un panorama bien sombrío. Entre otras frases poco felices por lo que nos toca, el informe se ocupa de resaltar por ejemplo que “cualquier posible inversión en Argentina podría estar afectada por la incertidumbre económica, las políticas intervencionistas, la alta inflación y el estancamiento”.

No todo lo dicho ahí es negativo, ya que el informe resalta el potencial económico de varios sectores -como agricultura y tecnología de la información-, además de ponderar el recurso humano, pero a propósito de ese potencial expresa que "los controles de capital, las restricciones comerciales y los controles de precios aumentan la distorsión económica que obstaculiza el clima de inversión en el país". En el informe se puntualiza también que "tanto las empresas nacionales como las extranjeras señalan con frecuencia una carga fiscal alta e impredecible y leyes laborales rígidas, que dificultan la respuesta a las condiciones macroeconómicas cambiantes, como obstáculos para la inversión".

No hay que ser mago ni quiromante, solo vivir en Argentina y tratar de sostener cualquier esfuerzo -por más pequeño que sea- en el sector privado, para entender qué es lo que este informe nos está queriendo decir. En Argentina hoy no hay clima de negocios, invierten solo aquellos a los que no les queda otra que invertir lo mínimo indispensable como para mantener sus negocios con vida, y el ecosistema tampoco es propicio para aquellos con ganas y voluntad de emprender. De hecho es notorio el éxodo de este tipo de talento que emigra en busca de horizontes mejores y de medioambientes menos refractarios a sus proyectos e ideas.

El sector privado lleva más de diez años sin generar empleo en nuestro país, y tanto empresarios, pequeños o grandes, como emprendedores han tomado conciencia de que el problema no solo no está en vías de resolverse si no que por el contrario se agrava día a día. El actual gobierno no cree en el mérito, ni en el esfuerzo, ni en la ética de trabajo y de a ratos incluso parece renegar de la figura del capitalismo. Casi todos en esta administración han tratado de minimizar el grave fenómeno del éxodo de empresas que estamos sufriendo, al tiempo que promueven recostarse en el estado como fuente exclusiva de nuevos empleos. Un estado que oprime al sector privado en la búsqueda de recursos para subsistir, y si estos no son suficientes no duda entonces en acudir a la emisión monetaria, y por ende a la inflación como fuente espuria de financiamiento.

Quienes no quieren resignarse a un empleo estatal, porque trabajos nuevos en el sector privado para las nuevas generaciones casi no hay, y tienen algún talento, no dudan entonces en buscar nuevos rumbos en países donde las perspectivas económicas son otras. Pero la realidad es que esa posibilidad es privativa de unos pocos, con la gran mayoría de nosotros quedándonos aquí, no por elección o deseo sino porque no nos queda otra. Acá nos quedamos e iremos remando como se pueda. Al día de hoy, una diáspora como la que vive Venezuela aparece como improbable, pero a todas luces nuestra economía no para de caer y las oportunidades de empleo son cada vez más limitadas. No solo eso, los sueldos son cada vez más bajos y mucho del empleo que se genera paga por debajo de lo que se podría denominar línea mínima de subsistencia.

El tímido rebote de la economía de este año, después de la tremenda caída de 10 puntos del año pasado -consecuencia de la pandemia-, es ilustrativo del clima de negocios existente y de las bajas posibilidades de que se revierta en el próximo tiempo. Mientras tanto, si este gobierno insiste en hacer del estado el único motor de crecimiento, deberemos resignarnos a vivir en una economía de inflación estructuralmente alta, de empleos de cuasi hambre, y con perspectivas de deterioro económico permanente y cada vez más pronunciado. Difícil saber qué otra cosa, más allá de un tiempo que pasa y solo nos devuelve más angustia, más desazón y más pobreza, nos hará recapacitar y entender que la actual receta no nos está conduciendo ni por la senda de un crecimiento virtuoso ni por el camino de un progreso venturoso.
Fuente: El Entre Ríos

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