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El sacerdote Juan Esteban Rougier repasa su trayectoria y cuenta cómo es la vida a los 90: el cuerpo, la mente, la soledad y la muerte.

-¿Cómo es la vida a los 90?

-No sorprende, por lo menos a un sacerdote, porque uno tiene el convencimiento que la vida está en manos de Dios, que debe portarse bien y no hacer desarreglos. Yo un tiempo, que no llegó a un año, fumé, pero no llegué nunca a fumar diez cigarrillos. Un compañero mío, con quien entramos juntos al seminario y fuimos compañeros en la parroquia de Villa Elisa, acaba de morir porque el cigarrillo lo embromó, si no hubiese tenido para muchos años más. Ahora, ¿cómo se sienten los 90? Con cierta tranquilidad y extrañeza, porque me pesa un poco no estar trabajando más activamente con la salud que Dios me da.

-Imagino que el poder de voluntad y el factor “gánico” debe ser importante.

-Eso es verdad. Vine a Colón después de haber estado muchos años en Villa Elisa y no quería hacerme el patroncito acá cuando llegué, entonces dije que iba a estar como un cero a la izquierda, pero enseguida se me pasó el régimen porque no me puedo dedicar a la inactividad. Ahora ya estoy en una situación que no me gusta, a pesar de celebrar la misa todos los días y alguna que otra cosa, pero no me siento conforme del ritmo lento de actividad que tengo.

-¿El cuerpo pasa factura?

-No, no, no. Esa es otra cosa que me da vergüenza, porque uno como sacerdote tiene que saber que si Dios le da salud, es para ser útil y no para estar estorbando. En ese sentido, igualmente estoy tranquilo ya que este cuerpo, con el desgaste interno que tiene, no puede durar mucho, ¡pero yo no siento anda! Desde luego, no le paso ni una cuenta a San Pedro ni a nadie, pero estoy un poco sorprendido de mi propia salud. De momento, estamos a la espera de la orden de San Pedro o, como se dice, que San Martín baje el dedo.

-¿Se piensa más o menos en la muerte a esa altura de la vida?

-Un cura no puede estar pensando en la muerte todos los días, sí dar gracias a Dios por la vida. Uno tiene que estar sembrando aliento todo el tiempo. En todos mis años de sacerdote en Villa Elisa me han tocado muchísimos entierros y, en esas ocasiones, siempre procuré infundir el optimismo del más allá. No estemos ante la muerte asustados ni esperando la guadaña. En este aspecto, me siento tranquilo.

-¿Alguna vez se sintió sólo por su condición de sacerdote y lo que ello implica?

-Jamás de los jamases. Incluso de viejo voy sintiendo un agradecimiento a lo que no supe hacer cuando joven, porque ahí es cuando los obispos nos dan dos o tres años más en cada parroquia para ir tomando experiencia de los compañeros mayores. A veces pasas unos años, te haces de una cantidad de amigos y te cuesta mucho dejarlos. Hoy me reto sólo porque hago la cuenta que a cualquier parte que voy encuentro un montón de amigos. Yo le diría a los colegas jóvenes que no se aflijan cuando tengan que armar las valijas, porque vivir distintas experiencias es muy importante en cualquier actividad, pero de modo especial para el sacerdote. La movilidad debe ser interpretada siempre como un beneficio.

-¿Le gustaría volver a Villa Elisa, su ciudad natal y donde transcurrió la mayor parte de su vida?

-Es ley de cura obedecer. Para un sacerdote su elección es la voluntad de Dios, que se expresa a través de los obispos. Monseñor Cardelli, que estuvo de obispo cinco años en Concordia, fue quien me sacó un poco como chicharra del ala de Villa Elisa y lo quiero mucho a este hombre, porque me hizo entender al movimiento como un beneficio. Si queres saber cómo debe ser un párroco, seguile los pasos al padre Néstor (Toler): con cierto atrevimiento, en la misa que se celebró por mis 90 años el otro día, le pedí humildemente al obispo tenga la bondad de dejarlo un tiempo largo en la ciudad. Colón tiene que reparar ese crimen horrendo que se cometió en los primeros momentos de su fundación cuando se asesinó a su primer sacerdote, el padre Lorenzo Cot, que había llegado como misionero acompañando a los inmigrantes del Piamonte (Italia). Que lo hayan sacrificado como lo hicieron, de una manera tan horrenda, es algo que demanda una reparación permanente hasta el fin de los días.

-¿Le queda algo por hacer, un sueño por concretar o una meta por cumplir?

-Un cura no puede estar nunca sin sueños. No voy a estar nunca tranquilo en el sentido de haber hecho todo lo que tenía que hacer. Uno hace mientras está y puede, teniendo la tranquilidad que detrás vienen quienes pueden hacer las cosas mucho mejor, entonces nunca hay que sentirse defraudado por no llegar a tiempo para otras cosas.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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