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El rechazo del proyecto de ley del presupuesto nacional

Antes de la conclusión con final abrupto de la discusión del presupuesto ante la Cámara de Diputados de la Nación, lo que sigue a continuación, es la mayor parte de lo que se nos había ocurrido mientras seguíamos el debate respectivo.

Pensábamos comenzar diciendo que, es casi un lugar común señalar la dificultad de encontrar un “ancla” para nuestro errático devenir en materia económica, entre tantos otros aspectos.

Ya que esa ancla se la pretende encontrar erróneamente en que la relación dólar-peso se mantenga lo más quieta posible. Una estrategia evidentemente errónea, ya que la misma lleva a que nuestro país comience a crujir por otros canales; algo que resulta evidente, si se tienen en cuenta las regulaciones de todo tipo, con las que se intenta fallidamente congelar los precios de los productos necesarios para la elaboración y consumo de nuestra sociedad y cerrar parcialmente los canales de intercambio comercial de nuestro país con el exterior.

Hubiéramos continuado destacando que de esa manera se pasa por alto que el único modo real de hacerse de un ancla para nuestra economía consiste, en ser realista y claro en la elaboración de un presupuesto que resulte equilibrado a lo largo de los años. Características que indudablemente no reunía el proyecto de ley de presupuesto nacional que acaba de ser rechazado por la Cámara de Diputados de la Nación.

También habríamos señalado que, sin entrar en detalles, cabía calificar a ese proyecto como totalmente desvinculado de la realidad, atento a las metas en materia de inflación y de déficit presupuestario en él contenidas, que lo hacían nada más que un desprolijo dibujo contable. Asimismo que frente a esa circunstancia, el rechazo del proyecto aludido aparecía, al menos en principio, desde una perspectiva formalmente teórica, como razonable; aunque no era evidentemente la deseable evaluándolo desde nuestra realidad.

Por otra parte hubiéramos advertido que no resultaba útil entrar a analizar las torpezas y los yerros que se dieron en el transcurso del debate, que concluyó con un rechazo. Ni que tampoco importaría se efectuaran imputaciones de culpabilidad respecto a lo ocurrido y que cabría destacar que desde el vamos las cosas hubieran podido resultar distintas si hubiera existido un clara comprensión de la relación de fuerzas entre los distintos bloques parlamentarios que conforman ese cuerpo, y en función de ello se hubiera optado por la adopción se estrategias alternativas.

Se nos ocurría que, de cualquier manera, se debía hacer como cuando se mira una botella y se la percibe a la vez medio llena en lugar de señalar que está medio vacía. Es decir que se debía tratar de ver las cosas desde una perspectiva positiva; y, de hacerlo así, nos encontraríamos ante el hecho incuestionable que el Congreso ha dejado de ser una “Escribanía”, que el Poder Ejecutivo tiene que recuperar el lugar que la constitución le otorga, el que se habría visto ante la institucionalidad recuperada.

A la vez que lo ocurrido debía servir para que la sociedad toda, comenzando por el kirchnerismo, comprenda que el acuerdo “nacional” del que tanto se habla no puede ser entendido como “imposición” desde los alto del poder, ya que el suyo no alcanza en la actualidad para hacer posible esa pretensión.

Todo lo que se vio después y las invectivas que se escucharon por parte de los más altos personeros -lo más suave que se dijo fue tratar de “facciosos” a quienes votaron por el rechazo del proyecto-, viene a hacer más difícil la compresión de expresión de deseos con la que concluía ese editorial, que no llegó siquiera a redactarse por escrito.

Es que para concluir hubiéramos dicho que, en líneas generales, el debate hubiera servido para demostrar que un acuerdo nacional es el resultado de consensos patrióticos alcanzados con la colaboración predispuesta de una gran mayoría de los actores sociales, ya que hablar de unanimidades no es otra cosa que una imposibilidad.

Pero una imprudente y lamentable intervención del jefe de la bancada oficialista vino a impedir un desenlace que hubiera permitido demostrar que el Congreso de la Nación es lugar más adecuado para encontrar esos consensos.

De allí que en lugar de seguir alimentando el clima de reproches y descalificaciones cruzadas, debemos comprender que no tenemos más alternativa que seguir en la búsqueda de los indispensables consensos que nuestra situación casi terminal exige. La Patria es una sola. Y los buenos no están únicamente en un solo de los lados.

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