La despedida del ingeniero Scattini fue íntima, familiar, seguramente como a él le habría gustado, sin que trascendiera en los medios. Su deceso se produjo el miércoles por la noche. Tras el velatorio, fue sepultado en el Cementerio Pinar del Campanario antes del mediodía de hoy jueves.
Scattini marcó una época en el periodismo de Concordia y de la provincia toda. Alcanza con recordar aquellos años de la década del ’90 en que en la Casa Gris de Paraná, desde el gobernador para abajo (Sergio Montiel, Jorge Busti, Mario Moine, por dar algunos ejemplos), orientaban los receptores de radio para procurar captar lo que se dijera en Periodistas de Turno, entre las 12,30 y las 13,30, de lunes a viernes. Y en Concordia, miles y miles de familias sintonizaban el 560 del dial mientras almorzaban. Muchos para aplaudirlo, otros tanto para cuestionarlo, pero lo cierto es que lo escuchaban.
La palabra del ingeniero pesaba, y mucho; tanto como para preocupar al poder político de entonces. Directo, sin vueltas, Edmundo Pedro se hacía oír y también temer. Con una amplia formación cultural y una avidez por la lectura que lo llevaba a devorar varios diarios por día e infinidad de libros, su opiniones, fueran o no compartidas, eran siempre fundadas.
“Puedes opinar con libertad, pero con una condición: que la tuya sea una opinión fundada”, me dijo. La indicación me quedó grabada, aunque capté toda su profundidad con el paso del tiempo. Me la transmitió cuando me abrió las puertas a Radio del Litoral; yo tenía por entonces pocos años, mucha universidad y casi cero de experiencia.
Con el tiempo, me di cuenta que era eso lo que él hacía: opinaba sólo de aquello que conocía lo suficiente, tanto como para elaborar un juicio, una mirada que fuera sustentada en razones. Es un principio ético olvidado e ignorado en tiempos de tanto posteo disparado a metralla, donde se suele hablar de casi todo sin que se sepa de casi nada. ¡Qué bien nos vendría a todos reaprender aquella premisa de Scattini!
Con su temperamento fuerte y su rostro adusto, con sus cigarros cuyo humo y aroma lo penetraban todo, no se la hacía fácil a nadie. Pero los que algunas veces tuvimos el privilegio de que nos permitiera atravesar la coraza con la que se ponía a cubierto, pudimos conocer a una persona potente, del cual había mucho que aprender, que deseaba lo mejor para Concordia y para la provincia, y que cargaba sobre sus espaldas una vida que no había sido sencilla.
Recuerdo como si fuera hoy cuando me habló de las marcas que le había dejado la temprana muerte de su padre, el médico que le da nombre a la calle que pasa frente al Hospital Felipe Heras. Algunos memoriosos aseguran que nunca hubo en Concordia un cortejo fúnebre como aquel que despidió al doctor Scattini, amado por la gente, especialmente por los más pobres, porque a nadie negaba la atención, tuviera o no tuviera manera de abonar la consulta.
Edmundo Pedro recordaba que tras el deceso de su padre, las cosas se hicieron cuesta arriba para su mamá, viuda y con varios hijos que alimentar. Cada tanto, insinuaba algún que otro reproche –sin llegar a explicitarlo ni tampoco a identificar a nadie- a ciertos sectores de la alta sociedad concordiense que no habrían sido muy solidarios con la viuda y sus hijos en aquellos momentos difíciles.
Entre sus pasiones, habría que mencionar al campo, al que le dedicó también muchísimas energías, y al golf como deporte y entretenimiento.
Entre idas y vueltas, el ingeniero supo aventurarse en la política, dando origen a un partido vecinal, el MOVECO, una fuerza que –si no recuerdo mal- llegó a conquistar una banca en el Concejo Deliberante, en tiempos de absoluto dominio del peronismo en Concordia.
En sus tiempos al frente de la emisora, cuando aún no había radios FM y LT 15 era escuchada en todo el litoral (Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Formosa, Chaco y hasta Santiago del Estero), lo que le permitía contar con anunciantes de fuste capaces de abonar pautas abultadas, llegó a tener alrededor de 60 empleados a su cargo, todos en blanco y con sus aportes sociales. Por entonces, la radiodifusión era todavía una actividad medianamente rentable, con espalda para gambetear la dependencia de la pauta estatal, lo que garantizaba mayores márgenes de independencia a la hora de informar y opinar, algo que Scattini protegió todo cuanto pudo. Cuando ya el mercado se había achicado y el espectro era otro, vendió.
Como todo hombre que ha vivido –como todo humano-, tuvo aciertos y desaciertos. Y, como suele ocurrir con personalidades fuertes, fue amado y odiado, pero difícilmente haya alguien que le pueda reprochar tibieza, demagogia o falta de autenticidad.
Cada tanto, me viene a la mente alguna que otra frase que me disparara. A modo de cierre, recuerdo una en particular: “la realidad es como es y no como a vos te gustaría que fuera”.
Para su familia y sus amistades, nuestro pésame. Que muy pronto el dolor de la pérdida deje paso a la gratitud por todo lo recibido de Edmundo Pedro, el “periodista de turno”.