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Fernanda tiene 18 años y decidió hablar, una vez más. Muchas veces se pone a la víctima en el banquillo de los acusados, reflexiona la periodista de El Día, Mónica Farabello. Se les pregunta por qué no habló antes o qué busca ahora con una denuncia. El caso de esta joven rompe con todos los paradigmas. Ella siempre habló, pero nunca antes le habían dicho: “Yo te creo”.

A 11 años del horror y ya instalada en una nueva casa y con su nueva familia adoptiva se siente fuerte, segura y convencida de volver a relatar lo que padeció bajo el techo de sus abuelos biológicos y adelantó: hay víctimas que se callaron durante 35 años.

“Semanas atrás me contacté con distintas agrupaciones feministas de Gualeguaychú, pero no tuve respuesta; así que escribí a otra agrupación de Buenos Aires y pudimos hacer público el video que se viralizó en las redes”, comenzó a contar Fernanda, mientras tomaba el desayuno en el comedor de su casa.

De la mano de su mamá y con un temblor constante en su cuerpo y su rostro, rememoró el abuso al que fue sometida cuando tenía apenas 6 años.

“Antonio Enrique Funes es mi abuelo biológico y es al único que acuso; mi papá biológico se llama José y él nos maltrataba mucho, tanto a mi hermano como a mí. José nos maltrataba junto a su mujer. Ellos nos dejaron a la deriva… la culpa del abuso la tiene Enrique, pero José nos dejó abandonados cuando murió mi mamá a finales del 2007”, dijo Fernanda.

Cuando cuenta lo vivido comienza a temblar como aquella nena con miedo; pero ahora todo es diferente, porque ahora su familia adoptiva le cree y la apoya en la denuncia judicial y mediática.

Recuerda su niñez como “linda”, porque tenía amigos con los que jugaba en el barrio, aunque no puede dejar de emocionarse al contar que “nos agarrábamos de la mano con mi hermano y salíamos puerta a puerta a pedir algo para comer”.

“Enrique se mostraba amable, generoso y atento con todos, pero ahora se destapó todo y aparecieron nuevas víctimas; no sólo de abuso sino de violaciones. Hay tres víctimas más”, lanzó Fernanda.

Las nuevas víctimas tenían previsto presentarse este martes en la Fiscalía de Martina Cedrés, quien también conversó con el diario El Día. Confirmó que “la denuncia va dirigida hacia el abuelo por corrupción de menores. Ahora vamos a empezar a reconstruir con evidencias y con la mayor cantidad de precisiones que nos van a servir para poder circunstanciar un hecho penal”.

Además, agregó que los hechos de abuso se extendieron durante meses y que primero “vamos a tomar un par de medidas y en unos 15 días aproximadamente vamos a notificarlo”.

La muerte de la madre de Fernanda fue un quiebre en su infancia. Al dolor de la pérdida se sumó un sinfín de vueltas: Fernanda y su hermano pasaron de vivir con sus padres, a ser asistidos por la ex pareja de su mamá; el triste paso por la casa de los abuelos; la convivencia con una familia de guarda durante nueve meses y finalmente, la esperada adopción de un matrimonio que deseaba la paternidad.

“Toqué timbre y me atendió él. No me reconoció”, comenzó a contar y resumió: “Enrique negó todo y se hacía el que no escuchaba; y mi abuela biológica me pidió que ‘no lleve problemas a su casa’. Ella es una negadora, pero pude volver a decirle lo que me hacía ese viejo de mierda; y recordarle que yo no mentía, que le pedí ayuda y ella me dijo que nada era cierto”.

Ahora es el tiempo de la Justicia, de las nuevas denuncias, y de sanar heridas profundas que marcaron a fuego a una joven fuerte y convencida de la importancia de darse una segunda oportunidad.
El video viral
A través de la cuenta @feministaoficial la joven denunciante relató: “Me llamo Fernanda, tengo 18 años, nací en Entre Ríos, Gualeguaychú. Mi familia está compuesta por mis padres adoptivos, Ana y Orlando, y mi hermano biológico Federico”.

“Mi madre biológica se llamaba Silvia Raquel Marín, una mujer independiente que padeció de maltrato, abuso, acoso y fue obligada a pasar por situaciones de manera forzada y sin alternativas”.

“Justino fue una de sus parejas durante el tiempo que mis padres biológicos se separaron, nos cuidó de manera voluntaria y cumplió el rol de padre cuando Silvia falleció. Mi padre biológico se llama José María Funes, nunca cumplió el rol que debía, es un proxeneta, abusivo, golpeador, incluyendo a su pareja, Marta, en ese trayecto que viví con ellos. Me han dejado cicatrices corporales y a la vez psicológicas.

Mi abuelo paterno, Enrique Antonio Funes, hace aproximadamente doce años, siempre se mostraba ante la mirada de terceros como un buen hombre, atento, cariñoso, pero detrás de esa máscara existe en realidad otra persona.

Y ahora te hablo a vos Enrique, déjame hacerte memoria… (suspira) ¿Recordás la hora de la siesta, cuando yo estaba en el cuarto jugando y vos entrabas a despedirte porque te ibas a trabajar? Te sentabas en la esquina de la cama y me decías que te de un beso de despedida, y yo te besaba la mejilla. Vos me decías más cerca de la boca apuntándote con tu dedo, y yo te daba un beso más cerca. Entonces me decías: ahora más cerca, besame la boca, y yo te decía que no quería hacer eso porque no me gustaba; y vos me agarrabas de la boca y me obligabas de manera forzada a que te besara. Después te ibas como si nada.

Cuando venías de trabajar me sobornabas regalándome dulces para que yo minimizara los hechos y creyera que era lo correcto…"

"¿O acaso recordás otra siesta, cuando mirabas televisión y yo me quedaba a mirar porque era entretenido lo que veías, y me hacías sentarme en tus piernas? Recuerdo claramente cuando yo tenía una falda puesta. Vos apoyabas tu mano en mi rodilla y me preguntabas intimidándome si me molestabas, y yo te decía que no. Entonces subías tu mano aún más arriba y me decías: ¿ahí te molesta?, presionando mi pierna. Entonces volvías a decirte que no, por temor. Llegó un momento que tu mano terminó en mi vagina, y vos hacías mucha presión ahí, y yo me quejaba porque me dolía mucho. Cuando me quejé fuerte me sacaste de arriba tuyo porque Celia escuchó mi queja y entonces yo, inmediatamente, me encerraba en el baño hasta la hora que te tenías que ir porque tenía mucho miedo a que me sigas haciendo daño.

A la noche empezaste a mirarme mientras dormía, y hubo otros días que me destapabas, me acariciabas el pecho, el short y la vagina. Cuando sentía eso me movía para que no me sigas haciendo doler con las supuestas caricias de amor de abuelo. No podía dormir por las noches y sentía miedo de gritar por temor a recibir más golpes de los que ya había recibido”.
Fuente: Diario El Día

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