Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Cristóbal López, solo uno de los ejemplos
Cristóbal López, solo uno de los ejemplos
Cristóbal López, solo uno de los ejemplos
En la afirmación precedente, y contra lo que una primera impresión podría provocar, no se hace presente una redundancia, si se tiene en cuenta que las palabras “obvio” y “obviar” no se refieren, al menos en su forma de emplearlas, a una misma cosa.

Ya que se sabe que “obvio” es lo que se encuentra o pone delante de los ojos; de manera que, de no estar ciego y pretender pasar como tal, se lo puede ver claramente y el hacerlo no significa ni un mínimo esfuerzo o dificultad.

Mientras tanto, con el término “obviar” se hace referencia al buscar la manera de evitar, apartar o quitar de en medio, a un obstáculo o inconveniente; acción que puede ser exitosa cuando se puede seguir adelante eludiéndola, o si tenemos la pretensión de eliminarla, haciéndolo como que no la vemos. No en balde existe un refrán que alude al hecho de que “corazón que no ve, corazón que no siente”.

Dado lo cual en el advertir, tal como lo hemos hecho al principio, que en esa afirmación acerca de lo peligroso que resulta de “pretender obviar lo obvio”, se asiste a la presencia de algo más que un juego de palabras.

“Haciéndola corta”, como se escucha decir, aunque debemos admitir que la estamos “haciendo demasiado larga” – aunque no hay otro remedio- debemos señalar que las cosas andan muy mal, y que cabe concebir que con seguridad se pondrán peores todavía, cuando somos incapaces de “entender” de qué se trata un objeto familiar que está delante de nuestros ojos, ya que esa “cortedad de miras” es señal de una existencia complicada, para quien parece “no entender nada”.

Pero si esa circunstancia hace a la “ceguera” excusable, independientemente de los peligros que acarrea, la misma adquiere una dimensión de gravedad culpable, cuando nos encontramos con quien no es incapaz de ver lo que se presenta ante sus ojos, sino que lo que acontece es que se resiste a verlo, con el agravante de pretender “querer ver” en lo que se ve, algo que no existe.

Y si hemos emprendido este largo recorrido, es para poner en el marco adecuado las que vienen a resultar no otra cosa que obviedades que, como todas ellas, tenemos frente a nuestros ojos, pero a las cuales en algunos casos a muchos de nosotros les cuesta comprender, y otros tratan de hacer como que no las ven, por en realidad verlas, y al mismo tiempo tratar de ignorarlas.

Y entre esas obviedades, a la que aludimos en este caso y la que intentamos obviar, no es otra que “nuestro pecado”, cual es el hecho de que hace de esto muchas décadas –sin que sea innecesario en la ocasión tratar de intentar establecer el momento en que cambió el viento- vivimos “empeñados” -y esto en las dos principales acepciones que tiene este vocablo- en vivir gastando de una manera sistemática un monto mayor al de nuestros recursos, con la explicable consecuencia de que un creciente nivel de endeudamiento, ha hecho que nuestro destino, por otra parte buscado, haya sido el resultado de buscar el vivir bien, mientras seguimos “entrampándonos” de una manera peligrosa y sistemática. Algo que hemos hasta ahora logrado –tenemos la impresión que ha llegado “la hora de la verdad”- con habilidosos malabares, dignos del mejor de los prestidigitadores.

Muestra de lo cual es que en el plano internacional venimos desde hace tiempo actuando como un “defaulteador serial”, a la vez que nuestro Estado paquidérmico, mientras que nos carga de impuestos asfixiantes, en lo que a su vez no es un alivio, sino solo un menguado escape; la posibilidad que los funcionarios de ese estado pantagruélico nos dan, de poder seguir adelante “pateando” las deudas tributarias, saltando de “moratoria en moratoria”.

Por supuesto, cuando hacemos referencia a este “beneficio” con un sentimiento ambiguo, que deja de serlo en el caso de los contribuyentes cumplidores, no nos estamos refiriendo a la angurria que paradójicamente exhiben quienes, ellos o sus empresas, actúan como agente de percepción, de alguno de esa verdadera carrada de tributos existentes en nuestro país.

Ya que en su caso, la percepción, seguida de su retención, por parte de empresas inescrupulosas, merece el tratamiento de un delito. Aunque sirva para explicar su meteórico crecimiento por la actitud harto comprensiva, por no decir la complicidad de los recaudadores, que permite que aquellos retengan ese dinero que no es suyo y que le han pagado los contribuyentes para que, a su vez, hagan lo mismo con la administración fiscal.

Una manera de financiarse barato, cuando el control fiscal, se hace a “las cansadas”, cuando así se hace. Y no estamos pensando aquí solo en Cristóbal López.

Y a aquella obviedad –el gastar en mayor medida que lo que son nuestros recursos, y sobre todo mayormente de una manera no productiva- se suma un “espejismo”, que se nos muestra como una falsa realidad, en la medida que damos la impresión de estar viendo frente a nuestros ojos, algo que no está precisamente allí.

Se trata de ese convencimiento hipnótico, que el nuestro es un “país rico” cuando no lo es. Al que por razones de carácter objetivo se lo tuvo por tal, y que lo era, cuando se lo veía como la tierra de “el ganado y de las mieses”, pero que lamentablemente ya no lo es.

De lo cual es una prueba indirecta el alto rango que ocupamos en las distintas series de índices socio económicos mundiales “negativos”, -de pobreza, de nutrición, inclusive en porcentajes de muertos por el virus- y cuya prueba directa la encontramos en el hecho que en nuestra sociedad, en la actualidad de cada dos de sus integrantes es una mixtura de pobres e indigentes.

Lo que es cierto es que el nuestro es un país “potencialmente rico”, al cual, el estar tanto tiempo “sub gobernado” y peor administrado, lo ha llevado a que nos encontremos en la actual situación, en la que no podemos poner como explicación a la actual pandemia, ni tampoco al saqueo del estado, por actores conocidos, aunque tantas veces negado o admitidos sin sonrojos; situación en la que cabe no ver otra cosa que una señal más de esa descomposición social que nos agobia.

¿Las salidas? De la que se habla es precisamente “el salir”, o sea el “irse”. Frente a la cual se hacen presentes dos maneras de “quedarse”. Una es la de “seguir tirando”, auto canibalizando, o la de seguir comiéndonos todo, comenzado por las cosas con las que contamos, para terminar haciéndolo con nosotros mismos, de una manera casi literal.

La otra, la verdadera salida, que pareciera nos rehusáramos a ver como la más obvia, es que de una vez por todas nos decidamos a tomar “el toro por las astas”, de manera que salgamos de esta suerte de maligno y egoísta infantilismo, y comenzáramos a desarrollarnos de esa manera que está a nuestro alcance, pero que daría la impresión que disfrutamos con el hecho de esquivar.

Enviá tu comentario