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El dolor por la muerte de Analía Fernández (49) sigue latente en la ciudad de Villa Elisa (Departamento Colón), mientras abundan historias relacionadas a la calidez de su labor profesional, acentuada en la atención a los adultos mayores que era su especialidad.

“Nunca pretendí cobrar por esto”, decía en una carta de lectores que hizo llegar a El Entre Ríos el 8 de junio pasado. “Vivo esta posibilidad como una forma de devolverle al Estado todo lo que el Estado me dio: un título y una educación gratuita”, afirmaba, en ese momento, como encargada del hogar de ancianos del Hospital San Roque.

De hecho, la doctora Fernández fue quien denunció cobros irregulares de pensiones -por parte de la administración del nosocomio- a los internos, junto a la licenciada Sandra Giovenale (jefa del área de Enfermería) y la abogada Clarisa Marano Roude, hija de un paciente con Covid-19.

A continuación, transcribimos en forma textual de la nota de la médica fallecida, originalmente titulada “El derecho a una vejez digna”:

“La vejez suele ser obligatoria, y sin embargo es tierna como un nido…” (Mario Benedetti)

Cuando ingresé como médica a cargo del Hogar, estaba recién terminando mi especialidad en geriatría… y así ingresé con muchos proyectos y sueños…
Cuando la puerta se abrió, me encontré con un Hogar que, muy por el contrario a lo que me esperaba, sencillamente… invitaba a morir.

Las paredes se descascaraban, los techos se llovían, los ambientes eran oscuros y sin vida, las enfermeras estaban cansadas de luchar en soledad, frente a pedidos que nunca eran escuchados… el Hogar, estaba acéfalo.

Alguna que otra vez, pedían ayuda a algún médico del Hospital para que auxilien a los abuelos que estaban en el Hogar…

El auxilio a veces llegaba…pero otras veces, otras muchas veces, el pedido de auxilio quedaba en el olvido…

Cuando la puerta se abrió, me encontré con abuelos con escaras en la piel, abuelos tristes, con miradas que se perdían en un horizonte, un horizonte que lo único que mostraba… era, más tarde o más temprano, que llegaría la hora final…

La desolación y tristeza que trasmitía ese lugar era tanta, que en vez de dejarme embriagar por esa sensación, junto con las enfermeras que allí estaban, y con el ímpetu de cambiar la realidad, pusimos manos a la obra.

Y así, creamos un reglamento de admisión a “Nuestro Hogar”… normas de convivencia, permiso para que los familiares firmaran cuando se llevaban a alguno de nuestros abuelos del Hogar… protocolos de trabajo, de rehabilitación, en definitiva, se comenzó a realizar una labor conjunta en busca de la autonomía y la independencia de nuestros abuelos.

Con el tiempo, esas miradas tristes comenzaron a cambiar, de repente eran miradas alegres, en los pasillos se comenzó a escuchar música, había melodías, empezamos a festejar sus cumpleaños, las pascuas, las fiestas… las abuelas comenzaron a maquillarse, a vestirse lindas, los abuelos empezaron a arreglarse… y comenzaron, así… a volver a la VIDA.

Fue emocionante ver cómo esas miradas que en un momento fueron tristes y desesperanzadas, volvieron a sonreír, a brillar… dejando vislumbrar pisquitas de felicidad en sus ojos… y así formamos UNA GRAN FAMILIA.

El camino no fue fácil…

Pero el camino no fue fácil, ni todo color de rosas.

Cuando entré al Hospital y comencé a trabajar en el Hogar, para los abuelos nunca había dinero disponible (a pesar de que dejaban buena parte de su jubilación allí).

Ellos… eran invisibles.

Los enfermeros comenzaron de a poquito a conseguir que alguna familia trajera un poquito de esto, otra familia un poquito de aquello, otros aportaban otra cosa… y así fue posible festejar y disfrutar de las fiestas… ¡hasta terminaban bailando!

Hoy… no hay ningún paciente escarado. Hoy hay sonrisas, festejos, música, kinesiología, rehabilitación, contención psicológica y amor…

Hoy tenemos un equipo interdisciplinario de psicólogos, enfermeros, médicos, que hacen la “admisión de los pacientes”, un análisis previo realizado por una asistente social, que nos permite tener la certeza de que cada abuelo que ingresa al Hogar, recibirá la atención que se merece.

“Las señoras de la Cooperadora…”

Las señoras de la cooperadora trabajaron arduamente para mejorar las instalaciones del Hogar de Ancianos. Y gracias a éste esfuerzo, sumado al del equipo de trabajo que cumplimos funciones allí, hicieron que el Hogar se sienta como una gran casa.

Vivencias que transforman…
Hoy, a tantos años de que he ingresado, puedo decir que desde mi experiencia fue transformador, me transformó no sólo como profesional, sino también como persona…

Realicé ésta tarea Ad Honorem, nunca pretendí cobrar por esto, vivo esta posibilidad como una forma de devolverle al Estado todo lo que el Estado me dio: un título y una educación gratuita.

La frialdad de la administración…

Frente a una experiencia de vida tan fuerte y penetrante, era chocante y hasta desagradable ver el interés de la administradora del hospital, para que ingresen más y más abuelos, aunque el costo de sumar abuelos, afectaba directamente la buena atención que el personal del Hogar queríamos darle a cada uno de ellos. Por ello exigimos que el ingreso sea de manera escalonada, única forma de asegurarnos brindar una atención de calidad…

Hoy quisiera que, cuando ésta pandemia pase, nos encontremos trabajando en el Hogar con las mismas ganas de siempre… para que los abuelos, nuestros abuelos, puedan ser felices… puedan mantener en su mirada esas ganas de VIVIR… puedan disfrutar la vida… ES NUESTRA RESPONSABILIDAD… VELAR POR SU BIENESTAR, EN TODOS SUS ASPECTOS.

Dra. Analía Fernández
MP: 8253
Fuente: El Entre Ríos.

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